martes, 4 de septiembre de 2018

Requisa de plata labrada de las iglesias de Lambayeque y Chiclayo, para auxilio del Ejército Libertador. 1823 - 1824 (Parte I)



A manera de introducción 

Después de su entrevista en Guayaquil con el general Simón Bolívar, a fines de julio de 1822, el Protector José de San Martín y Matorras, decide, de mutu propio, alejarse del Perú. Meses antes, el 27 de diciembre de 1821, había convocado a elecciones populares - donde solamente participaron los pueblos ya ganados a la patria - con el objeto de elegir un Congreso que dicte la Carta Fundamental. 

La entrevista de Guayaquil

El Congreso Constituyente - el primero de la etapa independiente - se instala en Lima, el 20 de septiembre de 1822. Ante ésta magna asamblea presentó San Martín su dimisión al Protectorado y, acto seguido, abandonó para siempre las tierras peruanas. Así culmina la llamada etapa sanmartiniana en el Perú, que se iniciara con el desembarco de las tropas  aliadas, chileno –argentinas, en la bahía de Paracas, el 8 de septiembre de 1820.

El cuadro que presenta el Perú, después del alejamiento del ilustre argentino, es por demás complicado. El Congreso, después de largas y accidentadas deliberaciones - mostrando así y desde un comienzo su “agudo fraccionalismo” - decide la forma republicana de gobierno, popular y representativo. Echando por tierra las ideas monárquicas de San Martín, Bernardo Monteagudo, José Ignacio Moreno, Hipólito Unanue y buena parte de la aristocracia peninsular y criolla afincada en Lima, en su gran mayoría miembros del tribunal del Consulado.

Elige una Junta de Gobierno (triunvirato) para ejercer el Ejecutivo, bajo la presidencia del general José de la Mar (natural de Cuenca, Ecuador), e integrada por Manuel Salazar Baquijano (peruano) y Felipe Antonio Alvarado (Argentino). Todos miembros del Congreso en calidad de diputados. De ahí, el tácito y permanente control de éste cuerpo legislativo en los asuntos pertinentes a la Junta; de los que también no escapaba su velada injerencia en asuntos estrictamente militares.

Esta Junta, dócil, sin poder, en fin, sin autoridad plena, organizó un ejército, de aproximadamente 4,000 efectivos, que puso en manos del general argentino Rudesindo Alvarado - hermano de uno de sus miembros - para combatir a las fuerzas leales al Rey, en sus reductos del Sur del país. Para esto fue necesario pedir autorización al Congreso. Éste, después de enfrascarse en acaloradas discusiones, en las que la mayoría de sus miembros hicieron gala de un total desconocimiento del arte de la guerra, autorizó la empresa.

La “campaña guerrera del Sur”, denominada “Campaña de Intermedios”, porque sus operaciones consistían básicamente en el desembarco de tropas en puertos menores o intermedios, entre Callao y Arica, con el fin de atacar las guarniciones enemigas concentradas en la sierra, resultó, a las finales, un completo desastre. Las tropas realistas le infringieron dos tremendas derrotas en Torata y Moquegua, el 19 y 21 de enero de 1823. 

La lamentable noticia fue recibida en Lima el 3 de febrero. Esto provoca una justificable reacción entre la población y los mandos del ejército. Al final, y a petición de éstos últimos, la Junta de Gobierno cae. En su reemplazo, la Junta, nombra como encargado interino de la administración del poder ejecutivo al gran mariscal de los ejércitos del Perú José Bernardo de Tagle y Portocarrero, ex – marqués de Torre Tagle, el jefe de más alta graduación en esos momentos. Los jefes de los cuerpos militares acantonados en Lima, solicitan al Congreso la elección de un Presidente. Cargo que, a pedido y presión de ellos mismos, debe recaer en el coronel José Mariano de la Riva Agüero y Sánchez Boquete, figura resaltante de las conspiraciones limeñas.

Riva Agüero asume el cargo el 28 de febrero de 1823, por decreto firmado por Tagle y Portocarrero, convirtiéndose así en el primer Presidente, de facto del Perú. Se le da el tratamiento de Excelencia, se le otorgan facultades excepcionales y, el 4 de marzo, se le asciende a Gran Mariscal de los Ejércitos de la República. Esto último, sin que jamás haya tenido tropas regulares bajo su mando ni, mucho menos, haber participado en alguna acción armada.

José M. de la Riva Agüero y Sánchez Boquete
El general venezolano José Antonio de Sucre y Alcalá, en su calidad de Ministro Plenipotenciario de Colombia ante el gobierno del Perú, presidido, todavía, por Riva Agüero, había arribado al lugar de su destino acompañado de un ejército de 3,000 colombianos. El 21 de junio, el Congreso se reúne en el Callao, dejando de lado el decreto de traslación a Trujillo, y nombra Jefe Supremo Militar del Perú a Sucre.

Antonio José de Sucrey Alc

Los acontecimientos se precipitan. Riva Agüero, ha perdido con esto el mando militar, y, como consecuencia, se distancia del Congreso. El día 22, el órgano legislativo decreta el cese de Riva Agüero en el cargo político, y al día siguiente, el 23, lo exonera del gobierno. La anarquía se apodera de los caudillos peruanos, cada uno cuenta con un grupo que los respalda y la ambición personal embarga sus movimientos. Por un lado Riva Agüero, por otro Tagle, y por último el Congreso.

Riva Agüero, en Trujillo, desconoce la autoridad del Congreso por decreto del 29 de junio, y se propone organizar un nuevo ejército.  Sucre, a quien, como hemos visto, el Congreso le otorgara el poder en junio, lo delega, el 17 de julio, en José Bernardo Tagle y Portocarrero, ex - marqués de Torre Tagle. Éste, reinstala el Congreso, el 6 de agosto, y éste, a su vez, ratifica su autoridad el 7 de agosto. Nueve días después, el 16 de agosto, el Congreso Constituyente lo proclama Presidente Constitucional de la República.
 
Marqués de Torre Tagle

El 25 de agosto de 1823, o sea nueve días después de la ascensión de Tagle a la alta magistratura [...] las fuerzas expedicionarias del Sur, al mando de Santa Cruz, derrotan a las tropas del virrey, comandadas por el general español Jerónimo Valdez, en la batalla de Zepita, a orillas del lago Titicaca. En esta acción de armas los lambayecanos integraron parte del Tercer Escuadrón, conducido por el comandante Eufemio Aramburu. Este oficial patriota había formado, entre abril y junio de 1822, dos escuadrones de lanceros de 150 plazas cada uno en Lambayeque. 

La dama lambayecana doña Catalina de Agüero López Vidaurre, costeó el estandarte de uno de estos escuadrones, el coronel de caballería de Ferreñafe don Baltasar Muro de Rojas y el teniente coronel don Manuel Ojeda, proporcionaron, cada uno, cien pesos “para los que voluntariamente se alistasen en dicho cuerpo”, tal y como consta en la Gaceta del Gobierno del 12 de abril de 1823.
Demás está decir que en esta acción de armas, en la que como hemos visto estuvo presente el prócer lambayecano Pascual Saco Oliveros, quedó demostrado que nada era superior al valor de estos “huerequeques” a caballo.
Según el jefe de la expedición, general Andrés de Santa Cruz, las bajas del lado patriota fueron 28 muertos y 84 heridos, perdiendo también 30 soldados que fueron hechos prisioneros. Se capturó al enemigo un considerable botín consistente en 240 fusiles, 52 caballos ensillados, 240 lanzas, 63 sables y algún otro despojo de guerra. Las bajas realistas fueron 100 soldados muertos y 184 prisioneros" (Izquierdo Castañeda. Lambayeque: Camino al Bicentenario. lambayequealbicentenario.blogspot.com/).
Sin embargo, a las finales, el resultado de esta batalla fue indeciso, ya que tanto el bando patriota como el realista reclamaron la victoria. Lo cierto es que poco después del enfrentamiento armado las tropas realistas se reagruparon y persiguieron a las fuerzas patriotas hasta la costa. En esa penosa marcha, denominada la "Campaña del Talón" por los realistas, los patriotas perdieron gran cantidad de pertrechos y numeroso contingente, ya que solamente retornaron alrededor de 700 hombres, de los aproximadamente 1,600 combatientes, entre ellos el prócer de la independencia de Lambayeque Juan Pascual Saco Oliveros. El Ejército del Sur relativamente ha desaparecido y, con él, el precario y tambaleante gobierno de Riva Agüero.

Éste es el triste panorama que presenta el Perú, a la llegada de Bolívar al puerto del Callao el 1 de septiembre de 1823, a bordo del bergantín Chimborazo. El desorden cunde y devora a los hijos del Sol.

Libertador Simón Bolívar

Dos caudillos tratan, infructuosamente, de regir los destinos de los pueblos libres del Perú: Torre Tagle, en Lima, y Riva Agüero, en Trujillo. Las deserciones patriotas se multiplican, los sueldos se encuentran impagos, los recursos para cubrir los gastos de la Hacienda Pública son escasos, el ejército carente de lo más indispensable para realizar sus operaciones, etc.  En fin, lo recorrido hasta esos momentos, las ventajas obtenidas con enormes sacrificios, dolor y lágrimas, parecen perderse en el horizonte sombrío.

A esto se reduce, en apretada síntesis, el periodo denominado, por el historiador Dr. Raúl Porras Barrenechea la “etapa peruana”, en su lucha por la independencia del régimen español.

Riva Agüero, en su afiebrado afán, loable por cierto, de constituir un ejército cuyos efectivos, tanto de la plana menor como mayor, sean netamente peruanos, lo obliga, en cierta medida, a ejecutar medidas “extremas” para su consecución. Así, ordenó que toda la plata labrada de las iglesias de los pueblos ganados a la noble causa de la libertad, sea requisada inmediatamente para el auxilio del ejército en ciernes,  dejando solo en ellas lo indispensable para el culto. A ésta requisición, no podían estar ajenas, de ningún modo, las iglesias de los pueblos libres de Lambayeque y Chiclayo.

Es precisamente a ésta etapa, a éste turbulento espacio de tiempo de nuestra historia, en que se enmarca el presente trabajo que por razones de espacio lo hemos dividido en tres partes. 

De estos acontecimientos trata nuestro tema: del recuento y embargo de la plata labrada ejecutados en las mencionadas iglesias en 1823 - 1824. Agregando, de paso, que con esto se demuestra, una vez más, que fue el Poder Ejecutivo del Perú él que expidió, a través del Congreso Constituyente, los primeros decretos de las contribuciones obligatorias, forzadas y las requisas en las iglesias.

Los viejos expedientillos, de los cuales hemos extraído los inéditos datos que nos han servido para elaborar las siguientes entregas (Parte II y III), los exhumamos de entre la copiosa papelería que se custodia en el Archivo Regional de Lambayeque (ARL Causas Eclesiásticas 1823). Dada su singular importancia, estoy plenamente convencido que, a la postre, pasara a incrementar el aún incipiente acervo histórico de nuestra región.

En las siguientes dos entregas trataremos, juntos, de darle vida a éstos hechos.

Continuara