miércoles, 28 de diciembre de 2011

La "Casa de La Cotera" o "Casa Descalzi" en Lambayeque


Casa de la Cotera o Descalzí en Lambayeque
En julio del 2005, culminamos con la paciente tarea de llevar acabo la investigación histórica de esta hermosa casa solariega virreinal lambayecana, ubicada en la antigua calle "Real de Mercaderes", conocida después bajo las nomenclaturas "del Comercio", "Victoria" e "Independencia" y, desde fines del siglo XIX, como calle "8 de Octubre". Mansión dieciochesca, signada con el número 345, y declarada Patrimonio Cultural de la Nación, mediante Resolución Jefatural Nº 009 - INC, del 12 de enero de 1989. Todo esto, en aras al veraz y real conocimiento del proceso vital del Patrimonio Cultural inmueble lambayecano, y con ello propender al desarrollo de la promoción turística al interior de esta Generosa y Benemérita ciudad.

En esta entrega daremos a conocer los inéditos pormenores de su devenir en el tiempo, no sin antes dejar constancia que su actual denominación obedece al hecho de haber sido la familia Descalzí, de origen italiano, una de sus últimas propietarias; siguiendo con esa vieja tradición de nombrar a las viviendas por un hecho trascendental acaecido en ellas o por el apellido de sus legítimos dueños.

Síntesis cronológica. Siglo XVII

Después de afanosa búsqueda, el antecedente más temprano que hemos podido localizar es que a mediados del siglo XVII, el indio principal don Nicolás Nuquequé era propietario, por herencia de sus antepasados, de una primitiva "casa, sitio y  solar", en parte del terreno donde se levanta hoy la denominada casa "Descalzi", con su frontera a la vieja calle "Real de Mercaderes".

El 11 de mayo de 1698, su hijo y único heredero don Pedro Felipe Nuquequé, "Alcalde ordinario de los indios naturales" de la ciudad de Trjillo, otorgó Poder al Maestre de Campo don Joseph Bernardino Temoche Farrochumbi, cacique principal y gobernador de los pueblos de Lambayeque y Ferreñafe, ante el escribano público y de cabido de Trujillo, don Francisco Ángel Cortijo Cueros, para que especialmente venda dichos bienes. (Causas Civiles 1782. Archivo Regional de Lambayeque).

El patronímico Nuquequé lo encontramos con la denominación de "Noquique", en el ensayo "El Dueño de Indios" de la historiadora norteamericana Susan E. Ramirez, aparecido en 1993. Este era el nombre de un antiguo asentamiento reducido en el pueblo de Cherrepe por el año de 1584. De lo que se deduce eran los Nuquequé pachacas principales de esta primitiva comunidad nativa, hoy desaparecida.

El 3 de julio de 1698, el cacique Temoche, en virtus del poder concedido, vendía el "...pedazo de sitio y casa" de la calle "Real de Mercaderes", con sus "...dos puertas, cerraduras y llaves corrientes". al Comisario General de Caballería don Andrés de Rubiños y Andrade. En el instrumento de venta se hacía constar sus linderos y las "...veinte y seis varas y media de largo y diez y seis, y dos trecias de ancho" que medía.

El 28 de enero de 1699, doña María Rosa Minollulli y su hijo don Marcos Sono, alcalde ordinario del pueblo de San Pedro de Lambayeque, enajenaban, ante es escribano de cabildo de los naturales de este pueblo capitán don Martín Ñuum, un "pedazo de sitio", situado a espaldas del anterior, de "...veinte varas de largo y ocho varas de fondo", al mismo don Andrés de Rubiños y Andrade.

Reseña Cronológica. Siglo XVIII

El 4 de septiembre de 1722, el alférez don Simón Jácome de Brenes, compraba, por la suma de 52 pesos de a ocho reales, los "...dos sitios y solares conjuntos" al Licenciado don Manuel Joseph de Rubiños y Andrade, hijo legítimo y heredero de don Andrés Rubiños y Andrade, que como hemos visto anteriormente éste los había adquirido, a fines del siglo XVII, de los Nuquequé y Minollulli. La escritura de venta se ejecutó ante el notario público y de cabildo don Lino de Herrera (Protocolos. Año 1722. Fol. 96 v. ARL).

Brenes había nacido en la Villa de Santa Cruz, en el Reyno de Mallorca; hijo legítimo de don Jacobo de Brenes y de doña Catalina Rattela. Casó en Lambayeque con doña Micaela Guerrero de Miranda, hija legítima del capitán don Antonio Guerrero y de doña Blaza Muñoz y Miranda.

Doña Micaela, redactó su testamento el 13 de mayo de 1771, documento que no firmó "por que dijo no saber escribir", a ruego de la otorgante lo hizo don Joaquin Baltazar de Agular. En el instrumento hace constar que durante su matrimonio con el Alférez Brenes tuvieron por legítimos hijos a nueve vástagos, "...de los cuales murieron cinco los dos de ellos que fueron Pedro Nolasco y María Antonia en la menor edad y María de las Mercedes, María Luisa y María Ignacia Brenes, murieron ya en la mayor edad, y solo viven don Juan Anacleto, don Manuel, don Rafhael y don Matheo Brenes".

En otra cláusula de su testamento declara dejar por sus bienes la casa en que moraba "...Cita en la calle Real de este dicho Pueblo que linda por el medio día con Josefa Nugun, y con el corral de don Justo de Rubiños y Andrade, por el septentrión con casa de Pedro Carrasco, Nicolás Chuzo, e Ignacio Sinsay, por el oriente, que es a sus espaldas, con sitio de don Juan Joseph Vidaurre, casa de Toribio Cetrino, y un pedazo de sitio que vendi al Licenciado don Manuel de Rubiños y Andrade, la cual dicha casa compró el expresado mi marido durante nuestro matrimonio...". Por último manifestaba dejar como su albacea testamentario y "tenedor de sus bienes", a su legítimo hijo don Manuel de Brenes y, a falta de éste, al resto de sus hijos. (Manuel Vasquez Meléndez. 1770 - 1775. Legajo 02. Fol. 66. ARL).

Todo parece indicar que para el año de 1780, y ya difunta doña Micaela y, tal vez, don Manuel de Brenes, quedaba solamente como  su albacea testamentario su otro hijo don Juan Anacleto de Brenes Guerrero de Miranda, natural de lambayeque y residente en la ciudad de Lima, o, en su defecto, en él había recaído el Poder, ya que 14 de agosto, del citado año, otorgaba una Carta Poder a su hijo Fray Policarpo de Brenes, ante el escribano don Santiago Martel, para que "...representando su persona pueda vender y venda una casa solar", que habían dejado sus padres en la "calle Real de los Mercaderes" del pueblo de Lambayeque, avaluada "...por dos personas inteligentes" en la cantidad de 1,898 pesos de a ocho reales.

El 10 de enero de 1781, en uso del mencionado poder el R.P Policarpo de Brenes vendía a doña Agueda Rodriguez Duran, vecina de Lambayeque, el sitio y solar con una tienda fabricada de quincha: "...con diez y seis varas de frente y treinta de ancho desde el patio, y de fondo cincuenta varas, y un callejón de dos varas de ancho que pasa a la calle de las tres Cruces", por el valor de 1,500 pesos de a ocho reales. La antigua calle de las "tres Cruces", es la que ahora se conoce como calle "Junín" en esta ciudad, y se encuentra a espaldas de la casa objeto de nuestra investigación.

En el documento se dan también, como es de suponer, los linderos de la casa, solar y tienda materia de la venta, veamos: "...por un costado con casa de Josefa Ñugun, y corral del Licenciado don Justo Modesto Rubiños y Andrade, y por el otro con tiendas de Nuestro Amo Sacramentado y corrales de Jacinto Huerta y Joseph Ñugun, por fondo con callejón que sale a las tres Cruces y casa del difunto Presbítero don Luís Rosas y de sus legitímos hermanos, y por el frente calle en medio con la casa que fue de Alejandro de la Oliva".

Doña Agueda Rodriguez Durán, estaba casada con don Pedro Fernández de la Cotera y Fernández "Alguacil Mayor del Santo Oficio de la Inquisición" en Lambayeque y dueño de las haciendas de Cayaltí y Pítipo. Don Pedro era natural del Reyno de Urgallo en las montañas de Burgos, España; hijo legítimo de don Pedro Fernández de la Cotera y de doña María Fernández de la Somera. Durante su matrimonio procrearon varios hijos de los cuales sólo sobrevivieron cuatro, a saber: doña Clara, doña Gregoria, doña María del Carmen y doña Isidora de la Cotera y Duran.

En agosto de 1782, después de derribar la precaria casa y la "tienda de quincha", y dejar expedito el terreno, que como hemos visto anteriormente su mujer adquirió de los Brenes, don Pedro Fernández de la Cotera abría zanjas para colocar los cimientos de una nueva propiedad. Esta sería justamente, con el correr de los años, la casa solariega que hoy se conoce como "Casa Descalzi".

Cierto pleito con don Gregorio José de Atocha, su convecino, originado por una supuesta introducción en el solar de éste, obligó a don Pedro de la Cotera a paralizar la obra por un año, mientras se dilucidaba el problema. Duperado el impase se reiniciaron las labores en 1783, seis años después en 1789, se dió por concluída su "fabrica". Esta es la fecha que figura grabada en las dos hojas de madera tallada de su pesado portón de acceso principal. Este sería también el año en que don Pedro Fenández de la Cotera, por disposición testamentaria otogada en Lambayeque, ante el escribano don Joseph Vásquez Meléndez, declarara en una de sus cláusulas, le dejaba  la flamante "...casa grande situada en la calle Real de Mercaderes" a su legitíma y primogénita hija doña Clara de la Cotera y Durán. (Tomo XX. Años 1787 - 1789. Legajo Nº 11. ARL).

El siguiente año de 1790, en la Iglesia San Pedro de Lambayeque, ante el Dr. don Juan Ignacio de Gorrichategui, Canónigo de la Iglesia de Trujillo, doña Clara Cotera contrajo matrimonio con el Licenciado don Joseph Andrés Delgado, abogado de las Reales Audiencias de Lima Y Quito, e hijo legítimo del Maestre de campo don Francisco Antonio Delgado y de doña Antonia Gardea. (Libro de Registros Matrimoniales. Archivo Parroquial de Lambayeque).

A dicho compromiso doña Clara trajo por dote y caudal, otorgado por su padre: dinero en efectivo, cinco esclavos de diversas edades, plata labrada, cobre, muebles, valiosas joyas, fina ropa de su uso, una silla de montar guarnecida de plata, "...una manada de ganado cabrio gorda al cuchillo", y también la casa "...de pared de adobes de fabrica nueva situada en la calle Real de este Pueblo". Todo avaluado en 25,604 pesos 3 reales.

Satisfecho don José Andrés Delgado, otorgó, el 28 de junio de 1791, ante el escribano don Manuel Vásquez Meléndez, "carta dotal y recibo" a su suegro don Pedro de la Cotera. La casa fue tasada por don Gabino Miguel del Pozo en 10,000 pesos, "...en consideración a lo que ha padecido, y la han maltratado las lluvias del último marzo, y su estado actual". (Año 1790 - 1791. Legajo Nº 09. ARL).

Doña Clara de la Cotera sobrevivió a su esposo, y cuando dejó de existir, a mediados del siglo XIX, sus hijos los Delgado de la Cotera, heredaron el solar patricio.

Propietarios. Siglo XIX y XX

A fines del siglo XIX, era propietario de la mansión don Luís Salvador Descalzi Gagliardo, casado con doña Aurora Mendoza, natural de la ciudad de Tacna. Le sucedieron sus hijos: Atilio, Carlos, Héctor, Josefina y Isabel Desclazi Mendoza.

FamiLia Descalzi (1900)
Ciertos apuros económicos obligaron a la familia Descalzi a hipotecar la casa al señor Juan Cuglievan, próspero comerciante de Chiclayo. A principios del siglo XX, el señor Atilio Descalzi Mendoza levantó la hipoteca. Don Atilio, Cósul de Italia en Lambayeque, estaba casado con doña Ana de Bernardy, que le sobrevivió.

A la muerte de doña Ana, quedó como única y legítima propietaria de la casa su sobrina doña Yolanda Astudillo Arrincon, que con gran esfuerzo, peculio y dedicación la mantiene hasta nuestros días. En ella mora doña Yolanda en compañia de su hija Sra. Ana Marchand Astudillo, su yerno el Sr. Eduardo Sayán Yionella y los vástagos de ambos Carlos y Paloma Sayán Marchand.

Para terminar, debemos anotar que desde hace un par de años atrás, la remozada casa virreinal, que mandara construír don Pedro Fernández de la Cotera y Fernández, entre 1782 y 1789, se ha convertido en un atractivo y acogedor restaurand turístico lambayecano, que lleva por nombre "La Casa Descalzi", apellido de sus últimos propietarios.

Detalle del hermoso balcón de la "Casa Descalzi"



martes, 27 de diciembre de 2011

Lambayeque en el Siglo XVIII.

Situado justo en medio de los antiguos partidos de San Miguel de Piura y Trujillo, se encuentra, a "dos leguas del mar", el laborioso pueblo de indios de San Pedro de Lambayeque. Se asienta en un pequeño y fértil valle, bañado por cuatro acequias regaderas que se desprenden de su arcaico y temperamental río, que lo surca de este a oeste hacía el septentrión de su emplazamiento principal.

"Campo llano, despejado y muy frondoso", anota el Cosmógrafo Mayor del Virreinato del Perú don Francisco Antonio Cosme Bueno y Alegre, en sus famosas "efemérides" del año de 1777. Tierra ubérrima de orígenes tan remotos que se pierden en la pátina del tiempo, rodeada de algarrobos, sauces, faiques, vichallos, hierba santa y médanos de arenas movedizas y cambiantes.

Arruinada la villa de Santiago de Miraflores de Saña, a raíz de una fatal inundación el 15 de marzo de 1720, el Corregidor, el Justicia Mayor, el Alférez Real y de hacienda, el Escribano de cabildo, en fin todo el aparato administrativo, militar, parte del eclesiástico, además de buena parte de sus vecinos más representativos deciden una década después, abandonarla a su suerte; trasladándose al surgente pueblo de indios de San Pedro de Lambayeque; aportando de esta manera - escribe el historiador Dr. Jorge Zevallos Quiñones - "...el núcleo de la famosa sociedad lambayecana de los siglos XVIII y XIX".

"Allá quedaron muchos negros leales como sus pétreos cerritos de cal y buenos como su suave tabaco", diría Ismael Aspillaga Anderson, en una sabrosa conferencia ofrecida en el "Club Lambayeque" de Lima, en 1944. Y San Pedro de Lambayeque, la tierra de caciques, pachacas, mandones y mandoncillos, en fin, de una nativa y secular nobleza local, se convirtió, anota Cosme Bueno, "en el más opulento y más grande" de la región".

Parafraseando a Carlos Camino Calderón, autor de la novela "El Daño", diremos que Lambayeque se convirtió en "solar y vivero" de los Salcedo y los Temoche Farrochumbi; de los Delgado y los Minollulli, de los Briones y los Techún; de los Odiaga y los Minsec; de los Ripalda y los Infuc Corñan; de los Medina y Búcaro y los Maquen; de los Gástelu y Pereda y los Failoc Huerta; de los Robles y Garay y los Azabache; de los de la Banda y los Efquen; de los Vidaurre de la Parra y los Fayso, etc.

Todos los estudiosos coinciden en anotar que Lambayeque adquirió bien pronto gran importancia. Desde mediados del siglo XVIII, aumentó notablemente su población y gracias al espíritu progresista y emprendedor de sus moradores y a la política liberal de Carlos III, en que se abrieron los puertos de España a la América, crecieron sus industrias, agricultura y comercio, incrementando de por sí sus caudales. El Virrey  Teodoro Francisco de Croix Heuchin en sus "Memorias" de fines del siglo XVIII, refiriéndose a Lambayeque lo nombra, como "el pueblo rico".

"Aquí viven los indios más ricos del reino", diría también el Contador de la Real Audiencia de Lima don José Ignacio de Lecuanda, en su "Descripción del Partido de Saña o Lambayeque", por ser estos, agrega: "muy propensos al comercio y manufacturas", llegando incluso, en algunos casos, a aventajar a los españoles que residen en él (Mercurio Peruano. T. II, 1789).

En el "numeroso y comerciante" pueblo de Lambayeque, ya a estas alturas capital del partido del mismo nombre, convive una población de aproximadamente 12,000 habitantes de ambos sexos, entre españoles europeos, criollos, mestizos, indios, negros, sambos y mulatos, tanto esclavos como libres.

Su zona urbana cuenta con 1,500 casas, algunas de ellas de "muy buena fabrica", distribuidas en manzanas que asemejan un tablero de ajedrez; tal y como se encuentra graficada en el plano que de este pueblo mandara levantar el Obispo de de la Diócesis de Trujillo Don Jaime Martínez de Compañón, en 1784.

Entre las mansiones solariegas dieciochescas destaca la casa solariega construida entre los años de 1751 y 1754, por el maestre de campo don Nicolás Jaramillo de la Colina, conocida hoy como casa de la Logia o Montjoy; la casa Descalzi, mandada edificar por don Pedro Fernández de la Cotera en 1782 y concluida en 1789; la casa Leguía Cúneo de mediados del siglo XVIII; la casa Iturregui, de doña Catalina Aguilarte de Iturregui, construida en 1777, ubicada en una de las esquinas de la Plaza principal y derribada por la "piqueta del progreso" en 1928. Los materiales constructivos más habituales fueron el adobe, la madera y el ladrillo.

La mayor parte de la población de la población aborigen moraba en casa de cañas enlucidas con barro y en populosos barrios como el de "la Otra Banda", situado al norte del pueblo, del otro lado del río, al que se accedía por un primitivo y único puente, ubicado en la antigua calle "del Puente", después "Puente Viejo", hoy calle Gálvez; el antiguo barrio del "Horno" o del "Horno de quemar ladrillos", después la Ladrillera", hoy 28 de Julio; el de "Chancay", hoy Bolognesi, y por último el barrio de "San Carlos", destruido por los terribles "niños" de los veranos de 1791, 1828 y 1871, éste se encontraba ubicado en los terrenos donde, desde 1952, se levanta el Parque Infantil "Victoria Mejía de García" y el Colegio " Juan Faning García" en esta ciudad.

En fin, sus calles rectas y en algunos casos estrechas y serpenteantes, con el propósito de evitar los fuertes vientos alisios o del Sur, y sus infaltables callejones como el de "Coheteros" o de la "Luna", hoy calle Manco Cápac; el callejón de "Chinchay" en la vieja calle "Real de Mercaderes", después del "Comercio" e "Independencia", hoy calle 8 de Octubre; el "Culebrón", después "Pueblo Nuevo", hoy calle Tarapacá; el callejón "Rojo", en la cuadra 2 de la actual calle Grau; el callejón de la "Aduana", hoy prolongación de la calle Atahualpa, etc.

Cuenta Lambayeque con una espaciosa Plaza Mayor o Real, aparte de las de Belén y San Carlos. Desaparecidas, estas dos últimas, como consecuencia de las inundaciones de 1791, la primera, y con las de 1828 y 1871, la segunda, conjuntamente con su capilla y hermosa alameda. Con una imponente Iglesia Matriz bajo la advocación de San Pedro, patrono de la ciudad, engalanada con hermosos retablos de elaboradas tallas de madera y pan de oro, como el de Nuestra Señora de las Mercedes, ubicado en el crucero de la nave del Evangelio, considerado una de las joyas más esplendidas del arte religioso virreinal de las costa Norte del Perú. Fue ensamblado por el "maestro de carpintería" trujillano don Juan Inocencio de Herrera, entre los años de 1783 y 1786. Magnífica imaginería de madera policromada procedente, en buena parte, de los reputados talleres de Quito, entre la que destaca la imagen de "Cristo Pobre", donado a la Iglesia en 1784, por don Manuel Albujar y don Antonio Farro, indios originarios del pueblo de Lambayeque.

Cuatro capillas doctrinales o "ramadas", ubicadas a un costado de la Iglesia, denominadas de Santa Catalina; San Roque; San Pedro, actual capilla de San Francisco de Asís; y Santa Lucía, hoy completamente desaparecida; casa de "Aduana", para el cobro de alcabalas y rentas estancadas; casa de Cabildo, con su respectiva carcél; un viejo Tambo, para el justo descnaso de los comerciantes y viajeros en tránsito; un Convento, Iglesia, Hospital y Cementerio de la Orden Religiosa Betlemita, situados al noroeste del pueblo, en la vera misma de su río, y por esto arruinados con la inundación de 1791, y por último un Colegio nombrado "San Salvador", cuya fabrica se iniciara en 1784, y sin llegar todavía a su total conclusión se llegara a arruinar también en el verano de 1791, a raíz de las copiosas lluvias y fatal inundación de aquel año. que dando solamente de este "un arco y un muro".

Esta es pues, si se quiere, una apretada sintesís de su proceso vital entre los años de 1750 y 1790. Así lo vieron y retrataron Cosme y Bueno, Lecuanda y Martínez de Compañon. Un pueblo industrioso, febril, comercial. Rodeado de "tinas", entre las que destacaban la siguientes:

"Tina de Velez.- Don Raphael de Velez tiene tenería corriente con 20 esclavos. - Tina de Yrigoyen.- Don Joachin de Jrigoyen tiene una tenería corriente con 25 esclavos Tina de Texada.- Don Juan de Texada tiene tenería con 22 esclavos Tina de Villapol.- Don Joseph de Villapol y Gastelu tiene tenería corriente con 24 esclavos Tina de Gastelu.-. El licenciado Don Bonifacio Gastelu tiene tenería corriente con 12 esclavos" (Departamento de Lambayeque: monografía histórico-geográfica", Lima 1922).

Casas tinas en las que curtidos negros esclavos, de las grasas de numerosas manadas de cabras, "de 60 a 70 manadas de ganado cabrio, componiéndose cada una de 850 cavezas", que se beneficiaban de año en año, elaboraban jabón y velas, y curtían los cueron para la fabricación de suelas y cordobanes, que se vendía a muy buen precio en la ciudad de Lima y fuera de ella. Por su antiguo puerto de San José se embarcaba, en mazos, el abundante tabaco que producía Motupe, Saña y Chiclayo, para su comercialización en Lima y Chile, con muy buenos dividendos.

Existe gran cantidad de parrales, de donde se elaboraban exquisitos vinos, y uvas de Italia, con las que se preparaban sabrosos dulces. Gran cantidad de sementeras de maíz, para la elaboración de la secular, tradicional y espumante chicha de "dos cocidas" y el mote, que acostumbraban comer los naturales en vez de pan. Entre las menestras los frijoles, "chilenos", garbanzos y pallares son los que más siembran, cosechan y consumen.

En fin un pueblo festivo, abundante y generoso éste el de Lambayeque del siglo XVIII, donde existía "mucha gente honrada y noble" según Cosme y Bueno, y donde no se veía "un hombre ni mujer ociosos, pues ya hilando, tejiendo, pasteando ganado, arando la tierra y trajinando se admira a esta gente de continuo", en palabras de José Ignacio de Lecuanda.

jueves, 22 de diciembre de 2011

La Urna de Cristo Yacente. Una notable obra de arte en Lambayeque.

Urna de Cristo Yacente

La Generosa y Benemérita ciudad de San Pedro de Lambayeque, le debe al ex-Presidente don Augusto Bernardino Leguía Salcedo, plecaro hijo de esta provincia, algunos magníficos regalos, entre los que destacan: la hermosa estatua de bronce, de escultural figura femenina y de indiscutible valor artístico, que representa la Libertad, ubicada sobre un pedestal en el centro del octógono de la pileta de su plaza principal, obra del reputado escultor chalaco David Lozano Lobatón (1865-1936),  conjuntamente con los obeliscos, de fino mármol de Carrara, que engalanan los vértices de los cuatro ángulos de esta plaza, fabricados en la ciudad de Lima, en el taller de José María León e Hijos. Obsequios del gobierno de Leguía a Lambayeque, con motivo de celebrar esta ciudad el centenario de la declaración de su independencia política del poder español, realizada la memorable noche del 27 de diciembre de 1820.

Así también el logrado bronce del Prócer lambayecano don Juan Pascual Saco Oliveros, que se levanta sobre un pedestal, sencillo y elegante, en el centro de la Plaza Independencia de esta misma ciudad, y los cuatro bustos, elaborados también en bronce, de los próceres lambayecanos, Juan Manuel Iturregui Aguilarte; José Leguía y Meléndez, José Ignacio Iturregui Aguilarte y el general Juan Manuel Rivadeneyra y Tejada, que mirando al centro adornan sus cuatro esquinas, estas esculturas fueron donadas por Leguía  a esta ciudad con motivo de las celebraciones del Centenario de la Independencia Nacional (1821-1921), y fueron ejecutadas también por el escultor David Lozano Lobatón. Debemos agregar que ambas plazas fueron inauguradas el 28 de julio de 1821.

Augusto Bernardino Leguía Salcedo

Pero para el pueblo devoto y festivo de Lambayeque la dádiva más significativa hecha por Leguía, a la ciudad que lo vio crecer, lo constituye, no cabe duda, la artística Urna de elaborada talla de madera y pan de oro que encierra, tras finos cristales, la imagen de Cristo Yacente, realizado también en fina madera de cedro policromado. Adquirida por el mismo Leguía para donarla a la Iglesia San Pedro de esta ciudad, en el año de 1927.

Esta notable obra de arte fue ejecutada por el artista peruano Sr. C. Alberto Nalli, tal y como reza en la pequeña placa de metal dorado adosada a uno de los lados de la misma.

Nada se sabía en Lambayeque acerca de la vida y obra de este artífice y muy poco se conocía del devenir histórico de la dorada Urna de madera, habiéndose llegado incluso a decir, en algunos casos, que había sido realizada en Italia. En vista de esto iniciamos en 1997, una paciente búsqueda en los archivos públicos y privados de Lambayeque, Chiclayo y la Biblioteca Nacional, en  Lima. Esto último porque despechábamos que adquisición tan significativa, no podía pasar desapercibida por la prensa en aquellos años, así que aprovechando de una corta estadía en la ciudad capital, iniciamos nuestras pesquisas en la hemeroteca del Diario "El Comercio".

Estas no fueron del todo fructíferas así que decidimos reanudar nuestra búsqueda de información, esta vez, en la Biblioteca Nacional. Sabíamos que el semanario "Mundial", revista limeña que circulara por los años veinte, era adicta a Leguía, y si el tiempo o la suerte nos acompañaban, algún dato podríamos obtener en los ejemplares que conserva esta Biblioteca.

El tiempo y los escasos recursos conque contábamos se agotaron, y tuvimos que retornar a Lambayeque, abrigando siempre la esperanza de retomar nuestro empeño en mejor oportunidad. Cosas del destino, aquí en esta misma ciudad, la fortuna coronó nuestro esfuerzo. Sus pormenores tienen sabor a anécdota.

Una noche de ese mismo año de 1997, cuyo día y mes ahora no recuerdo, se apersonó a mi domicilio el Sr. Tomás Díos Retto, por ese entonces septuagenario lambayecano, había estado - me dijo - tratando de localizarme durante todo el día. Portaba entre sus manos un arrugado folder manila del cual cuidadosamente extrajo lo que a primera vista parecía ser un viejo y amarillento periódico, - soy devoto de Cristo Yacente - fueron sus primeras palabras, - y espero que estos papeles que celosamente conservo le siva a Ud. de algo -, tímidamente expresó. En realidad no se trataba de un viejo y descolorido Diario, como de primera intención supuse, sino de un vetusto ejemplar del semanario "Mundial" de Lima, su fecha 28 de enero de 1927.

Es de imaginar nuestra sorpresa, cuando al hojear lentamente sus añosas paginas nos dimos con una nota de prensa que rotulaba: "Una Obra de Escultura Notable". Dos fotografías la ilustraban, en una, de regulares dimensiones, la Urna de Cristo Yacente, y en la otra, más pequeña, el retrato de su artífice el Sr. C. Alberto Nalli. Habíamos encontrado al fin, y de una manera tan singular, el escurridizo dato. Una amplia sonrisa se dibujó en el moreno rostro de don Tomás, al percatarse de nuestra inesperada sorpresa - ya me lo suponía que de algo le serviría - ingenuamente y a su modo me dijo al cabo.

Teniendo como fuente de primera mano el aludido semanario, amén de los no menos valiosos datos proporcionados por viejos lambayecanos, hemos elaborado nuestro modesto trabajo, que a continuación damos a conocer.

Sabemos ahora que en el lujoso establecimiento de la desaparecida Sociedad VULCANO, cuyo local se encontraba ubicado en el perímetro de la antigua plazoleta de la Merced, frente a la Iglesia del mismo nombre, en el Jirón de la Unión del remozado Centro Histórico de la ciudad de Lima, se inauguró en el verano de 1927, la exposición o exhibición de “una hermosísima obra de arte”, según anota el semanario, y de la que era autor el artista plástico peruano Sr. C. Alberto Nalli. “Se trata, de una escultura en madera de un Cristo Yacente que va encerrado dentro de una Urna también de madera y a la que sirven de apropiada decoración cuatro ángeles en actitud orante”, dice la nota, y más adelante agrega: “La calidad de la obra, la exquisitez con que ha sido ejecutada, su amplio mérito artístico, su majestad, su tamaño, todos sus grandiosos detalles alcanzan para darle a su autor envidiable reputación y consagración en el arte que con tanto mérito cultiva”.

El Sr. Nalli, tuvo una brillante carrera profesional. Inició sus estudios de dibujo y pintura en la, por aquel entonces, prestigiosa “Academia Concha” de la ciudad de Lima, bajo el severo control de los reputados maestros Góngora, San Cristóbal y Luís Astete y Concha. Es en esta Academia donde se ponen de manifiesto las altas cualidades artísticas de las que hizo gala en el futuro.

Nalli orientó desde temprano su innato talento hacía la escultura, especializándose particularmente en el tallado sobre madera, cuya técnica, se sabe, llegó a dominar con perfección. Sus trabajos recibieron los elogios más significativos y figuró su firma junto a la de sus distinguidos maestros en distintas exposiciones realizadas en el extranjero.

Medallas de oro y menciones especiales fueron el premio a su esfuerzo. Fue galardonado con preseas de oro en la exposición de Roma y Turín en 1911, y en la de La Paz (Bolivia), en 1925. La Municipalidad de Lima lo premió también hasta en tres oportunidades.

Por el año de 1926, realizó una larga y tediosa travesía, su destino Nueva York, su propósito, que al fin logró conseguir, exponer en esta ciudad sus artísticos muebles de estilo incaico tallados en madera. Pues precisa saber que Nalli, había logrado asimilar todos los secretos del arte decorativo de esta cultura.

Desde el año de 1917, y por espacio de más de una década fue profesor de la Escuela de Arte y “Oficial” de la ciudad de Lima, cooperando estrechamente en la conservación de distintas obras de arte, bajo la dirección del ingeniero Francisco Alaysa y Paz Soldán.

Una vez adquirida la hermosa Urna por el Presidente Leguía, fue trasladad al Puerto del Callao y de allí se la embarco con destino al Terminal Marítimo de Puerto Eten. Una comisión de vecinos notables de la ciudad de Lambayeque, presididos por su alcalde el Sr. Bernardino Salcedo Ruíz, asistieron a su recepción.


Los cajones en que venían embaladas las partes de que se compone la Urna y la efigie, realizada en una sola pieza de madera de fino cedro, de Cristo Yacente, llegaron a la estación del ferrocarril de Lambayeque en el tren de mediodía; siendo conducidos inmediatamente en una carreta a la Iglesia San Pedro de esta ciudad. El maestro albañil Víctor Gallo, que de paso también le daba a la madera, y sus oficiales los señores Baltazar Durán Uriarte, Julio Mesta, José María Oyola Chuzón y Antonio Rubiños Rioja, procedieron la ensamblado de sus partes, tarea que se prolongó por espacio de seis horas.

Concluido el trabajo y depositada la magnifica Urna en una de las naves laterales del Templo, se dio inicio a la solemne bendición en las primeras horas del día 15 de abril de 1927, acto que verificara el fraile dominico J. Miguel Villavicencio. Fue designado padrino para dicho acto, por el propio Presidente Augusto B. Leguía, el Prefecto del Departamento Sr. Vicente Russo Fry, y madrina, en representación de la Srta. María Teresa Leguía, la Sra. Águeda Leguía de Cúneo.

Se trata de una talla completa de tamaño natural, realizada en fina madera de cedro policromada de claro estilo barroco. Se muestra en posición decúbito supino, bien depositada en el interior de una urna de madera, adornada en sus cuatro esquinas por Ángeles alados, de rodillas y en actitud orante, a modo de sepulcro, toda cubierta en finas hojas de pan de oro. La escultura se encuentra bien colocada sobre un lecho de color lila, también de madera. Tiene la cabeza ligeramente inclinada hacia delante por encontrase apoyada sobre un cojín o almohada y la cabellera desplegada en varias madejas de cabello a ambos lados de esta. De rostro sereno, con los brazos extendidos a lo largo de su cuerpo y las manos ligeramente cerradas, las piernas y los pies juntos. No se trata de un Cristo sangriento y destrozado, magullado por los azotes y el castigo. Al contrario, demuestra ternura y cuidados. Cubre sus partes más intimas un paño de pureza.

Los primeros custodios de la Urna de Cristo Yacente, desde el mismo año de 1927, fueron los señores Francisco La Fora de la Torre y Antonio León García. Fallecido el primero de los nombrados, en febrero de 1953, quedó Antonio León a cargo de la custodia y conservación de la Urna, acompañado de Alberto Riojas Polo. Este por espacio de seis años, ya que dejo de existir el 29 de septiembre de 1959. Antonio León continúo sólo con la tarea hasta el 29 de julio de 1961, año en que entrego su alma al Señor. Su sobrina la Sra. Olga León de Bracamonte le sucedió conjuntamente con el Sr. Leónidas Aniano Riojas Callacná.  Acompañan ahora a doña Olga, en la custodia y mantenimiento de la Urna de Cristo Yacente, las señoras Elsa Peralta de Cortés, María de los Santos Písfil de Chavesta, Petronila Pérez de los Santos y los señores Juan Bustamante Requejo, Nicolás Chavesta Millán y Jesús Leónidas Riojas Ortiz.  Otro de los acompañantes el Sr. Ceferino Chumacera Orcila, falleció en el 2008. 

La pesada Urna de Cristo Yacente, se guarda actualmente en la capilla del Baptisterio, ubicada en la nave de la Epístola de la Iglesia, y constituye el principal paso de la tradicional  procesión de viernes Santo en la ciudad de Lambayeque.

Para terminar debemos agregar que el anda en que posesiona esta notable obra de arte, se encuentra, por el paso de los años, en muy mal estado de  conservación, por lo que urge su inmediata  restauración.

Detalle del rostro de Cristo Yacente

jueves, 24 de noviembre de 2011

Las calles originarias de Lambayeque.


Plaza de Armas de Lambayeque (1928)
La ciudad de Lambayeque no tuvo un nacimiento improvisado, su origen urbano se remonta al momento mismo – mediados del siglo XVI – en que las dispersas parcialidades o comunidades nativas tradicionales que conformaban su laborioso y rico cacicazgo fueron reducidas a agrupadas en pueblo, de corte hispano, en su actual emplazamiento. El flamante pueblo de indios se denominó originalmente San Pedro de Lambayeque.

El ceremonial para el levantamiento de pueblos indígenas era muy simple. Después de haberse determinado el terreno donde se ubicaría la plaza, punto de referencia para la distribución de los barrios trazados a cordel, el representante español reunía a las parcialidades con sus respectivos pachacas para el reparto de las zonas que debían ocupar y construir en ellas sus moradas. Inmediatamente se designaba a los miembros del Cabildo, la autoridad civil a que estaba sujeta la población, conformado por indios principales de la localidad, correspondiendo al Cacique Gobernador el mando político. Finalmente se celebraba una misa en la misma plaza, que era ofrendada al Santo o Santa designado patrono del novísimo pueblo.

A la fecha es sumamente difícil dar con un plano, croquis, descripción, ni nada que se asemeje, que nos de una clara idea de como estaba constituido en sus inicios el primitivo núcleo urbano del pueblo de Lambayeque en el siglo XVI. Pero todos los indicios apuntan a que su trazo inicial estuvo acorde con las Ordenanzas contenidas en las leyes firmadas y dictadas en las Cortes de Burgos del 27 de diciembre de 1512 y Valladolid el 28 de julio de 1513. Siguiendo el predominante modelo estándar para el levantamiento de pueblos indígenas, con su plaza central y la disposición de las calles en damero para facilitar el reparto de solares. Programa de reducciones agresivamente promovidazas por la Corona Española desde 1549.

Ahora bien, una vez fundadas y constituidas en núcleos urbanos las ciudades, villas y pueblos de indios, las primitivas calles que los conformaban fueron denominadas en un principio con los nombres de santos y mártires del calendario católico. Pero también en muchos casos las cuadras que componían sus anchas, iguales, paralelas y en algunos casos estrechas o serpenteantes calles, preconcebidas así para aminorar las fuertes ráfagas de los vientos del sur o alisios, se conocían con nombres diferentes unas de otras, y no solamente esto sino que muchas veces se les denominaba con nombres alternos, sobre todo si en ellas vivían personajes representativos. Un ejemplo de esto lo encontramos en la cuadra nombrada, por los años de 1727-1790, como “del Padre Pomares”, alternativamente y por aquellos mismos años se le llamaba también “Minollulli”.

Joseph Pomares era clérigo presbítero y poseía en esta vía tres casas fabricadas. Fue mayordomo de la fábrica de Iglesia San Pedro de Lambayeque; su cuerpo se encuentra sepultado en el presbiterio de la mencionada Iglesia. En lo que respecta a Minollulli, es el apellido de una de las principales familias nativas de Lambayeque. Uno de los más representativos personajes de esta estirpe lo fue, en las primeras décadas del siglo XVIII, don Jacinto de la Rosa Minollulli, médico cirujano de Lambayeque y sus parcialidades, que también vivía en esta cuadra. Por nuestra parte sospechamos que esta cuadra se ubicaba en la calle denominada hoy día “28 de Julio”.

Sumemos a esto los fenómenos naturales que asolaron esta ciudad a través de los siglos. Las inundaciones borraron relativamente de su trazo urbano muchas de estas antiguas calles, con lo cual también se hace muy difícil dar con la exacta ubicación de muchas de ellas. Entre estas originarias calles o cuadras, algunas de ellas con anecdóticos nombres, hemos fichado las siguientes: “del Bachiller Núñez Lobo” (1720); “de la Oliva” (1724); “de San Jacinto”, ”de la Matanza” o “de la Carnicería” (1741); “del Tropiezo” (1742); “del Cacique” (1748); “de Cartagena”, “Quepse”, “Efquen”, (1751); “Quita Calzón” (1752); “de las Huertas” (1753); “del Mascaron” (1773); “de San Carlos”, “de la Alameda” (1773); “de los Naranjos” (1790); “del Desconsuelo” (1791); “de Peralta” (1878); “de los Sarmiento” (1878); “de las Carretas” (1880); “del Tránsito” (1880); “de Miguel Navarrete” o “de los Navarrete” (1880); “del Campo” (1881); “de la Merced” (1881); “de Guerra” (1882); “del Cuartel Chileno” (1882); “del Arenal” (1882); “de Huanchaco” (1884), etc.

Revisando pacientemente la antigua papelería que custodia el Archivo Regional de Lambayeque nos hemos encontrado también con que las principales esquinas eran denominadas con nombres del santoral católico, de los dueños de las viviendas o de importantes edificios públicos ubicados en estas. Así tenemos: esquina de "San Roque" (1720); del "Padre Gamboa" (1720); del "Comisario Juan Luís de Felices" (1721); de "Pedro López" 1721); del "Alférez Joseph de Vera" (1734); de "Juana Corñan" (1734), estas dos últimas ubicadas en la antigua calle "Real de Mercaderes" hoy "8 de Octubre"; esquina de "Belén" (1790); de "San Marcos", esta última esquina se encontraba por el año de 1810 hecha un muladar, según un documento de esa época.

Conozcamos a continuación, de manera preliminar y muy sucinta, las antiguas denominaciones de las calles y cuadras de la Generosa y Benemérita ciudad de San Pedro de Lambayeque, veamos:

Calle “San Roque”, denominada con este nombre desde aproximadamente mediados del siglo XVII, hoy “2 de Mayo”. Ancha arteria principal lambayecana. A partir de 1829, en plena República, la encontramos denominada como “La Unión” después “La Victoria”. Sus primitivas cuadras tuvieron diferentes denominaciones, así tenemos: “del Río” después “Puente Nuevo” (cuadra 1); “de los Temoche” (cuadra 2), “del Antiguo Cuartel” o “Cuartel Viejo” (cuadra 4), “del Cabildo” (cuadra 5), “de la Aduana” (cuadra 6), “del Tiro al Blanco” (cuadra 7).

Calle “del Horno” o “del Horno de Ladrillos”, principios del siglo XVII, un siglo después “La Ladrillera”, hoy “28 de Julio”. Por el año de 1825 se le conocía como calle “de la Igualdad”. A mediados del siglo XIX, a la cuadra 7 de este viejo barrio se le llamaba “de las Pastoras”, porque en esta tenían varias viviendas las
Señoritas de apellido Pastor.

Calle “Real de Mercaderes”, mediados del siglo XVII, hoy “8 de Octubre”, una de las más concurridas de la época colonial porque en ella se realizaba la actividad comercial. En el año de 1825 la hemos encontrado denominada como “Independencia”, después, en 1838, como “del Comercio”. En los siglos XVII y XVIII, a la callecita que mira a la Plaza de Armas “27 de Diciembre” de esta ciudad, se le conoció como “del Tambo” y “del Teatro” a partir de 1851 (cuadra 6).

Calle de “las Tres Cruces”, principios del siglo XVII, hoy “Junín”. A la cuadra 6 de esta antigua calle se le llamaba “del Hospital” y a la cuadra 7 “el alto de Vilela” o
“Huaca de ña Vilela”

Las cuadras de la hoy denominada calle “Bolívar”, se nombraban: “Míraloverde” (cuadra 1); “Bellavista”, “Anteparas”, “el Alto Perú”, “Batángrande” (cuadra 2); “San Sebastián (cuadra 3). “San Isidro”, mediados del siglo XVIII, y “Escribanos”, desde el siglo XVIII, (cuadra 4).

Calle “San Pascual Bailón”, mediados del siglo XVII, hoy “Miguel Grau”. Por el año de 1866 a esta calle se le bautizo con el nombre de “Constitución”. A la cuadra 1 de esta arteria se le llamó “del Colegio”, después “del Mercado” o “de la Plaza”; “Callejón Rojo” (cuadra 3); “Rosa Cotera de los Ríos” (cuadra 4). Doña Rosa de los Ríos Escurra y Saravia, tenía en esta cuadra dos casas solariegas. Era natural del pueblo de San Julián de Motupe, perteneciente por aquella época al corregimiento de la ciudad de Piura. Estaba casada con don Manuel Fernández de la Cotera y Velarde, natural de la Villa de Santillán en las montañas de Burgos en España. Cuadra “del Correo”, después “del antiguo Correo” (cuadra 5); “del Molino” o “del Molino de Mattos (cuadra 6).

Calle de “Ña Medina”, hoy “Atahualpa”. Esta es la calle donde se ubican el local del Casino Civil Militar y la casa donde vivió el ex presidente de la República don Augusto B. Leguía (cuadra 4). Conocida así por haber poseído en esta calle dos casonas solariegas las hermanas doña Teodora y Teresa Medina y Búcaro, familia avecindada en Lambayeque después de la ruina de Saña en marzo de 1720. “Callejón de la Aduana” (cuadra 5).

Calle de “los Coheteros” o “Callejón de las Luna”, hoy calle “Manco Cápac”.

Calle de “Santiago”, mediados del siglo XVII, después “del Puente” o “del Puente Viejo”, hoy “José Gálvez”. Al frente de esta calle hubo un puente, de ahí deriva su primitivo nombre. Carlos Bachmann en su “Monografía del Departamento de Lambayeque” (1921), nos dice: que este puente “fue quemado en 1857 por Vivanco en su revolución contra Castilla…”, se le conocía también con el nombre de la Carramuca…” fue destruido en 1871 por una fatal inundación; trasladándose entonces a la calle de “San Roque”, hoy “2 de Mayo”.

Calle “del Hospital”, fines del siglo XVIII, hoy “Sutton”. En los primeros años del siglo XX se le conocía como calle “del siglo XX” o “de la Cruz del Siglo Veinte”, a raíz de la construcción, a principios del siglo pasado, de la capilla que conserva la Santísima Cruz encontrada en los médanos cercanos. Su primer mayordomo y promotor fue el Sr. Mauro Mino. La capilla se inauguro en los primeros días de enero de 1900.

Calle “San Pedro”, mediados del siglo XVII, después “Pueblo Nuevo” o” Culebrón”, hoy “Tarapacá”.

Calle “San Romualdo”, mediados del siglo XVII, después “Santo Domingo”, hoy “Huamachuco”.

Calle “Vulcano” o “del arrabal de Vulcano”, fines del siglo XIX, hoy “Juan Manuel Iturregui”.

Calle “del Palmo”, inicios del siglo XVIII, hoy “Huascar”.

Calle “San Antonio”, mediados del siglo XVII, hoy “San Martín”. “San Antonio” (cuadra 2); “Santa Catalina” (cuadra 3), por algún tiempo y después de la infausta Guerra del Pacífico a esta cuadra se le conocía con el nombre de “Mariano Pastor Sevilla”, héroe lambayecano herido mortalmente en la batalla de Miraflores; “de la Gallera” o “Cuartel Viejo” (cuadra 4).

Calle, conocida hasta las primeras cinco décadas del siglo XVIII, como “salida a las chacras de Chancay” o “Camino al valle de Chancay”, también: “Camino a los arenales de Chancay”, después simplemente “Chancay”, hoy “Bolognesi”. Denominación que deriva de la vieja y desaparecida parcialidad o comunidad nativa tradicional de Chan o Chancay. En un antiguo manuscrito la hemos encontrado como “Chancalle”.

Calle “Tancún” (mediados del siglo XVIII), hoy “Emiliano Niño Pastor”. Tancún, apellido de una familia de indios principales de Lambayeque que vivían en esta calle.

Calle “Pescadores”, después “Camino Real a San José”, hoy “Federico Villarreal”.

viernes, 16 de septiembre de 2011

Una mansión virreinal con historia en Lambayeque.

Centro de Estudios Históricos y Promoción Turística de Lambayeque

Casa de la antigua Logía o Montjoy
Dado el visible deterioro en que lamentablemente aún se encuentra buena parte del Patrimonio Cultural inmueble de nuestra generosa y benemérita ciudad de San Pedro de Lambayeque, en los últimos años se ha acentuado la necesidad de realizar trabajos de restauración y puesta en valor de algunos de los más representativos exponentes de este rico e irreversible legado de nuestros mayores.
     
La recuperación de la fachada y parte de la segunda planta de la casa Varías; la puesta en valor de la antigua ramada de San Pedro, hoy Capilla “San Francisco de Asís”; la restauración de esta magnifica mansión virreinal conocida, alternativamente, como casa de la antigua Logia o casa Montjoy, en base a los proyectos mandados elaborar por la Municipalidad Provincial de Lambayeque, que preside el alcalde Percy Ramos Puelles, son claros ejemplos de que con buena voluntad, con el sano propósito de hacer las cosas y con una firme decisión política se pueden ejecutar obras de tal naturaleza en esta ciudad prócer.
     
Pero debemos saber también que todos estos proyectos deben estar enmarcados a partir de los principios más precisos y científicos posibles. Y es aquí donde la investigación histórica se convierte en el ineludible primer paso a dar en la elaboración de todo proyecto de conservación, restauración o puesta en valor del Patrimonio Cultural de la Nación, sea este mueble o inmueble.  ”Existe la necesidad de poseer – argumentan los conservadores argentinos arquitectos Graciela Viñuales y Ramón Gutiérrez – un detallado conocimiento histórico del mismo antes de proceder a realizar tareas que lo afecten”.
    
En pasados años en que la restauración de nuestro acervo cultural estuvo en manos del “voluntarismo”, el “empirismo”, la “improvisación” o sujeta a los vaivenes caprichosos del ánimo del “seudo restaurador”, el conocimiento histórico de la obra a intervenir no se consideraba una necesidad imperiosa. De ahí que no solamente el recurrente fenómeno de El Niño, con su secuela de desastres y desolación, arruinara buena parte del patrimonio monumental de esta ciudad, sino también la mano del hombre.
     
Las intervenciones ejecutadas en la casa Montjoy, en los años de 1981 y 1982, y las que con motivo de mitigar los efectos del cantado Niño del bienio de 1997 y 1998, se llevaron a cabo en esta mansión virreinal lambayecana, nos dan una clara idea de cómo cuando esta clase de trabajos están a cargo de personal no especializado se incurre siempre en lamentables desaciertos o en viles atentados contra el patrimonio cultural.
     
El colapso de la Capilla San Francisco de Asís (antigua ramada de San Pedro), es una prueba irrefutable de estas deplorables intervenciones efectuadas en 1998. En esa lamentable ocasión se dañó irresponsablemente la espadaña de esta capilla, joya de la arquitectura mestiza del norte del Perú. Recuerdo que de no habernos apersonado a tiempo y detenido su supuesto “desmontaje”, ejecutado a golpe de comba, cincel y barreta, no contaríamos ahora con esta singular espadaña. Capitalizar estas negativas experiencias debería ser una forma de evitar futuros errores.

Ahora bien, como en toda construcción la presentación formal de una casa está dada por variados elementos que se localizan tanto en su fachada como en su interior. En el caso de la casa Montjoy, que esta noche nos acoge en sus remozados ambientes, declarada Patrimonio Cultural de la Nación en 1963, sus componentes más representativos estarían dados: por su altura y volumen, su balcón de madera de cajón abierto y corrido de 66.16 m. de longitud, considerado el más extenso de la época virreinal en la América Andina, sus vanos, jambas, galerías, escaleras, puertas, ventanas, sus techos artesonados en fina madera, la distribución de sus espacios, su decoración con sus colores y diseños, etc. A las finales todos estos elementos son los que vemos y atraen nuestra atención. Todos ellos se combinaron y articularon, en su momento, para determinar la estructura y aspecto de esta construcción del siglo XVIII.     

Sabemos ahora que esta mansión virreinal, pasó por diversas etapas constructivas desde 1718, año en que el Maestre de Campo (rango militar creado en 1534 por el Rey Carlos I de España) don Andrés de la Banda, natural de Andalucía, España, echara los primeros cimientos para la construcción de su “morada” en parte del terreno que actualmente ocupa esta casa. Primitivo y pequeño solar sin construir hasta esa fecha, cuya extensión, suponemos, obedeciera al antiguo trazo y consiguiente reparto de solares que con motivo de la fundación, a mediados del siglo XVI, del pueblo de indios de San Pedro de Lambayeque se hiciera entre el común de sus nativos pobladores. Todo parece indicar que poco después de la Banda adquirió un solar contiguo ubicado en el lado norte, con el propósito de ampliar el primigenio terreno.
    
Todo esto porque no hubiera podido ser posible que en frontera tan reducida se ubicaran una tienda con su trastienda a ambos lados del portón principal, tal y como consta en el minucioso inventario que de esta se hizo en 1732, año en que finó el citado Maestre de Campo andaluz. Los viejos dinteles de madera de algarrobo de las puertas de acceso a las tiendas fueron puestos al descubierto gracias a los trabajos de restauración a que fuera sometida esta casa recientemente y que con buen tino se han dejado expuestos para una mejor lectura de la evolución arquitectónica de esta mansión dieciochesca.

A esta primera etapa constructiva pertenece también el pozo de agua o “noria”, como se le denomina en la costa norte de nuestro país, descubierto casualmente en 1998, a una profundidad de aproximadamente 1.68 m. del nivel del piso del patio principal. Al ser redescubierto en abril del presente año y constatada su ubicación y profundidad se ha optado, dadas las circunstancias, por delinear su diámetro original de aproximadamente 1.87 m., con un brocal de ladrillos de arcilla superpuestos de 0.27 cm. de altura sobre el nivel del suelo y recrear en su interior una especie de espejo de agua. Singular elemento decorativo ideado por el restaurador arquitecto José María Gálvez Pérez, residente de la obra.
     
La segunda etapa constructiva de esta mansión se iniciaría a partir de 1751, año en que el Maestre de Campo don Nicolás Jaramillo de la Colina, natural de la antigua provincia de Loja, perteneciente a la hermana república del Ecuador y por aquella época al virreinato del Perú, comprara, en público remate, a los descendientes de don Andrés de la Banda la casa que este había construido. Tres años después en 1754, Jaramillo adquiere dos solares y una tienda contiguos situados en la parte posterior de la casa y con esto amplía y reconstruye totalmente la parte interior de la casa.

Vestigios del patio o corredor empedrado de la casa que construyera de la Banda se han ubicado a una profundidad de 0.60 cm. del piso de la actual cuadra o comedor y estarán debidamente expuestos a la vista del público. Todo esto en aras de que el espectador participe del proceso evolutivo de esta obra en el tiempo. Debemos agregar que en 1986, se hicieron exploraciones en el área de la sala y también se encontraron vestigios de esta primigenia casa.
     
Con el capitán Gabino Miguel del Pozo se da inicio a la tercera etapa constructiva de la casa. Del Pozo la adquirió en público remate por un valor de 5,000 pesos. El remate se ejecuto el 29 de octubre de 1782, cuatro días después que dejara de existir doña Margarita Jaramillo y Quiroz, hija de don Nicolás Jaramillo de la Colina y de doña Bernarda de Quiroz, única heredera de la mansión. Para esto del Pozo tuvo que desembolsar tres mil pesos de contado y los restantes dos mil pesos a reconocer en ella un vínculo o “capellanía” a favor: del aniversario de misas, patronato real de legos y otras cargas pías, que mandara fundar poco antes de su muerte doña Margarita.
     
El 6 de abril de 1783, del Pozo pedía prestado al  licenciado don Matías de Soto y Soraluce, la respetable suma de 4,000 pesos de a ocho reales, exactamente a escasos seis meses de la compra de la mansión. Todo parece indicar que con esta cantidad de pesos se inicia la construcción de la segunda planta de este inmueble, los desniveles de los techos de las habitaciones de la crujía sur y las fechas descubiertas en las dovelas centrales del arco de medio punto de la entrada principal, avalan nuestra hipótesis de trabajo. “Se Empezó En Diciembre Del Año De 1783” y “Se Acabo Año de 1787”, serían la fechas de inicio y culminación de la “fábrica” de la segunda planta y por ende de las del monumental balcón. A este periodo pertenecerían también los motivos decorativos con que estuvieron engalanados sus principales ambientes.

Detalle de parte del zócalo de uno de sus ambientes
Gracias a una paciente labor de exploración, mediante la apertura de calas o ventanas en los muros y después de un meticuloso trabajo de restauración y consolidación, se han podido recuperar, con paciencia y profesionalismo, algunas interesantes muestras de esta decoración mural en zócalos y frisos. Estas muestras de pintura mural al temple se mantuvieron ocultas por estar cubiertas por gruesos estucados de yeso, cal y pintura. Pero lo poco que de ella queda nos permite darnos una idea del magnifico aspecto original que debió tener esta mansión en su momento de esplendor. No cabe duda que en la elaboración de estos elementos decorativos prevaleció una razón de estatus social, muy acorde con la época en que fueron ejecutados.
   
A partir de 1790, surgen una serie de engorrosos pleitos con los herederos de la capellanía y poco después con los hermanos y descendientes de la esposa de del Pozo. Como estos no tenían cuando acabar, desde 1815 la casa fue concursada y puesta en arrendamiento, por la cantidad de 150 pesos anuales. La cobranza y depósito de los alquileres corrió a cargo de personas debidamente convocadas, estos, de paso, cautelaban su mantenimiento, limpieza y conservación.
     
Desconocemos la fecha en que el médico cirujano de nacionalidad norteamericana, Dr. Santiago Coke Montjoy Wesley arribara a Lambayeque, suponemos lo hiciera a mediados del siglo XIX. Montjoy Casó con la dama lambayecana doña Luisa Chavarri Martínez, procreando durante su matrimonio trece vástagos. En un principio Montjoy arrendó los altos de esta casa y sabemos que en parte de sus ambientes levanto columnas la Logia MasónicaLa Estrella del Norte” hasta 1895, año en que ésta se trasladó a Chiclayo.
     
Aparte de ejercer su profesión, Montjoy se dedicó a la agricultura aunque sin mucho éxito. A partir de 1869, era legítimo propietario de la casa por la compra que este hiciera de las acciones a que tenían derecho los descendientes de los Jaramillo, los Alarcón, los Martínez y los del Pozo. Montjoy fue designado cónsul de su país en Lambayeque, de ahí que esta mansión virreinal fuera sede del consulado de los Estados Unidos de Norteamérica hasta aproximadamente 1880. Es con su nuevo propietario que la fachada de esta mansión adquiere el aspecto que hasta hoy luce, al clausurarse las puertas de las dos tiendas y colocarse en su lugar las ventanas de fierro que actualmente se encuentran a ambos lados de su pesado portón de acceso.

Siete décadas después del fallecimiento de los esposos Montjoy, sus descendientes radicados en la ciudad de Lima, optaron por donar la casa a la Municipalidad Provincial de Lambayeque. La ceremonia pública de entrega se realizó el 16 de julio de 1971, en el acogedor salón de actos de esta entidad.

Nota: Este es el texto de la conferencia que dictara con motivo de la inauguración de la casa Montjoy, en setiembre del 2010.




Chiflón o corredor al segundo patio





      






jueves, 15 de septiembre de 2011

Las "ramadas" de Lambayeque.

Las ramadas de Lambayeque

Dada la dispersión en que se encontraba la población indígena, desde los primeros años de la conquista y del gobierno de Francisco Pizarro, diseminada en sus ayllus, poblados, rancherías, parcialidades o comunidades nativas tradicionales, la Corona  española recomendó la fundación de pueblos para indios. Pocos años después se dictaron las Cédulas de 1551, 1560 y 15 de febrero de 1561, en las que se ordenaba a los virreyes levantasen pueblos con el fin de que los naturales no viviesen divididos y separados por las sierras y montes privándose de todo beneficio espiritual y temporal. De esta manera se buscaba facilitar el proceso de evangelización, el control de la población y la recaudación de impuestos. Para la Corona española, la reducción de los indígenas a pueblos era absolutamente necesaria para convertirlos al cristianismo, es decir, para darles una nueva identidad sociocultural.
    
El primer Concilio Límense en 1551, el segundo Concilio Límense (1567 – 1568), presididos por Jerónimo de Loayza, primer Arzobispo que tuvo la Ciudad de los reyes y el tercer Concilio Límense (1582 – 1583) presidido por Santo Toribio de Mogrovejo, son muy enfáticos en lo que respecta a la evangelización de los naturales, apuntando en forma directa a la total destrucción de la religión andina; aunque es bien sabido que los nativos hicieron uso de todos los medios y recursos a su alcance para mantener, en muchos casos inalterables, sus creencias ancestrales o tradicionales.
    
Aunque hasta nuestros días se desconozca la fecha en que fuera fundado el pueblo de indios de San Pedro de Lambayeque, no cabe duda esta se verifico a mediados del siglo XVI, y es a partir de finales de este siglo en que se comienza a tener noticias, aunque vagas, de la existencia de las primeras capillas doctrinales o ramadas en Lambayeque.
    
Las Ramadas de Lambayeque
    
Al costado izquierdo del acceso principal a la Iglesia San Pedro de Lambayeque, formando, diríamos, una calle lateral a esta, se ubican, sucesivamente, las primitivas capillas doctrinales o ramadas de Lambayeque. Vetustas doctrinas, mudos testigos del proceso vital, del desarrollo urbano-hispano de esta generosa y benemérita ciudad.
    
Por lo original de su distribución, dispuestas una contigua de la otra y con las fachadas orientadas al frente, las cuatro ramadas con que, en su momento, contó el pueblo de Lambayeque, se constituyen en el único conjunto arquitectónico religioso con estas particulares características en la América colonial andina. La arquitecta boliviana Teresa Gisbert anota: “…Lambayeque es el ejemplo más curioso en cuanto agrupamiento de diversas iglesias sobre el mismo ámbito”.
    
Bajo la atenta conducción de “alarifes” españoles, las ramadas fueron enteramente construidas por indios mitallos, enrolados para tal fin de las diferentes parcialidades que conformaron el arcaico cacicazgo de Ñanpagic, reducidas o agrupadas en el emplazamiento que actualmente ocupa la ciudad de Lambayeque.
    
La denominación de “ramadas”, con que fueron bautizadas desde un principio por el “común de indios” de Lambayeque, se debió, tal vez, a lo precario de sus estructuras iniciales, a los pobres materiales de su primitiva construcción, en fin, a lo sencillo y modesto de su aspecto, pero en los que poco a poco y desde un primer momento se fueron conjugando los indispensables elementos autóctonos o nativos y los intrusos o europeos. Las ramadas recibieron el nombre específico de un Santo titular o patrón, así tenemos: ramada de Santa Catalina, San Roque, San Pedro, y Santa Lucía.
    
Entre el catecismo y la escuela    
    
En ellas se impartía la enseñanza de la doctrina cristiana y por ende la conversión de la masa nativa a la religión católica. El historiador Teodoro Hampe manifiesta: “no se descuido al menos oficialmente la educación de los súbditos nativos. Hubo orden de que en todas las reducciones existiese un centro de adoctrinamiento o instrucción elemental que debería estar bajo la responsabilidad de los propios curas evangelizadores”. En una carta enviada por el Virrey Francisco de Toledo al monarca español en 1570, las denomina “escuelas de doctrina y de leer”, y esto último, porque como hemos visto líneas arriba, los curas de doctrina enseñaban también a los indios el estudio y aprendizaje de las primeras letras.

Ramada de Santa Catalina
La vida en la doctrina giraba en torno a dos actividades fundamentales: la escuela de los muchachos y la catequesis, llamada también “doctrina”, destinada a todos, pequeños y grandes. La doctrina fue el espacio que contribuyó de forma definitiva a la transformación del infiel, del “bárbaro” e “idólatra” en un buen cristiano fiel a Dios y a su Iglesia.
    
Los días de enseñanza en la doctrina eran los miércoles, viernes, domingos y días festivos para los adultos, durante una hora. Las niñas hasta los doce años, debían concurrir todos los días al catecismo, pasada esa edad, sí lo sabían suficientemente, bastaba con que asistieran los mismos días que los adultos. Los niños, en cambio, pasaban todo el día con el doctrinero, hasta la caída del sol, entre el catecismo y la escuela, donde aprendían principalmente a leer, escribir, entender y hablar la lengua española.
    
En fin en la doctrina el indígena aprendía y adoptaba los fundamentos doctrinales de los católicos, sus prácticas religiosas y sus hábitos morales. En torno a ella se organizó la vida social de la masa aborigen, aunque, claro esta, en las formas permitidas por el régimen colonial y que se daban principalmente en torno a la vida religiosa: cofradías, hermandades, etc.
    
En torno a la fecha de sus fábricas
    
El historiador Dr. Jorge Zevallos Quiñones manifiesta: que antes de terminar el siglo XVI, “…la población de Lambayeque había crecido tanto que se hizo necesaria la creación de una doble, luego cuádruple, parroquia cural para atenderla”. Lo que significaría que contra todo pronostico, dadas las precarias condiciones demográficas de aquella época, el pueblo indígena de Lambayeque se pobló y consolidó rápidamente poco después de establecido.
    
En su libro “Boceto Histórico de la Iglesia San Pedro de Lambayeque”, aparecido en 1935, el fraile dominico Ángel Menéndez Rua, autor del mismo, nos dice: que las ramadas o doctrinas de San Roque, San Pedro y Santa Lucía, fueron, según su criterio, las tres primeras parroquias del pueblo de Lambayeque, seguidamente anota: que en los primeros años del siglo XVII y poco antes de la fecha en que dejara de existir el Arzobispo Santo Toribio de Mogrovejo, esto es el 23 de mayo de 1606, “ha debido tener la construcción de la cuarta Iglesia denominada de igual modo que las anteriores, Ramada de Santa Catalina”.
    
Conforme a las leyes canónicas los Obispos debían visitar, durante su periodo administrativo, al menos una vez el territorio de su diócesis. En los años de 1586 y 1593, Santo Toribio Alfonso de Mogrovejo, realizó en persona, tres visitas pastorales a la jurisdicción de diócesis. Se conoce de su paso por nuestra región en 1590, pero no se encuentran datos referentes al pueblo de San Pedro de Lambayeque.
Ramada de San Roque
Para Menéndez Rua, la primera noticia de la existencia de lo que él sostiene fueron las tres primeras ramadas de Lambayeque, lo constituye la Relación de la segunda visita pastoral practicada por el Santo Arzobispo en 1593, que dicho sea de paso es la única que se conserva, al consignar en ella que el pueblo de Lambayeque tenía en el citado año “tres curas propios”, lo que no significa, acota el fraile dominico, “tres sacerdotes, sino tres párrocos o curas en propiedad”, ó lo que es lo mismo, prosigue: “tres parroquias debidamente organizadas, formadas y con gran número de neófitos”. En el mismo instrumento se da los nombres de los tres curas doctrineros así tenemos: “… el beneficiado Roque de Cejuela, vicario de ella examinador de la lengua mochica que se habla en estos valles”, así mismo los curas Francisco Sánchez y Diego Alonso de Miranda “ambos buenas lenguas, clérigos presbíteros”. Lo que quiere decir, agrega Menéndez Rua, que “Lambayeque ya era adulta en la vida religiosa, en la vida Cristiana el año de 1593”, puesto que contaba con tres ramadas o doctrinas “abiertas al culto y la enseñanza”; lamentablemente en esta visita no se dan los nombres de las ramadas existentes hasta aquella fecha.
    
Seis años después, en 1599, el Licenciado Martínez, visitador del Arzobispado, practicó, en calidad de comisionado, la tercera visita pastoral a nuestra región, cumpliendo con el cronograma preestablecido por el Arzobispo Toribio Alfonso de Mogrovejo. En su Relación anota que el pueblo de Lambayeque contaba con tres curas propios en ese año, nos da sus nombres y el número de indios distribuidos en cada una de sus respectivas ramadas. En esta visita tampoco se denominan a las ramadas por su nombre, pero sin embargo se da por comprobada las demarcaciones parroquiales, no por jurisdicción  sino por personas.

El 30 de abril de 1802, el Arzobispo Toribio de Mogrovejo, envió una Relación al Rey de España, en la que se insertaban los nombres de los clérigos de doctrina bajo su tutela, y entre ellas una que a la letra dice: "...la doctrina de Lambayeque tiene cuatro curas: el P. Sanabria con representación de S. M., el P. Roque Cejuela, el P. Francisco Sanchez; el P. Ternero están con representación del Virrey" (Monografía de la Diócesis de Trujillo. Imprenta Diocesana. Trujillo. 1930). Para Menéndez Rúa, el que Lambayeque cuente con un cura con representación del Rey, nos dice de la importancia que le daban al curato de Lambayeque el Cabildo Metropolitano y el Consejo de Indias. "Toda Vez que los equiparaba con las grandes prevendas". Los otros curas de doctrina eran de ordenes menores, "pues los proveía el Virrey". Menéndez Rúa concluye manifestando: "...en todo lo que llamamos Departamento de Lambayeque no figura otra representación Real".

Ahora bien, si sabemos que una doctrina o parroquia era atendida por un cura doctrinero, que era un clérigo o miembro de orden religiosa, entonces para el año de 1602, el pueblo de indios de San Pedro de Lambayeque, contaba con cuatro ramadas, con varias parcialidades o comunidades nativas anexas a ellas.

Ramada de San Pedro
 El Cosmógrafo Mayor del Virreinato del Perú, Dr. Francisco Antonio Cosme Bueno y Alegre, en su "Colección geográfica e histórica de los arzobispados y obispados del Reyno del Perú, con las descripciones de las provincias de su jurisdicción". Lima : s.n., 1759-1776), consigna que en 1764, la provincia de Saña, cuya capital politica y administrativa era ya el antiguo partido de Lambayeque, tenia: "...veinte curatos", y más adelante agrega: "...los números, 9, 10, 11, y 12, corresponden a Lambayeque, en la suntuosa Iglesia de d(i)cho pueblo, con distinción de feligreses que adoctrinados por sus respectivos curas sin confusión, a buen establecido orden en quatro Ramadas al lado de la Catedral que se denominan de Santa Lucia, Santa Catalina, San Pedro y San Roque". Tal vez sea esta crónica dieciochesca, la primera en mencionar con sus respectivos nombres, aunque sin ningún orden, a las ramadas de Lambayeque.

José Ignacio de Lecuanda, contador de la Real Aduana de Lima, en su "Descripción del Partido de Saña o Lambayeque", de septiembre de 1793, escribe lacónicamente: "...Tiene Lambayeque quatro curas en sus parroquias, á que llaman sus naturales Ramadas".

A partir del año de 1826, aparecen unidas las ramadas de San Pedro (Hoy Capilla de San Francisco de Asís) y Santa Catalina, y después de 1830, las de San Pedro y Santa Lucía, por la destrucción y ruina que le ocacionaron a esta última los copiosos aguaceros del verano de 1828. Don Manuel Orbegozo se titula desde 1863, como cura propio de la ciudad de Lambayeque, lo que significa que las cuatro ramadas originales se encontraban, para esa fecha, reducidas a una, en la Iglesia Matriz de San Pedro.