El arte de la pintura
mural es una de las modalidades o medios de expresión artística con más antigua
data en el Perú. En un claro proceso de continuidad histórica ésta se desarrolló plenamente en el antiguo Tahuantinsuyo,
al igual que en otras arcaicas civilizaciones del mundo.
Se sabe que los incas
recogieron la tradición de decorar los muros de sus templos de la arquitectura
costeña, especialmente de la cultura mochica. La región Lambayeque presenta importantes muestras de pintura mural prehispánica
sin contar, claro está, con las que lamentablemente desaparecieron por el paso
inexorable del tiempo, los fenómenos naturales, la rapiña y la acción
depredadora del hombre.
En fin, la pintura mural
fue una de las manifestaciones alegóricas que más llamó la atención a las
invasoras huestes españolas desde su arribo en 1532, tanto a los primeros
conquistadores como a los misioneros que los acompañaban. Las crónicas del
siglo XVI las mencionan desde 1534. Como hemos visto, el arte mural se
convierte así en uno de los medios de expresión artística más antiguos en
nuestro territorio andino - con especial énfasis en la costa norte - y su
desarrollo pleno abarcó todo el periodo virreinal manteniéndose activo hasta
fines del siglo XIX.
La iglesia San Pedro de
Mórrope; la iglesia San Pedro de Lambayeque, donde, el 2012, se hiciera el
descubrimiento de pintura mural más significativo de los últimos tiempos y de
la que hemos tratado en otra oportunidad;
la antigua ramada de San Pedro, hoy Capilla San Francisco de Asís, también
en Lambayeque; la iglesia Santa Lucía de Ferreñafe, y lo que aún se conserva en
las venerables ruinas de las iglesias de Saña, son claros ejemplos de esta
intensa actividad plástica a lo largo del siglo XVII y XVIII, en nuestro medio.
Sabemos que los curas
doctrineros o “curas de almas” catequizaban e instruían a los fieles nativos,
en su mayoría profanos, en los principios y misterios de la nueva religión, a
través del discurso figurativo, más claro: de las artes plásticas, con claros
fines didácticos. En ella se mezclaban el concepto cristiano y la técnica
prehispánica, esto último porque se aprovechaban de las viejas habilidades del
aborigen como de los materiales existentes en su localidad.
Pero sabemos también que
este medio de expresión artística no estuvo destinado solamente a engalanar
estos sacros edificios, también se la encuentra en la arquitectura civil. En
las antiguas casas solariegas del centro urbano de Lambayeque. Muestras de
estos elementos decorativos la encontramos en un pequeño patio de la Casa
Varillas, en algunos de los ambientes de la Casa de la Logia o Casa Montjoy, y
las que recientemente hemos ubicado en los techos de la sala y
comedor de la casa donde vivera el prócer de la independencia de Lambayeque
coronel Juan Pascual Saco Oliveros.
En todas ellas se utilizó
la pintura al temple. Los especialistas nos dicen que esta fue un de las
técnicas pictóricas más antiguas y muy usada en el virreinato del Perú. No cabe
duda que en la elaboración de estos elementos decorativos prevaleció una razón
de estatus social, muy acorde con la época en que fueron ejecutados.
En esta oportunidad,
nuestra atención se centra en las pinturas murales, del siglo XVIII, que
adornan el intradós y jambas del arco de medio punto de la bóveda que alberga el
retablo del Señor de Ánimas, ubicado en la nave del Evangelio, o sea en el lado
lateral derecho de la iglesia San Pedro de la generosa y benemérita ciudad de
Lambayeque.
Debido al mal estado de
conservación en que se encontraba éste retablo fue restaurado en el 2012, con
recursos proporcionados por la parroquia de esta ciudad. Ésta máquina lignaria
- magnifica muestra del patrimonio cultural mueble de ésta iglesia - vino a
suplantar, a finales del siglo XVIII, a las pinturas antes citadas.
Retablo rococó del Señor de Ánimas (Fredy Beltrán. 2014) |
En 1980, con motivo de la
realización del primer inventario fotográfico del Patrimonio Cultural del
Departamento de Lambayeque, ejecutado mediante convenio suscrito por la - en
ese entonces - Corporación de Desarrollo de Lambayeque (CORDELAM), y el Centro
de Estudios Arqueológicos de Lambayeque (CEAL), se puso al descubierto buena
parte de estas pinturas que se encontraban ocultas a la vista por encontrarse
justamente detrás del mencionado retablo.
Estas fueron dadas a
conocer al público por el profesor y conservador César Maguiña Gómez, mediante
dos artículos publicados en el Diario “La Industria” de Chiclayo, bajo los
títulos de “Salvemos el Patrimonio Artístico de Lambayeque”, aparecido en su
página editorial del 12 de octubre de 1980, y “Lambayeque. Pintura Mural del
Siglo XVIII” en el Suplemento Dominical de este mismo Diario. Lo curioso del
caso es cuando, en uno de los párrafos de esta última entrega, Maguiña Gómez,
manifiesta: “el fraile dominico Miguel Matamala Ortiz - a la sazón párroco de
la Iglesia - tenía conocimiento de estas pinturas, pero que en ningún momento
mencionó de su existencia a los encargados del inventario”.
Este hecho fue
corroborado por las declaraciones vertidas por el desaparecido y recordado
artista plástico Sr. Marcial Anhuamán Castro, en entrevista concedida, en el 2013, al
padre Freddy Beltrán García. A raíz de ellas sabemos ahora que a mediados del
siglo pasado (1948) el padre Miguel Matamala, enterado ya de la existencia de
las antiguas pinturas del arco de la bóveda que acoge el retablo del Señor de
Ánimas, le encargó, a Anhuamán, la limpieza del estrecho recinto que separa la
parte posterior del retablo y el muro donde se encuentra enclavado, para que
así los feligreses pudiera apreciar las antiguas pinturas del arco de la
bóveda.
Dado que la afluencia de
curiosos espectadores era numerosa y sin ningún orden, se procedió, poco
después, a clausurar con candado las dos pequeñas puertas de acceso al pequeño
espacio, para así evitar daños colaterales a las pinturas murales. Desde ese
momento solamente con permiso especial del párroco de la iglesia se podía
acceder a admirarlas. Parece que a raíz de esto y porque el acceso se volvió
estrictamente restringido, la costumbre desapareció muy pronto al igual que la
febril admiración demostrada al principio por lo que con el correr de los años
llegaron a pasar inadvertidas.
En el 2010, a raíz de los
trabajos de limpieza y fumigación a que fueron sometidos, por la parroquia de
Lambayeque, los retablos del templo lambayecano, salieron nuevamente a la luz
estas significativas pinturas murales. El conjunto decorativo ha llegado hasta
nosotros prácticamente completo, sin cambios ni intervenciones, tal y como fue
concebido, salvo los derivados del paso del tiempo y los lamentables
desprendimientos en sus bases producto de las sales. Las pinturas murales están
realizadas sobre un soporte de yeso, cal y arena adherido a la mampostería de
hiladas de ladrillo y piedra de que está compuesto el arco, las jambas y los muros laterales de la bóveda.
Las representaciones
están creadas con la técnica pictórica al temple, predominando los colores
rojo, castaño oscuro, negro carbón y verde esmeralda. Las pinturas son opacas y
mates y han mantenido su color inalterable pese al paso del tiempo. En concreto
estamos ante un conjunto de cinco figuras que representan una clara apología a
las ánimas del purgatorio. Culto que se caracterizó siempre por ser una
manifestación de la religiosidad popular.
En 1274, el segundo
Concilio de Lyon, el que fue el XIV Concilio Ecuménico de la Iglesia Católica,
estableció el dogma de la existencia del purgatorio, y el Concilio de Trento
(1545 - 1563) declaró dogma de fe su existencia. El Catecismo de la Iglesia
Católica, publicado por el Papa Juan Pablo II, en 1992, texto de máxima
autoridad para todos los cristianos del mundo, nos dice: “El Purgatorio es el
lugar adonde van las almas de las personas que mueren en gracia y amistad de
Dios pero no perfectamente purificados, sufren después de su muerte una
purificación, para obtener la completa hermosura de su alma” (Catecismo 1030).
Esta purificación es totalmente distinta al castigo en el infierno. Por su
parte el Papa Benedicto XVI, dijo, en el 2011, que el purgatorio “no es un
lugar en el espacio del universo, sino un fuego interior, que purifica el alma
del pecado”.
Conceptos aparte, esta
demás decir que este significativo programa iconográfico demanda, por su
excepcionalidad, un estudio propio, además de una inmediata intervención. Nosotros
nos limitaremos a hacer una ligera descripción de sus componentes,
reconociendo, de paso, las representaciones que en su momento no fueron
debidamente identificadas, así como el hallazgo de la parte inferior de una de
las figuras que pasó inadvertida en su oportunidad y que, felizmente,
lográramos fotografiar en el año 2000. Hoy, lamentablemente, casi la totalidad
de esta parte de pintura mural ya no existe.
A continuación, hagamos
una ligera descripción de cada una de las imágenes que conforman este significativo
mural.
Debajo y en la jamba del
lado izquierdo del arco – desde el punto de vista del observador - se puede
apreciar la imagen de un esqueleto, convertida a lo largo de los siglos en la
representación de la muerte. Para el mundo cristiano la muerte es un tránsito
desde la vida terrenal hacia Dios. Los que profesan la fe de Cristo, piensan
que al morir el cuerpo se corrompe, pero el alma sobrevive. La muerte es el
descanso eterno junto al Creador, aunque para alcanzar el cielo, habrá sido
preciso cumplir con los diez mandamientos que Jesús dio a sus discípulos.
Figura de la Muerte. Fotografía en blanco y negro (Maguiña Gomez, 1980) |
Fotaografia a color de la figura de la Muerte (Memo Luna. 2012) |
En el mural, la
tradicional figura literaria de la muerte, se muestra de frente, con la cabeza
descarnada ligeramente hacia la derecha y sus dos cuencas vacías. Se aprecia
nítidamente la caja torácica trazada de huesos, al igual que la columna
vertebral y parte de la cadera del lado izquierdo, la otra se encuentra oculta
por parte de un largo manto negro que le cubre la cabeza y la espalda; sabemos
que en la sociedad occidental, el negro es el color de la muerte, del luto.
El brazo derecho,
separado del cuerpo a la altura de la cadera, sostiene en su mano un Reloj de
Arena, que destacó en el siglo III y consistía en dos recipientes esféricos de
vidrio unidos con un estrecho canal que unía ambas partes llegando a poder
controlar todo un día. Éste Posee un valor simbólico porque es el instrumento
que más visiblemente representa el fluir constante del paso del tiempo y su
consecuencia la muerte: la muerte símbolo a su vez de la fugacidad del tiempo y
de la vida.
La mano del brazo
izquierdo, tendido hacia abajo, sujeta una guadaña con el filo puesto hacia
abajo. Símbolo de la muerte la guadaña, como la muerte, es la representación de
aquello que todo lo iguala, simbolizando que a todo ser viviente, de cualquier
clase social, le llegará su hora de partir hacia el más allá.
Debajo y al lado derecho
de la figura esquelética, al filo de la guadaña, se podían observar tres
cabezas cadavéricas simbolizando los tres estamentos sociales, la nobleza con
corona, el clero representado por un obispo o abad con mitra y el estado llano.
Es, una vez más, la propaganda de la Iglesia Católica potenciada desde el
Concilio de Trento. La muerte nos llegará a todos y de nada valdrán las
riquezas materiales, sólo las buenas obras. En fin, se trataría de una modesta
formulación iconográfica de la muerte triunfante en torno a las vanitas.
Parte inferior de la imagen de la Muerte, hoy desaparecida
(J. Izquierdo, 2000)
|
Sobre la representación
de la muerte, se distingue una imagen de la Virgen del Carmen, de pie y
coronada como reina de los ángeles. Se le reconoce por el hábito carmelita, es
decir túnica marrón y capa blanca abrochada al centro por un medallón, luce en
el pecho el escudo de la Orden. No lleva tocado y presenta una larga y rizada
cabellera. Sostiene en su mano izquierda un escapulario. Es la intercesora de
las ánimas del Purgatorio. Una antigua tradición narra que la Virgen había prometido visitar
en el purgatorio a sus devotos, el sábado próximo a la muerte de ellos y
concederles descanso.
Nuestra Señora del Carmen (Maguiña Gomez, 1980) |
Las figuras de ánimas del Purgatorio - que han muerto en gracia de Dios pero aún no han alcanzado el estado de pureza - están representadas por dos personajes de medio cuerpo, con el torso desnudo y en actitud orante, estos se encuentran, entre llamas, debajo y a ambos lados de la Virgen. No muestran en sus semblantes el pánico y horror de las almas condenadas en el infierno, pues confían en la intersección de la Virgen, que se yergue majestuosa y dispuesta a acogerlas.
La Ciudad Santa, la Nueva Jerusalén (Fredy Beltrán, 2012) |
En el centro del intradós
una figura representando, no cabe duda y salvando las diferencias, a la Ciudad
Santa, la Nueva Jerusalén (Apocalipsis 21). Se trata de la imagen de una ciudad
levantada en cuadro, rodeada de nubes y completamente amurallada, con sus
atiborradas viviendas de singular arquitectura - sus techos “a dos aguas” - y
con doce portadas de acceso, tres en cada uno de sus lados. Cada portada de
arco de medio punto – que representan las doce tribus de Israel - custodiada
por un ángel alado de larga túnica
blanca ceñida a la cintura por un delgado cordón de color negro. Los ángeles se
encuentran de pie y en actitud orante. En fin, la pintura asume algunos de los
detalles señalados en algunos de los versículos del Apocalipsis capítulo 21, pero
se queda corto en otros.
En la parte inferior de la jamba del lado derecho del arco, la imagen de San Antonio Abad. Patriarca de los monjes de Egipto. Se conoce la vida del abad Antonio, al que la tradición llama el Grande, principalmente a través de la biografía redactada – más allá de los datos maravillosos - por su discípulo y admirador, San Atanasio, a fines del siglo IV.
En su busca de soledad y
persiguiendo el desarrollo de su
experiencia, llegó a fijar su residencia entre unas antiguas tumbas:
“deseando á negarse a toda comunicación humana, se fue á encerrase en una
sepultura distante de la ciudad, cuya puerta solo se franqueaba a un amigo
suyo, que de tiempo en tiempo le traía algunos panes”. Con esta elección demostraba
a las gentes de su tiempo y, porque no, a las de nuestra época, que no se debía
temer a los cementerios y que estos no estaban poblados de demonios. No cabe
duda que la presencia de Antonio entre los abandonados sepulcros era un claro
mentís a tales supersticiones y proclamaba, a su manera, el triunfo de la resurrección.
A San Antonio Abad, se le
representa como un anciano venerable, de larga y tupida barba blanca. Viste un
hábito color castaño oscuro, compuesto por una túnica talar, escapulario y capa
con capucha que le cubre la cabeza. Se encuentra de pie, con la cabeza
ligeramente inclinada hacia abajo y con la palma de su mano izquierda apoyada
en la mejilla del mismo lado, en actitud de observar el esqueleto que alberga
un ataúd de madera con su tapa abierta. Su mano derecha sostiene lo que, a
primera vista, parece ser una gruesa lápida de color blanco grabada con un epitafio, en
letras de color negro, que a la letra reza: QUIEN SERA QUIEN, NO SEA.
San Antonio Abad ( Fredy Beltrán, 2012) |
Sobre la figura de San
Antonio Abad, la imagen de San Nicolás de Tolentino. Monje agustino italiano,
considerado durante siglos como “patrono o abogado de las almas del
purgatorio”. Canonizado por el Papa Eugenio IV, en el año 1446.
San Nicolás de Tlentino (César Maguiña, 1980) |
Se le representa con el
rostro sereno y juvenil (imberbe), el corte de cabello en forma de corona,
llamado tonsura, que lo identifica como monje. Viste hábito negro de anchas
mangas - con muchos pliegues de trazo recto –
ceñido a la cintura por una delgada correa de cuero, propio de la orden
Agustina. Formando parte del hábito, y sobre los hombros, una capa o muceta negra
y un pequeño capuchón. El hábito se encuentra plagado (moteado) de perceptibles
estrellas color amarillo, en alusión, narran sus biógrafos, a la tradición o
creencia de que al ir a la iglesia todas las noches lo guiaba en su camino una
estrella. Al igual que en la pintura de la Virgen del Carmen, el grupo de
ánimas está representado también por dos jóvenes de ambos sexos, de medio
cuerpo, con el torso desnudo y en actitud orante, estos se encuentran, entre
llamas, debajo y a ambos lados del Santo. La correa, extendida y sostenida por
su mano derecha, cruza las llamas (purgatorio) en busca de las ánimas que se
presten asirse a ella.
San Nicolás de Tolentino (Fredy Beltrán, 2012) |
Vista en la que se puede apreciar claramente el moteado de
estrellas en el hábito del Santo
|
Fotografía
César Maguiña Gómez
P. Edwin Fredy Beltrán García
Guillermo Luna Lorenzo
Jorge Izquierdo Castañeda
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