El arte de la pintura mural es una de las modalidades o medios de
expresión artística con más antigua data en el Perú. En un claro proceso de
continuidad histórica ésta se desarrolló
plenamente en el antiguo Tahuantinsuyo, al igual que en otras arcaicas
civilizaciones del mundo. Se sabe que los incas recogieron la tradición de
decorar los muros de sus templos de la arquitectura costeña, especialmente de
la cultura mochica. La región Lambayeque presenta importantes muestras de
pintura mural prehispánica, sin contar, claro está, con las que lamentablemente
desaparecieron por el paso inexorable del tiempo, los fenómenos naturales, la
rapiña y la acción depredadora del hombre.
En fin, la pintura mural fue una de las manifestaciones alegóricas que
más llamó la atención a las invasoras huestes españolas desde su arribo en
1532, tanto a los primeros conquistadores como a los misioneros que los
acompañaban. Las crónicas del siglo XVI las mencionan desde 1534. Como hemos
visto, el arte mural se convierte así en uno de los medios de expresión
artística más antiguos en nuestro territorio andino - con especial énfasis en
la costa norte - y su desarrollo pleno abarcó todo el periodo virreinal
manteniéndose activo hasta fines del siglo XIX.
La iglesia San Pedro de Mórrope y su convento; la iglesia San Pedro de
Lambayeque, donde, el 2011, se hiciera el descubrimiento de pintura mural más
significativo de los últimos tiempos, y de la que hemos tratado en otra
oportunidad; la antigua ramada de San
Pedro, hoy Capilla San Francisco de Asís, también en Lambayeque; la iglesia
Santa Lucía de Ferreñafe, y lo que aún se conserva en el ex-convento Santa
María de Chiclayo, en las venerables ruinas de las iglesias de Saña, y en la
iglesia de San Juan de la Punta, en Pomalca, son claros ejemplos de esta
intensa actividad plástica a lo largo del siglo XVII y XVIII, en nuestro medio.
Sabemos que los curas doctrineros o “curas de almas” catequizaban e instruían
a los fieles nativos, en su mayoría profanos, en los principios y misterios de
la nueva religión, a través del discurso figurativo, más claro: de las artes
plásticas, con claros fines didácticos. En ella se mezclaban el concepto
cristiano y la técnica prehispánica, esto último porque se aprovechaban de las
viejas habilidades del aborigen como de los materiales existentes en su
localidad.
Pero sabemos también, que este medio de expresión artística no estuvo
destinado solamente a engalanar estos sacros edificios, también se la encuentra
en la arquitectura civil o domestica. En las antiguas casas solariegas del
centro urbano de Lambayeque. Muestras de estos elementos decorativos la
encontramos en un pequeño patio de la Casa Varillas , en el zaguán y algunos de los
ambientes de la Casa de la Logia o Casa Montjoy, y las que recientemente hemos
ubicado en los techos de la sala y comedor de la casa donde vivera el prócer de
la independencia de Lambayeque coronel Juan Pascual Saco Oliveros.
En todas ellas se utilizo la pintura al temple. Los especialistas nos
dicen que esta fue un de las técnicas pictóricas más antiguas y muy usada en el
virreinato del Perú. No cabe duda que en la elaboración de estos elementos
decorativos prevaleció una razón de prestigio o estatus social, muy acorde con
la época en que fueron ejecutados.
En esta oportunidad,
nuestra atención se centra en las pinturas murales, del siglo XVIII, que
adornan el intrádos y jambas del arco de medio punto de la bóveda que alberga
el retablo del Señor de Ánimas, ubicado en la nave de la Epístola, o sea en el lado
lateral derecho de la iglesia San Pedro de la generosa y benemérita ciudad de Lambayeque.
Debido al mal
estado de conservación en que se encontraba éste retablo fue restaurado en el 2012,
con recursos proporcionados por la parroquia de esta ciudad y bajo la atenta vigilancia
del padre Edwin Fredy Beltrán García. Ésta maquina lignaria - magnifica muestra
del patrimonio cultural mueble de ésta iglesia - vino a suplantar, a finales
del siglo XVIII, a las pinturas antes citadas.
Retablo del Señor de Ánimas (Fredy Beltrán
2015)
En 1980, con motivo
de la realización del primer inventario fotográfico del Patrimonio Cultural del
Departamento de Lambayeque, ejecutado mediante convenio suscrito por la - en
ese entonces - Corporación de Desarrollo de Lambayeque (CORDELAM), y el Centro
de Estudios Arqueológicos de Lambayeque (CEAL), se puso al descubierto buena
parte de estas pinturas que se encontraban ocultas a la vista por encontrarse
justamente detrás del mencionado retablo.
Estas fueron dadas
a conocer al público por el conservador César Maguiña Gómez, a través dos
artículos publicados en el Diario “La Industria” de Chiclayo, bajo los títulos
de “Salvemos el Patrimonio Artístico de Lambayeque”, aparecido en su página
editorial del 12 de octubre de 1980, y “Lambayeque. Pintura Mural del Siglo
XVIII” en el Suplemento Dominical de este mismo Diario. Resulta curioso la
lectura de uno de los párrafos de esta última entrega, y es cuando, Maguiña Gómez,
manifiesta: […]
el fraile dominico Miguel Matamala Ortiz - a la sazón párroco de la Iglesia - tenía
conocimiento de estas pinturas, pero que en ningún momento mencionó de su
existencia a los encargados del inventario”.
Este hecho fue
corroborado por las declaraciones vertidas por el desaparecido y recordado
artista plástico Sr. Marcial Anhuamán Castro – natural del distrito de Moche,
en Trujillo - en entrevista concedida, en el 2013, al padre Edwin Freddy
Beltrán García. A raíz de ella sabemos ahora que a mediados del siglo pasado
(1948) el padre Miguel Matamala, enterado ya de la existencia de las antiguas
pinturas del arco de la bóveda que acoge el retablo del Señor de Ánimas, le
encargó, a Anhuamán, la limpieza del estrecho recinto que separa la parte
posterior del retablo y el muro donde se encuentra enclavado, para que así los
feligreses pudiera apreciar las antiguas pinturas del arco de la bóveda.
Dado que la
afluencia de curiosos espectadores era numerosa y sin ningún orden, se
procedió, poco después, a clausurar con candado las dos pequeñas puertas de
acceso al pequeño espacio, para así evitar daños colaterales a las pinturas
murales. Desde ese momento solamente con permiso especial del párroco de la
iglesia se podía acceder a admirarlas. Parece que a raíz de esto y por que el
acceso se volvió estrictamente restringido, la costumbre desapareció muy pronto
al igual que la febril admiración demostrada al principio por lo que con el
correr de los años llegaron a pasar inadvertidas.
En el 2010, a raíz
de los trabajos de limpieza y fumigación a que fueron sometidos, por la
parroquia de Lambayeque, los retablos del templo lambayecano, salieron
nuevamente a la luz estas significativas pinturas murales. El conjunto decorativo
ha llegado hasta nosotros prácticamente completo, sin cambios ni
intervenciones, tal y como fue concebido, salvo los derivados del paso del
tiempo y los lamentables desprendimientos en sus bases producto de las sales. Las
pinturas murales están realizadas sobre un soporte de yeso, cal y arena adherido
a la mampostería de hiladas de ladrillo y piedra de que está compuesto el arco y
los muros laterales (jambas) de la bóveda.
Las
representaciones están creadas con la técnica pictórica al temple, predominando
los colores rojo, castaño oscuro, negro carbón y verde esmeralda. Las pinturas
son opacas y mates y han mantenido su color inalterable pese al paso del
tiempo. En concreto estamos ante un conjunto de cinco figuras que representan
una clara apología de las ánimas del purgatorio. Culto que se caracterizó siempre por ser una manifestación de la
religiosidad popular.
En 1274, el segundo
Concilio de Lyón, el que fue el XIV Concilio Ecuménico de la Iglesia Católica,
estableció el dogma de la existencia del purgatorio, y el Concilio de Trento
(1545 - 1563) declaró dogma de fe su existencia. El Catecismo de la Iglesia Católica , publicado por
el Papa Juan Pablo II, en 1992, texto de máxima autoridad para todos los
cristianos del mundo, nos dice: “El
Purgatorio es el lugar adonde van las almas de las personas que mueren en
gracia y amistad de Dios pero no perfectamente purificados, sufren después de
su muerte una purificación, para obtener la completa hermosura de su alma”
(Catecismo 1030). Esta purificación es totalmente distinta
al castigo en el infierno. Por su parte el Papa Benedicto XVI, dijo, en el
2011, que el purgatorio “no
es un lugar en el espacio del universo, sino un fuego interior, que purifica el
alma del pecado”.
Conceptos aparte, esta
demás decir que este significativo programa iconográfico demanda, por su excepcionalidad,
un estudio propio, además de una inmediata intervención. Nosotros nos
limitaremos a hacer una ligera descripción de sus componentes, reconociendo, de
paso, las representaciones que en su momento no fueron debidamente
identificadas, así como el hallazgo de la parte inferior de una de las figuras
que pasó inadvertida en su oportunidad y que, felizmente, lográramos
fotografiar en el año 2000. Hoy, lamentablemente, casi la totalidad de esta
parte de pintura mural ya no existe.
A continuación,
hagamos una ligera descripción de cada una de las imágenes que conforman este
significativo mural.
Debajo y en el lado
izquierdo del arco – desde el punto de vista del observador - se puede apreciar
una figura antropomórfica, un esqueleto. Imagen pictórica muy popular en el
renacimiento, convertida en la representación de la muerte. Para el mundo
cristiano la muerte es un transito desde la vida terrenal hacia Dios. Los que
profesan la fe de Cristo, piensan que al morir el cuerpo se corrompe, pero el
alma sobrevive. La muerte es el descanso eterno junto al Creador, aunque para
alcanzar el cielo, habrá sido preciso cumplir con los diez mandamientos que
Jesús dio a sus discípulos.
La Muerte (César
Maguiña 1980) La Muerte (Memo Luna 2012)
En el mural, la
tradicional figura literaria de la muerte, se muestra de frente, con la cabeza
descarnada ligeramente hacia la derecha y sus dos cuencas vacías. Se aprecia
nítidamente la caja torácica trazada de huesos, al igual que la columna
vertebral y parte de la cadera del lado izquierdo, la otra se encuentra oculta
por parte de un largo manto negro que le cubre la cabeza y la espalda; sabemos
que en la sociedad occidental, el negro es el color de la muerte, del luto.
El brazo derecho,
separado del cuerpo a la altura de la cadera, sostiene en su mano un Reloj de
Arena, que destacó en el siglo III y consistía en dos recipientes esféricos de
vidrio unidos con un estrecho canal que unía ambas partes llegando a poder
controlar todo un día. Éste Posee un valor simbólico porque es el instrumento
que más visiblemente representa el fluir constante del paso del tiempo y su
consecuencia la muerte: la muerte símbolo a su vez de la fugacidad del tiempo y
de la vida.
La mano del brazo
izquierdo, tendido hacia abajo, sujeta una guadaña con el filo puesto hacia
abajo. Símbolo de la muerte la guadaña, como la muerte, es la representación de
aquello que todo lo iguala, simbolizando que a todo ser viviente, de cualquier
clase social, le llegará su hora de partir hacia el más allá.
Debajo y al lado
derecho de la figura esquelética, al filo de la guadaña, se podían observar
tres cabezas cadavéricas simbolizando los tres estamentos sociales, la nobleza
con corona, el clero representado por un obispo o abad con mitra y el estado
llano. Es, una vez más, la propaganda de la Iglesia Católica
potenciada desde el Concilio de Trento. La muerte nos llegará a todos y de nada
valdrán las riquezas materiales, sólo las buenas obras. En fin, se trataría de
una modesta formulación iconográfica de la muerte triunfante en torno a las
vanitas.
Parte inferior de la imagen de la Muerte, hoy desaparecida (J. Izquierdo 2000)
Sobre la
representación de la muerte, se distingue una imagen de la Virgen del Carmen, de pie y
coronada como reina de los ángeles. Se le reconoce por el hábito carmelita, es
decir túnica marrón y capa blanca abrochada al centro por un medallón; luce en el
pecho el escudo de la Orden.
No lleva tocado y presenta una larga y rizada cabellera.
Sostiene en su mano izquierda un escapulario. Es la intercesora de las ánimas
del Purgatorio. Una antigua tradición narra que la Virgen había prometido
visitar en el purgatorio a sus devotos, el sábado próximo a la muerte de ellos
y concederles descanso.
Virgen del Carmen (César Maguiña 1980) Otra vista de la imagen
(Memo Luna 2012)
Las figuras de ánimas del Purgatorio - que han muerto en gracia de Dios
pero aún no han alcanzado el estado de pureza - están representadas por dos
personajes de medio cuerpo, con el torso desnudo y en actitud orante, estos se
encuentran, entre llamas, debajo y a ambos lados de la Virgen. No muestran en
sus semblantes el pánico y horror de las almas condenadas en el infierno, pues
confían en la intersección de la
Virgen , que se yergue majestuosa y dispuesta a acogerlas
En el centro del intrados
una figura representando, no cabe duda, a la ciudad santa Jerusalén, en fin, el Paraíso. Se trata de
una ciudad cuadrada y cercada de altos muros. Alberga en su interior atiborradas viviendas de singular
arquitectura, con sus techos “a dos aguas”, y con doce portadas de acceso. Éstas representan a las doce tribus de los hijos de Israel; "...tres puertas al oriente, tres puertas al septentrión, tres puertas al mediodía, tres puertas al occidente. El muro de la ciudad tenía doce fundamentos, y sobre ellos doce nombres de los apóstoles del Cordero" (el Apocalipsis del Apóstol San Juan).Cada
portada, de arco de medio punto, custodiada por un ángel alado de larga túnica
blanca ceñida a la cintura por un delgado cordón de color negro. Los ángeles se
encuentran de pie y en actitud orante.
Imagen del Paraíso (César Maguiña 1980)
Vista en detalle de uno de los ángeles custodiando una de las
puertas
En la parte
inferior de la jamba del lado derecho del arco, la imagen de San Antonio Abad. Patriarca
de los monjes de Egipto. Se conoce la vida del abad Antonio, al que la
tradición llama el Grande, principalmente a través de la biografía redactada –
más allá de los datos maravillosos - por su discípulo y admirador, San
Atanasio, a fines del siglo IV.
En su busca de
soledad y persiguiendo el desarrollo de su experiencia, llegó a fijar su
residencia entre unas antiguas tumbas: “deseando á negarse a toda comunicación
humana, se fue á encerrase en una sepultura distante de la ciudad, cuya puerta
solo se franqueaba a un amigo suyo, que de tiempo en tiempo le traía algunos
panes”. Con esta elección demostraba a las gentes de su tiempo, y por que no a
las de nuestra época, que no se debía temer a los cementerios y que estos no
estaban poblados de demonios. No cabe duda que la presencia de Antonio entre
los abandonados sepulcros era un claro mentís a tales supersticiones y
proclamaba, a su manera, el triunfo de la resurrección.
A San Antonio Abad,
se le representa como un anciano venerable, de larga y tupida barba blanca.
Viste un hábito color castaño oscuro, compuesto por una túnica talar,
escapulario y capa con capucha que le cubre la cabeza. Se encuentra de pie, con
la cabeza ligeramente inclinada hacia abajo y con la palma de su mano izquierda
apoyada en la mejilla del mismo lado; en actitud de observar el esqueleto que
alberga un ataúd de madera con su tapa abierta. Su mano derecha sostiene lo que,
a primera vista, parece ser una gruesa lápida de color blanco con un epitafio,
en letras de color negro, que a la letra reza: QUIEN SERA QUIEN, NO SEA.
San Antonio Abad (Fredy Beltrán 2012)
Sobre la figura de San
Antonio Abad, la imagen de San Nicolás de Tolentino. Monje agustino italiano, considerado
durante siglos como procurador, patrono o abogado de las almas del purgatorio.
Una tradicional leyenda narra que Nicolás vio en un sueño que un numeroso grupo
de almas del purgatorio le suplicaban que ofreciera oraciones y misas por
ellas. Desde ese momento se dedicó a ofrecer muchas misas por su descanso. De
esto se desprende también su presencia en el mural. Nicolás, pasó gran parte de
su vida en el convento de tolentino. A consecuencia de su frágil salud, deteriorada
debido a los continuos ayunos, insomnios y penitencias, dejó de existir el 10
de septiembre de 1305. Fue canonizado por el Papa Eugenio IV, en el año 1446.
San Nicolás de Tolentino (César Maguiña 1980) San
Nicolás de Tolentino (Fredy
Beltrán 2012)
Se le representa
con el rostro sereno y juvenil (imberbe), el corte de
cabello en forma de corona, llamado tonsura, que lo identifica como monje. Viste
hábito negro de anchas mangas - con muchos pliegues de trazo recto – ceñido a la cintura por una delgada correa de
cuero, propio de la orden Agustina. Formando parte del hábito, y sobre los
hombros, una capa o muceta negra y un pequeño capuchón. El habito se encuentra
plagado (moteado) de perceptibles estrellas color amarillo, en alusión, narran
sus biógrafos, a la tradición o creencia de que al ir a la iglesia todas las
noches lo guiaba en su camino una estrella. Al igual que en la pintura de la
Virgen del Carmen, el grupo de ánimas está
representado también por dos jóvenes de ambos sexos, de medio cuerpo, con el
torso desnudo y en actitud orante, estos se encuentran, entre llamas, debajo y
a ambos lados del Santo. La correa, extendida y sostenida por su mano derecha,
cruza las llamas (purgatorio) en busca de las ánimas que se presten asirse a
ella.
Vista en la que se puede apreciar claramente
el moteado de estrellas en el hábito del Santo
Fotografías
César Maguiña Gómez
P. Edwin Fredy Beltrán García
Guillermo Luna Lorenzo
Jorge Izquierdo Castañeda
©Todos lo Derechos Reservados. Jorge Izquierdo Castañeda