miércoles, 28 de febrero de 2018

El fatídico fenómeno de “El Niño" del verano de 1828, en Lambayeque

Calle Junín en escombros. Eten 1983. F. Vallejos 

“El mayor conocimiento de El Niño ha llevado a la conclusión de que hoy los meteorólogos no están en condiciones de predecirlo con antelación”. 
                                                                        Tomás Unger.

En pasados siglos nuestra región y en especial la ciudad de San Pedro de Lambayeque, soportaron la devastadora presencia del cíclico o recurrente fenómeno de “El Niño”, con una periodicidad impresionante. Los años de 1701, 1720, 1728 y 1791, en el siglo XVIII, y los de 1828, 1871, del bienio de 1877-1878 y 1895, en el siglo XIX, figuran en los anales de la nuestra incipiente historiografía regional como los más desastrosos. Las alteraciones producidas por la corriente de “El Niño” en el bienio de 1925-1926, en el bienio de 1982-1983, y en el bienio de 1997-1998, fueron las más catastróficas de las ocurridas en el siglo XX. 

Ésta fue, a todas luces, una de las principales causas del paulatino éxodo de pobladores denominados “notables” - por su vasto poder económico - de la ciudad de Lambayeque en el siglo XIX. Algunas de estos personajes eran descendientes directos de aquellas acaudaladas familias que optaron por trasladarse a ésta ciudad luego de abandonar la Villa de Santiago de Miraflores de Saña, fundada en 1563 y arrasada por un Niño asesino el 15 de marzo de 1720.  

Los copiosos aguaceros y las fatales inundaciones doblegaron, al final, el espíritu de aquellas “copetudas” familias que con su impulso forjaron el “evocador” y tradicional paisaje urbano de ésta, hogaño, generosa y benemérita ciudad. Espacio nutrido de hermosas casonas solariegas del que hasta hace algún tiempo atrás se vanagloriaban, con cierta nostalgia, los viejos lambayecanos.

Sin embargo, sabemos que una primera e importante emigración de “vecinos principales”, ya se había producido poco tiempo después de que las fuertes lluvias y una pavorosa inundación asolaran el pueblo de Lambayeque en el verano de 1791.
El coronel Manuel Casimiro Bonilla Castro, natural de Eten, en su conferencia  Llampallec, nos dice: 
     
    “Lambayeque por su situación geográfica vio marchitarse su Florencia. Las aguas del Taymi que con el riego de sus vastos campos le habían producido esplendor durante todo el siglo XVIII y el primer cuarto del XIX, amenazáronla en 1791 y la devastaron en 1828” (sic). (Bonilla Castro, 1920, p. 215)

Es precisamente de ese último caluroso y devastador verano de 1828, del que trataremos brevemente en esta entrega. En realidad un fenómeno de “El Niño” catalogado de “Muy Fuerte” por los especialistas. Para esto, hemos tomado como fuente de primera mano el artículo que publicáramos en 1986, en el Diario “La Industria” de Chiclayo, bajo el título: Las lluvias de 1828 en Lambayeque. Veamos.

 LAS LLUVIAS DE 1828 EN LAMBAYEQUE

Había venido desempeñando el cargo de subprefecto de la provincia de Lambayeque el coronel Rafael Saco Oliveros, hermano del prócer de la independencia de Lambayeque coronel Pascual Saco Oliveros, pero una súbita enfermedad (?) lo alejó repentinamente del cargo.

Ante esta situación y atendiendo un clamoroso pedido de Saco, la prefectura con sede en la ciudad de Trujillo y a cuya cabeza se encontraba el general Luís José de Orbegoso y Moncada, nombró en su reemplazo al coronel José María Raygada y Gallo, natural de la ciudad de Piura, que se encontraba en Lambayeque al mando del regimiento “Húsares de Junín”.

Raygada, se había incorporado a las fuerzas patriotas después de plegarse al movimiento emancipador efectuado en Piura el 4 de enero de 1821, donde inmediatamente asumió la dirección de las fuerzas revolucionarias con el grado de Subteniente de Cazadores. Concurrió a la batalla de Pichincha (24/5/1822), estuvo presente en la batalla de Zepita (25/8/1,823). Ascendido a Sargento Mayor participó en las decisivas acciones de Junín (6/8/1824), Colpahuayco (3/12/1824) y Ayacucho (9/12/1824). Hizo la campaña que el general Antonio José de Sucre dirigió sobre el Alto Perú, a fin de reducir al general español Pedro Antonio de Olañeta Marquiegui. Hasta aquí su foja de servicios al momento de asumir el cargo de subprefecto de la provincia de Lambayeque. 

Todo parece indicar que a este ilustre militar de brillante actuación - como veremos más adelante - en la salvación de la amenazada ciudad de Lambayeque, no le pareció nada bien el sorpresivo alejamiento de Rafael Saco. Así lo deja entrever en el párrafo de una nota dirigida a la prefectura, en la que manifiesta que dicho coronel […] se encontraba más preocupado en salvar su persona, su familia y pertenencias con motivo de la inundación”. Casos y cosas de nuestros “patricios” (Izquierdo Castañeda, 1986, p. 2).

José María Raygada y Gallo
Continuemos:

Con fecha 21 de febrero de 1828, y a instancias de la prefectura del departamento, el coronel Raygada convocó a una reunión de emergencia a las autoridades y vecinos principales en el local de la Municipalidad de Lambayeque. El asunto a tratar: salvar a la población de la inminente inundación que la amenazaba. Después de ardua y, por momentos, acalorada deliberación, dos vecinos principales de la ciudad ofrecieron franquear de su propio peculio la suma de 500 pesos para la obra que había meditado el ingeniero Alberto Bronsson (?), con la calidad de ser reintegrados en su totalidad de los fondos de la caja municipal.

Con estos emolumentos se comenzó a construir una enrejada en “Huaca Tendida”, situada al noreste de la ciudad, con la intención de impedir el avance de las aguas. Dicha enrejada cumplió en buena parte su cometido, ya que por esos días la ciudad debería estar reducida a escombros por la fuerza que presentaban las aguas contra su estructura.

El 10 de marzo, el coronel Raygada informaba a la Prefectura:
    
    Dicha enrejada no ha tocado en su conclusión por haberlo estorbado caudalosas corrientes que aparecen, pero – anotaba optimista – tan luego que su naturaleza consienta el primer descanso, continuara la obra hasta su totalidad, venciendo los obstáculos que a ellos se opongan (el subrayado es nuestro) (Ibíd., 1986, p. 2).

El investigador Guillermo Figueroa Luna, da cuenta de una carta dirigida el 14 de marzo por el prefecto de Trujillo, general Luís José de Orbegoso, al subprefecto de Lambayeque. O sea cuatro días después de haber recibido el informe de Raygada sobre los acontecimientos en Lambayeque. En ella el prefecto manifestaba:
     
    “He sido instruido de las medidas que adoptó para salbar esa ciudad de la ruina que la amenasaba con motivo de la abundancia de las aguas…Yo espero pues que V.D. perfeccione la obra que para el efecto emprendió, y lo ponga a cubierto de todo peligro, y como conozco su carácter y actividad estoy confiando en el buen resultado” (sic) (Figueroa Luna, 1996, p. 4). 

Luís José de Orbegoso y Moncada

Pero lamentablemente llegó el fatídico día. El 16 de marzo de 1828, la ciudad de Lambayeque fue invadida por una impetuosa corriente del río que saliendo “de madre” o “caja”, inundó la parte septentrional de la población. Torrenciales lluvias arruinaron la casa municipal y, en horas de la noche, una horrorosa tormenta sorprendió a los habitantes con relámpagos, truenos y rayos.

El fenómeno El Niño de 1828, tuvo un gran impacto en la costa del Perú, afectando principalmente las ciudades de Trujillo, Lambayeque y Piura. En el Calendario y Guía de Forasteros de Lima para el Año de 1829, publicado por el Cosmógrafo Mayor doctor José Gregorio Paredes, se hacen referencias a lo ocurrido en la provincia de Lambayeque, veamos algunos párrafos:
     
    "Los estragos que padecieron la ciudad de Lambayeque y su provincia son verdaderamente lamentables […] Una parte de la ciudad fue inundada por las aguas desbordadas del canal Tayme…el resto de ella quedó aislado estropeado y a trechos demolido por una copiosa e incesante lluvia de cuatro días” […] el conductor de correos llegó a la casa administración (de Lambayeque se entiende) embarcado en una balsa que hubo de tomar desde dos leguas antes de la población y los consternados habitantes iban a asilarse a las huacas y médanos de arena” […] La ciudad de Saña, antigua capital de la provincia, Olmos, y Pacora fueron destruidos, y Mórrope, Eten, Reque, San Pedro, Chiclayo y otros varios pueblos sufrieron casi la misma suerte con pérdida incalculable de las casas, oficinas, ganados y cementeras” (sic) (Cf. Rocha Felices, 2016, p. 8).

Carlos J. Bachmann, en su obra: Departamento de Lambayeque. Monografía Histórico-Geográfica, escribe:
   
   "En 1828 las avenidas desbordaron el río por el Este y una nueva inundación destruyó una parte de la población y casi la otra banda, que así se llamaban los barrios que estaban al N. del río..." (Ob. Cit.: 1921, p. 214).

Ricardo Miranda Romero, en su Monografía General del Departamento de Lambayeque, nos dice que la ciudad de Lambayeque:
    
    […] fue invadida por una impetuosa corriente del río que saliendo de madre  invadió la parte septentrional de la población. Lluvias torrenciales derrumbaron la casa del Ayuntamiento, y en la noche, una horrorosa tormenta sorprendió a los habitantes, con relámpagos, rayos y truenos espantosos. Se cuenta que en una extensión de más de dos leguas en contorno (aproximadamente 10 kilómetros) de lo que había sido Lambayeque se navegaba en botes y balsas” (Ob. Cit.: 1927)

Y como si esto fuera poca cosa el 30 de marzo, siendo la una y diez de la tarde, un terremoto de una duración de 29 segundos acabó de arruinar Lambayeque. Miranda Romero, agrega:
    
    […] las circunstancias de haber mediado pocos días entre la inundación y el terremoto, hizo pensar a muchos que entre el fenómeno meteorológico y el fenómeno sísmico existió relación” (Ibíd.).

Ahora bien, con fecha 23 de marzo de 1828, siete días antes del aludido terremoto, el coronel Raygada había enviado a la Prefectura del Departamento, un detallado informe sobre los desgraciados acontecimientos del día 16 de marzo, en la ciudad de Lambayeque. 

Histórico documento que a la letra reza:

PREFECTURA DEL DEPARTAMENTO
23 de Marzo de 1828
     
    “El 16 del corriente recibí un parte comunicándome que el río Taymi en Ferreñafe, había roto su cauce superior al de ésta ciudad, y descendido sobre él cuya unión amenazaba grave perjuicio a este vecindario. En efecto, las crecientes que de contado se advirtieron fueron tan grandes que inundaron íntegramente el otro lado del puente, destrozando las tierras y chacaras (sic)  situadas en su terreno, y el caudal de aguas que había manifestaba que no solo debía tocar por aquel punto sino al de la población…En tan criticas circunstancias, y estar el ingeniero Dn. Alberto Bronsson gravemente enfermo, se hallaba la ciudad en peligro por la inercia de sus vecinos representativos é indolencia popular que no permitía resolver un arbitrio capaz de su salvación. Sin embargo se reunió el Cabildo á tratar de las materias, y se tocaron las campanas para que compareciese el pueblo, y el primero chocando en opiniones diferentes no acordaron cosa alguna remediable en el conflicto, y el segundo a pesar de los tambores y campanas con que se les provocaba a la reunión, nadie comparecía a prestar sus servicios.
     
    Centralmente me mantuve yo entre tanto que la municipalidad como representante del pueblo salvaba mi responsabilidad en las providencias que expidiese en su acuerdo en favor de la ciudad; más convencido al fin que ésta Corporación por más diversos sentimientos, no adoptaba medios interesantes, yo no podía ser indiferente a la destrucción de un pueblo que se me había confiado, pero restringidos mis conocimientos en razón de que no profeso la hidráulica me consulte con algunos imparciales, y por ellos dispuse dar un corte por la parte de unos médanos que aunque tendía en perjuicio de infinitas chacras, éstas siempre lo sufrían aún sin tal operación, y yo lograba llamar la fuerza del agua por un costado de la ciudad. Para realizar esta providencia tuve que denudar el sable y salir personalmente por las calles, acompañado de muchos vecinos principales, obligando a los hombres concurriesen al trabajo, que al fin pude conseguir, y mediante el cual ha conservado hasta hoy el centro de la ciudad, pues todo su círculo está tomado por el río, y destruidas las calles que forman el contorno.
     
    Instruido ya V.S., del estado actual en que nos hallamos por ésta parte, es preciso sepa también por otra los incalculables perjuicios que han causado los aguaceros en ésta provincia la que toda ya en la totalidad de su ruina, porque sus cementeras, producciones y cosechas, han sido disueltas por las lluvias y aún los acopios depositados en las casas, han corrido igual suerte por su destrucción. Las haciendas y campiñas se han inundado como los tránsitos, y las poblaciones de Ferreñafe, Olmos, Motupe, Jayanca, Monsefú, Eten y Chiclayo han perdido muchísimas casas, esperando las que existen otro ataque de aguacero para tocar su último exterminio. Ignoro el estado en que se halla San Pedro, pero probablemente no debe haber escapado del mal. Doble fracaso padece ésta ciudad, porque aun cuando su centro no sea invadido por el rio es irresistible a la lluvia que va venciendo por todas partes sus edificios, siendo en esto un testimonio la casa del Cabildo que ocupo, de cuya parte en ruinas escapé felizmente”. (Izquierdo Castañeda, 1986, p. 2).

Hace algunos meses atrás, mi dilecto amigo el bibliófilo y bibliógrafo chiclayano Miguel A. Díaz Torres, me proporcionó la copia – que insertamos a continuación - de una inédita e interesante fotografía que registra la ceremonia realizada en la ciudad de Lambayeque con motivo de la Jura de la Bandera el 7 de junio de 1828. Al extremo derecho de la fotografía podemos apreciar una histórica vista del antiguo local de la Municipalidad Provincial de Lambayeque; edificio que fuera construido en las dos últimas décadas del siglo XIX.
 

Jura de la Bandera en Lambayeque. 7 de junio de 1928 (Cortesía: Miguel  A. Díaz Torres).   

Éste inmueble vino a suplantar al primitivo local de dos pisos y magnifico balcón de madera construido en el siglo XVIII, y que como hemos visto en el informe presentado por el subprefecto coronel José María Raygada, se arruinó como consecuencia de las torrenciales lluvias del fatídico verano de 1828. Del local de siglo XIX, solamente se conserva, hasta nuestros días, su portada de ingreso, situada justo en frente de la puerta de acceso a la iglesia San Pedro de ésta generosa y benemérita ciudad.

Prosigamos:

Según el Calendario y Guía de Forasteros, en Lambayeque, las fuertes precipitaciones pluviales duraron por espacio de 4 días. El centro de la ciudad se salvó del peligro inminente de una fatal inundación gracias a los denodados esfuerzos del coronel Raygada, pero, desgraciadamente, por efecto de las aguas desbordadas del canal Taymi […] el resto de ella quedó aislado estropeado y a trechos demolido”. En fin, los estragos que padeció la provincia de Lambayeque fueron verdaderamente lamentables.

La respuesta de la prefectura al informe emitido por Raygada, llegó a ésta ciudad cinco días después, el 28 de marzo. En ella, Orbegoso, manifiesta:
     
    “He recibido el parte que con fecha 23 del corriente me da V.S. sobre el estado deplorable que quedado reducida la ciudad…y la catástrofe de varias poblaciones de la provincia…Yo he mirado con el más grande sentimiento acontecimientos tan desgraciados… (pero) me prometo tomara V.S. aquellas medidas que estuviesen a sus alcances”.
     
    En lo que toca a la traslación del Regimiento húsares de Junín que V.S. jusga (sic) indispensable…el único lugar aparente es esta ciudad (Trujillo) (Y como) no puede traer consigo la cavallada (sic), es de absoluta necesidad sea conducida al poblado de Olmos, en cuya comprensión y en la parte inmediata del despoblado deben las mismas lluvias haber producido pastos abundantes” (sic) (Figueroa Luna, 1997. p. 4).

Como se podrá advertir, la preocupación del prefecto se centraba, más que todo, en el acopio de recursos y forrajes para la monta del Ejército - con motivo de la inminente guerra con la Gran Colombia - que en el gran problema que aquejaba a la comarca lambayecana, a la cual, sabemos, en ningún momento brindo su apoyo. 

Se dice también que - una vez pasado el mal tiempo - los poderes públicos hicieron cuanto fue posible para aliviar la situación de ésta ciudad, más todo fue inútil. Los habitantes emigraron habiéndose establecido muchas familias en Chiclayo y otras jurisdicciones, temerosos que se repitiera el fenómeno el siguiente año.

Miranda Romero, anota:

    "Como después de la inundación del año 28, no existiera Lambayeque sino en ruinas, fue Chiclayo la residencia obligada de los que venían de fuera, ya como autoridades o como empleados, o ya como simples comerciantes..." (Ob. Cit.: 1927).


Bibliografía consultada

BACHMANN, Carlos J. Departamento de Lambayeque. Monografía Histórico – Geográfica. 1921. Imprenta Torres Aguirre, Lima.

  

BONILLA CASTRO, Manuel Casimiro. Llampallec. Boletín de la Sociedad geográfica de Lima. Lima: 1920. T. XXXVI. n° 4, p. 245 - 282.
  
FIGUEROA LUNA, Guillermo.La Guerra y las Lluvias. Los bélicos esfuerzos en el aluviónico año de 1828. Suplemento Dominical del Diario “La Industria” de Chiclayo,19/10/1997

IZQUIERDO CASTAÑEDA, Jorge. Las lluvias de 1828 en Lambayeque. Diario “La Industria” de Chiclayo. 1986.

MENÉNDEZ RÚA, Ángel. Boceto Histórico de la Iglesia de Lambayeque . Imprenta La Gaceta. Lambayeque - 1935.

MIRANDA ROMERO, Ricardo A. Monografía General del Departamento de Lambayeque. Talleres Tipográficos “El Tiempo”, Chiclayo, 1927.

ROCHA FELICES, Arturo. LAS LLUVIAS DE 1828 EN LA COSTA NORPERUANA. Marzo 2016.