viernes, 16 de septiembre de 2011

Una mansión virreinal con historia en Lambayeque.

Centro de Estudios Históricos y Promoción Turística de Lambayeque

Casa de la antigua Logía o Montjoy
Dado el visible deterioro en que lamentablemente aún se encuentra buena parte del Patrimonio Cultural inmueble de nuestra generosa y benemérita ciudad de San Pedro de Lambayeque, en los últimos años se ha acentuado la necesidad de realizar trabajos de restauración y puesta en valor de algunos de los más representativos exponentes de este rico e irreversible legado de nuestros mayores.
     
La recuperación de la fachada y parte de la segunda planta de la casa Varías; la puesta en valor de la antigua ramada de San Pedro, hoy Capilla “San Francisco de Asís”; la restauración de esta magnifica mansión virreinal conocida, alternativamente, como casa de la antigua Logia o casa Montjoy, en base a los proyectos mandados elaborar por la Municipalidad Provincial de Lambayeque, que preside el alcalde Percy Ramos Puelles, son claros ejemplos de que con buena voluntad, con el sano propósito de hacer las cosas y con una firme decisión política se pueden ejecutar obras de tal naturaleza en esta ciudad prócer.
     
Pero debemos saber también que todos estos proyectos deben estar enmarcados a partir de los principios más precisos y científicos posibles. Y es aquí donde la investigación histórica se convierte en el ineludible primer paso a dar en la elaboración de todo proyecto de conservación, restauración o puesta en valor del Patrimonio Cultural de la Nación, sea este mueble o inmueble.  ”Existe la necesidad de poseer – argumentan los conservadores argentinos arquitectos Graciela Viñuales y Ramón Gutiérrez – un detallado conocimiento histórico del mismo antes de proceder a realizar tareas que lo afecten”.
    
En pasados años en que la restauración de nuestro acervo cultural estuvo en manos del “voluntarismo”, el “empirismo”, la “improvisación” o sujeta a los vaivenes caprichosos del ánimo del “seudo restaurador”, el conocimiento histórico de la obra a intervenir no se consideraba una necesidad imperiosa. De ahí que no solamente el recurrente fenómeno de El Niño, con su secuela de desastres y desolación, arruinara buena parte del patrimonio monumental de esta ciudad, sino también la mano del hombre.
     
Las intervenciones ejecutadas en la casa Montjoy, en los años de 1981 y 1982, y las que con motivo de mitigar los efectos del cantado Niño del bienio de 1997 y 1998, se llevaron a cabo en esta mansión virreinal lambayecana, nos dan una clara idea de cómo cuando esta clase de trabajos están a cargo de personal no especializado se incurre siempre en lamentables desaciertos o en viles atentados contra el patrimonio cultural.
     
El colapso de la Capilla San Francisco de Asís (antigua ramada de San Pedro), es una prueba irrefutable de estas deplorables intervenciones efectuadas en 1998. En esa lamentable ocasión se dañó irresponsablemente la espadaña de esta capilla, joya de la arquitectura mestiza del norte del Perú. Recuerdo que de no habernos apersonado a tiempo y detenido su supuesto “desmontaje”, ejecutado a golpe de comba, cincel y barreta, no contaríamos ahora con esta singular espadaña. Capitalizar estas negativas experiencias debería ser una forma de evitar futuros errores.

Ahora bien, como en toda construcción la presentación formal de una casa está dada por variados elementos que se localizan tanto en su fachada como en su interior. En el caso de la casa Montjoy, que esta noche nos acoge en sus remozados ambientes, declarada Patrimonio Cultural de la Nación en 1963, sus componentes más representativos estarían dados: por su altura y volumen, su balcón de madera de cajón abierto y corrido de 66.16 m. de longitud, considerado el más extenso de la época virreinal en la América Andina, sus vanos, jambas, galerías, escaleras, puertas, ventanas, sus techos artesonados en fina madera, la distribución de sus espacios, su decoración con sus colores y diseños, etc. A las finales todos estos elementos son los que vemos y atraen nuestra atención. Todos ellos se combinaron y articularon, en su momento, para determinar la estructura y aspecto de esta construcción del siglo XVIII.     

Sabemos ahora que esta mansión virreinal, pasó por diversas etapas constructivas desde 1718, año en que el Maestre de Campo (rango militar creado en 1534 por el Rey Carlos I de España) don Andrés de la Banda, natural de Andalucía, España, echara los primeros cimientos para la construcción de su “morada” en parte del terreno que actualmente ocupa esta casa. Primitivo y pequeño solar sin construir hasta esa fecha, cuya extensión, suponemos, obedeciera al antiguo trazo y consiguiente reparto de solares que con motivo de la fundación, a mediados del siglo XVI, del pueblo de indios de San Pedro de Lambayeque se hiciera entre el común de sus nativos pobladores. Todo parece indicar que poco después de la Banda adquirió un solar contiguo ubicado en el lado norte, con el propósito de ampliar el primigenio terreno.
    
Todo esto porque no hubiera podido ser posible que en frontera tan reducida se ubicaran una tienda con su trastienda a ambos lados del portón principal, tal y como consta en el minucioso inventario que de esta se hizo en 1732, año en que finó el citado Maestre de Campo andaluz. Los viejos dinteles de madera de algarrobo de las puertas de acceso a las tiendas fueron puestos al descubierto gracias a los trabajos de restauración a que fuera sometida esta casa recientemente y que con buen tino se han dejado expuestos para una mejor lectura de la evolución arquitectónica de esta mansión dieciochesca.

A esta primera etapa constructiva pertenece también el pozo de agua o “noria”, como se le denomina en la costa norte de nuestro país, descubierto casualmente en 1998, a una profundidad de aproximadamente 1.68 m. del nivel del piso del patio principal. Al ser redescubierto en abril del presente año y constatada su ubicación y profundidad se ha optado, dadas las circunstancias, por delinear su diámetro original de aproximadamente 1.87 m., con un brocal de ladrillos de arcilla superpuestos de 0.27 cm. de altura sobre el nivel del suelo y recrear en su interior una especie de espejo de agua. Singular elemento decorativo ideado por el restaurador arquitecto José María Gálvez Pérez, residente de la obra.
     
La segunda etapa constructiva de esta mansión se iniciaría a partir de 1751, año en que el Maestre de Campo don Nicolás Jaramillo de la Colina, natural de la antigua provincia de Loja, perteneciente a la hermana república del Ecuador y por aquella época al virreinato del Perú, comprara, en público remate, a los descendientes de don Andrés de la Banda la casa que este había construido. Tres años después en 1754, Jaramillo adquiere dos solares y una tienda contiguos situados en la parte posterior de la casa y con esto amplía y reconstruye totalmente la parte interior de la casa.

Vestigios del patio o corredor empedrado de la casa que construyera de la Banda se han ubicado a una profundidad de 0.60 cm. del piso de la actual cuadra o comedor y estarán debidamente expuestos a la vista del público. Todo esto en aras de que el espectador participe del proceso evolutivo de esta obra en el tiempo. Debemos agregar que en 1986, se hicieron exploraciones en el área de la sala y también se encontraron vestigios de esta primigenia casa.
     
Con el capitán Gabino Miguel del Pozo se da inicio a la tercera etapa constructiva de la casa. Del Pozo la adquirió en público remate por un valor de 5,000 pesos. El remate se ejecuto el 29 de octubre de 1782, cuatro días después que dejara de existir doña Margarita Jaramillo y Quiroz, hija de don Nicolás Jaramillo de la Colina y de doña Bernarda de Quiroz, única heredera de la mansión. Para esto del Pozo tuvo que desembolsar tres mil pesos de contado y los restantes dos mil pesos a reconocer en ella un vínculo o “capellanía” a favor: del aniversario de misas, patronato real de legos y otras cargas pías, que mandara fundar poco antes de su muerte doña Margarita.
     
El 6 de abril de 1783, del Pozo pedía prestado al  licenciado don Matías de Soto y Soraluce, la respetable suma de 4,000 pesos de a ocho reales, exactamente a escasos seis meses de la compra de la mansión. Todo parece indicar que con esta cantidad de pesos se inicia la construcción de la segunda planta de este inmueble, los desniveles de los techos de las habitaciones de la crujía sur y las fechas descubiertas en las dovelas centrales del arco de medio punto de la entrada principal, avalan nuestra hipótesis de trabajo. “Se Empezó En Diciembre Del Año De 1783” y “Se Acabo Año de 1787”, serían la fechas de inicio y culminación de la “fábrica” de la segunda planta y por ende de las del monumental balcón. A este periodo pertenecerían también los motivos decorativos con que estuvieron engalanados sus principales ambientes.

Detalle de parte del zócalo de uno de sus ambientes
Gracias a una paciente labor de exploración, mediante la apertura de calas o ventanas en los muros y después de un meticuloso trabajo de restauración y consolidación, se han podido recuperar, con paciencia y profesionalismo, algunas interesantes muestras de esta decoración mural en zócalos y frisos. Estas muestras de pintura mural al temple se mantuvieron ocultas por estar cubiertas por gruesos estucados de yeso, cal y pintura. Pero lo poco que de ella queda nos permite darnos una idea del magnifico aspecto original que debió tener esta mansión en su momento de esplendor. No cabe duda que en la elaboración de estos elementos decorativos prevaleció una razón de estatus social, muy acorde con la época en que fueron ejecutados.
   
A partir de 1790, surgen una serie de engorrosos pleitos con los herederos de la capellanía y poco después con los hermanos y descendientes de la esposa de del Pozo. Como estos no tenían cuando acabar, desde 1815 la casa fue concursada y puesta en arrendamiento, por la cantidad de 150 pesos anuales. La cobranza y depósito de los alquileres corrió a cargo de personas debidamente convocadas, estos, de paso, cautelaban su mantenimiento, limpieza y conservación.
     
Desconocemos la fecha en que el médico cirujano de nacionalidad norteamericana, Dr. Santiago Coke Montjoy Wesley arribara a Lambayeque, suponemos lo hiciera a mediados del siglo XIX. Montjoy Casó con la dama lambayecana doña Luisa Chavarri Martínez, procreando durante su matrimonio trece vástagos. En un principio Montjoy arrendó los altos de esta casa y sabemos que en parte de sus ambientes levanto columnas la Logia MasónicaLa Estrella del Norte” hasta 1895, año en que ésta se trasladó a Chiclayo.
     
Aparte de ejercer su profesión, Montjoy se dedicó a la agricultura aunque sin mucho éxito. A partir de 1869, era legítimo propietario de la casa por la compra que este hiciera de las acciones a que tenían derecho los descendientes de los Jaramillo, los Alarcón, los Martínez y los del Pozo. Montjoy fue designado cónsul de su país en Lambayeque, de ahí que esta mansión virreinal fuera sede del consulado de los Estados Unidos de Norteamérica hasta aproximadamente 1880. Es con su nuevo propietario que la fachada de esta mansión adquiere el aspecto que hasta hoy luce, al clausurarse las puertas de las dos tiendas y colocarse en su lugar las ventanas de fierro que actualmente se encuentran a ambos lados de su pesado portón de acceso.

Siete décadas después del fallecimiento de los esposos Montjoy, sus descendientes radicados en la ciudad de Lima, optaron por donar la casa a la Municipalidad Provincial de Lambayeque. La ceremonia pública de entrega se realizó el 16 de julio de 1971, en el acogedor salón de actos de esta entidad.

Nota: Este es el texto de la conferencia que dictara con motivo de la inauguración de la casa Montjoy, en setiembre del 2010.




Chiflón o corredor al segundo patio





      






jueves, 15 de septiembre de 2011

Las "ramadas" de Lambayeque.

Las ramadas de Lambayeque

Dada la dispersión en que se encontraba la población indígena, desde los primeros años de la conquista y del gobierno de Francisco Pizarro, diseminada en sus ayllus, poblados, rancherías, parcialidades o comunidades nativas tradicionales, la Corona  española recomendó la fundación de pueblos para indios. Pocos años después se dictaron las Cédulas de 1551, 1560 y 15 de febrero de 1561, en las que se ordenaba a los virreyes levantasen pueblos con el fin de que los naturales no viviesen divididos y separados por las sierras y montes privándose de todo beneficio espiritual y temporal. De esta manera se buscaba facilitar el proceso de evangelización, el control de la población y la recaudación de impuestos. Para la Corona española, la reducción de los indígenas a pueblos era absolutamente necesaria para convertirlos al cristianismo, es decir, para darles una nueva identidad sociocultural.
    
El primer Concilio Límense en 1551, el segundo Concilio Límense (1567 – 1568), presididos por Jerónimo de Loayza, primer Arzobispo que tuvo la Ciudad de los reyes y el tercer Concilio Límense (1582 – 1583) presidido por Santo Toribio de Mogrovejo, son muy enfáticos en lo que respecta a la evangelización de los naturales, apuntando en forma directa a la total destrucción de la religión andina; aunque es bien sabido que los nativos hicieron uso de todos los medios y recursos a su alcance para mantener, en muchos casos inalterables, sus creencias ancestrales o tradicionales.
    
Aunque hasta nuestros días se desconozca la fecha en que fuera fundado el pueblo de indios de San Pedro de Lambayeque, no cabe duda esta se verifico a mediados del siglo XVI, y es a partir de finales de este siglo en que se comienza a tener noticias, aunque vagas, de la existencia de las primeras capillas doctrinales o ramadas en Lambayeque.
    
Las Ramadas de Lambayeque
    
Al costado izquierdo del acceso principal a la Iglesia San Pedro de Lambayeque, formando, diríamos, una calle lateral a esta, se ubican, sucesivamente, las primitivas capillas doctrinales o ramadas de Lambayeque. Vetustas doctrinas, mudos testigos del proceso vital, del desarrollo urbano-hispano de esta generosa y benemérita ciudad.
    
Por lo original de su distribución, dispuestas una contigua de la otra y con las fachadas orientadas al frente, las cuatro ramadas con que, en su momento, contó el pueblo de Lambayeque, se constituyen en el único conjunto arquitectónico religioso con estas particulares características en la América colonial andina. La arquitecta boliviana Teresa Gisbert anota: “…Lambayeque es el ejemplo más curioso en cuanto agrupamiento de diversas iglesias sobre el mismo ámbito”.
    
Bajo la atenta conducción de “alarifes” españoles, las ramadas fueron enteramente construidas por indios mitallos, enrolados para tal fin de las diferentes parcialidades que conformaron el arcaico cacicazgo de Ñanpagic, reducidas o agrupadas en el emplazamiento que actualmente ocupa la ciudad de Lambayeque.
    
La denominación de “ramadas”, con que fueron bautizadas desde un principio por el “común de indios” de Lambayeque, se debió, tal vez, a lo precario de sus estructuras iniciales, a los pobres materiales de su primitiva construcción, en fin, a lo sencillo y modesto de su aspecto, pero en los que poco a poco y desde un primer momento se fueron conjugando los indispensables elementos autóctonos o nativos y los intrusos o europeos. Las ramadas recibieron el nombre específico de un Santo titular o patrón, así tenemos: ramada de Santa Catalina, San Roque, San Pedro, y Santa Lucía.
    
Entre el catecismo y la escuela    
    
En ellas se impartía la enseñanza de la doctrina cristiana y por ende la conversión de la masa nativa a la religión católica. El historiador Teodoro Hampe manifiesta: “no se descuido al menos oficialmente la educación de los súbditos nativos. Hubo orden de que en todas las reducciones existiese un centro de adoctrinamiento o instrucción elemental que debería estar bajo la responsabilidad de los propios curas evangelizadores”. En una carta enviada por el Virrey Francisco de Toledo al monarca español en 1570, las denomina “escuelas de doctrina y de leer”, y esto último, porque como hemos visto líneas arriba, los curas de doctrina enseñaban también a los indios el estudio y aprendizaje de las primeras letras.

Ramada de Santa Catalina
La vida en la doctrina giraba en torno a dos actividades fundamentales: la escuela de los muchachos y la catequesis, llamada también “doctrina”, destinada a todos, pequeños y grandes. La doctrina fue el espacio que contribuyó de forma definitiva a la transformación del infiel, del “bárbaro” e “idólatra” en un buen cristiano fiel a Dios y a su Iglesia.
    
Los días de enseñanza en la doctrina eran los miércoles, viernes, domingos y días festivos para los adultos, durante una hora. Las niñas hasta los doce años, debían concurrir todos los días al catecismo, pasada esa edad, sí lo sabían suficientemente, bastaba con que asistieran los mismos días que los adultos. Los niños, en cambio, pasaban todo el día con el doctrinero, hasta la caída del sol, entre el catecismo y la escuela, donde aprendían principalmente a leer, escribir, entender y hablar la lengua española.
    
En fin en la doctrina el indígena aprendía y adoptaba los fundamentos doctrinales de los católicos, sus prácticas religiosas y sus hábitos morales. En torno a ella se organizó la vida social de la masa aborigen, aunque, claro esta, en las formas permitidas por el régimen colonial y que se daban principalmente en torno a la vida religiosa: cofradías, hermandades, etc.
    
En torno a la fecha de sus fábricas
    
El historiador Dr. Jorge Zevallos Quiñones manifiesta: que antes de terminar el siglo XVI, “…la población de Lambayeque había crecido tanto que se hizo necesaria la creación de una doble, luego cuádruple, parroquia cural para atenderla”. Lo que significaría que contra todo pronostico, dadas las precarias condiciones demográficas de aquella época, el pueblo indígena de Lambayeque se pobló y consolidó rápidamente poco después de establecido.
    
En su libro “Boceto Histórico de la Iglesia San Pedro de Lambayeque”, aparecido en 1935, el fraile dominico Ángel Menéndez Rua, autor del mismo, nos dice: que las ramadas o doctrinas de San Roque, San Pedro y Santa Lucía, fueron, según su criterio, las tres primeras parroquias del pueblo de Lambayeque, seguidamente anota: que en los primeros años del siglo XVII y poco antes de la fecha en que dejara de existir el Arzobispo Santo Toribio de Mogrovejo, esto es el 23 de mayo de 1606, “ha debido tener la construcción de la cuarta Iglesia denominada de igual modo que las anteriores, Ramada de Santa Catalina”.
    
Conforme a las leyes canónicas los Obispos debían visitar, durante su periodo administrativo, al menos una vez el territorio de su diócesis. En los años de 1586 y 1593, Santo Toribio Alfonso de Mogrovejo, realizó en persona, tres visitas pastorales a la jurisdicción de diócesis. Se conoce de su paso por nuestra región en 1590, pero no se encuentran datos referentes al pueblo de San Pedro de Lambayeque.
Ramada de San Roque
Para Menéndez Rua, la primera noticia de la existencia de lo que él sostiene fueron las tres primeras ramadas de Lambayeque, lo constituye la Relación de la segunda visita pastoral practicada por el Santo Arzobispo en 1593, que dicho sea de paso es la única que se conserva, al consignar en ella que el pueblo de Lambayeque tenía en el citado año “tres curas propios”, lo que no significa, acota el fraile dominico, “tres sacerdotes, sino tres párrocos o curas en propiedad”, ó lo que es lo mismo, prosigue: “tres parroquias debidamente organizadas, formadas y con gran número de neófitos”. En el mismo instrumento se da los nombres de los tres curas doctrineros así tenemos: “… el beneficiado Roque de Cejuela, vicario de ella examinador de la lengua mochica que se habla en estos valles”, así mismo los curas Francisco Sánchez y Diego Alonso de Miranda “ambos buenas lenguas, clérigos presbíteros”. Lo que quiere decir, agrega Menéndez Rua, que “Lambayeque ya era adulta en la vida religiosa, en la vida Cristiana el año de 1593”, puesto que contaba con tres ramadas o doctrinas “abiertas al culto y la enseñanza”; lamentablemente en esta visita no se dan los nombres de las ramadas existentes hasta aquella fecha.
    
Seis años después, en 1599, el Licenciado Martínez, visitador del Arzobispado, practicó, en calidad de comisionado, la tercera visita pastoral a nuestra región, cumpliendo con el cronograma preestablecido por el Arzobispo Toribio Alfonso de Mogrovejo. En su Relación anota que el pueblo de Lambayeque contaba con tres curas propios en ese año, nos da sus nombres y el número de indios distribuidos en cada una de sus respectivas ramadas. En esta visita tampoco se denominan a las ramadas por su nombre, pero sin embargo se da por comprobada las demarcaciones parroquiales, no por jurisdicción  sino por personas.

El 30 de abril de 1802, el Arzobispo Toribio de Mogrovejo, envió una Relación al Rey de España, en la que se insertaban los nombres de los clérigos de doctrina bajo su tutela, y entre ellas una que a la letra dice: "...la doctrina de Lambayeque tiene cuatro curas: el P. Sanabria con representación de S. M., el P. Roque Cejuela, el P. Francisco Sanchez; el P. Ternero están con representación del Virrey" (Monografía de la Diócesis de Trujillo. Imprenta Diocesana. Trujillo. 1930). Para Menéndez Rúa, el que Lambayeque cuente con un cura con representación del Rey, nos dice de la importancia que le daban al curato de Lambayeque el Cabildo Metropolitano y el Consejo de Indias. "Toda Vez que los equiparaba con las grandes prevendas". Los otros curas de doctrina eran de ordenes menores, "pues los proveía el Virrey". Menéndez Rúa concluye manifestando: "...en todo lo que llamamos Departamento de Lambayeque no figura otra representación Real".

Ahora bien, si sabemos que una doctrina o parroquia era atendida por un cura doctrinero, que era un clérigo o miembro de orden religiosa, entonces para el año de 1602, el pueblo de indios de San Pedro de Lambayeque, contaba con cuatro ramadas, con varias parcialidades o comunidades nativas anexas a ellas.

Ramada de San Pedro
 El Cosmógrafo Mayor del Virreinato del Perú, Dr. Francisco Antonio Cosme Bueno y Alegre, en su "Colección geográfica e histórica de los arzobispados y obispados del Reyno del Perú, con las descripciones de las provincias de su jurisdicción". Lima : s.n., 1759-1776), consigna que en 1764, la provincia de Saña, cuya capital politica y administrativa era ya el antiguo partido de Lambayeque, tenia: "...veinte curatos", y más adelante agrega: "...los números, 9, 10, 11, y 12, corresponden a Lambayeque, en la suntuosa Iglesia de d(i)cho pueblo, con distinción de feligreses que adoctrinados por sus respectivos curas sin confusión, a buen establecido orden en quatro Ramadas al lado de la Catedral que se denominan de Santa Lucia, Santa Catalina, San Pedro y San Roque". Tal vez sea esta crónica dieciochesca, la primera en mencionar con sus respectivos nombres, aunque sin ningún orden, a las ramadas de Lambayeque.

José Ignacio de Lecuanda, contador de la Real Aduana de Lima, en su "Descripción del Partido de Saña o Lambayeque", de septiembre de 1793, escribe lacónicamente: "...Tiene Lambayeque quatro curas en sus parroquias, á que llaman sus naturales Ramadas".

A partir del año de 1826, aparecen unidas las ramadas de San Pedro (Hoy Capilla de San Francisco de Asís) y Santa Catalina, y después de 1830, las de San Pedro y Santa Lucía, por la destrucción y ruina que le ocacionaron a esta última los copiosos aguaceros del verano de 1828. Don Manuel Orbegozo se titula desde 1863, como cura propio de la ciudad de Lambayeque, lo que significa que las cuatro ramadas originales se encontraban, para esa fecha, reducidas a una, en la Iglesia Matriz de San Pedro.
    
    

El Señor de Ánimas. Iglesia San Pedro de Lambayeque

Señor de Ánimas
Esta lograda efigie de fines del siglo XVIII, se encuentra en la hornacina central del primer cuerpo del retablo de Ánimas, ubicado en la nave de la Epístola de la Iglesia San Pedro de Lambayeque. Se trata de una talla de madera policromada, con ojos de cirstal. Mide 176 cm. de altura y su autor es desconocido.
 
Descripción: Se trata de una dramática representación de Cristo vivo en la Cruz, en el momento de su expiración. De canon esbelto y de acusada impronta barroca, Su interpretación anatómica ha sido cuidadosamente modelada, a excepción de las manos y los pies. Esto de ninguna manera contradice el que se convierta en una destacada obra de la imaginería virreinal que se conserva en esta Iglesia.

Jesús pende sobre una Cruz con los brazos extendidos y sujetos a ella por dos clavos que le traspasan las manos abiertas con los dedos levemente flexionados.  Tiene el pie derecho sobre el izquierdo clavado también a la cruz, el abdomen algo hundido y el tórax hinchado como consecuencia de exhalar su último suspiro. Presenta una policromía de tonos claros, con laceraciones y tumoraciones verdosas en el pómulo y la mejilla izquierda, los hombros, el tórax, la espalda, las rodillas y el pie derecho, lo que lo hace algo cruento.

La cabeza elevada ligeramente hacia la izquierda, la corona de espinas es superpuesta, la frente es despejada con el entrecejo fruncido y las cejas de trazos finos y rectos. Los parpados profundos enmarcan unos ojos entreabiertos, con la mirada fija en un lugar ignoto, imperceptibles pestañas pintadas en la madera, la nariz recta y algo pronunciada, dotada de aletas de correctas dimensiones. Los pómulos acusados. La boca entreabierta deja entrever la lengua y la parte superior de los dientes. En síntesis el rostro, desencajado, ha sido concebido con gran dramatismo.

La cabellera le cae en dos grandes mechones sobre el pectoral derecho. En el lado opuesto el pelo se desliza hacia la zona escapular, dejando libre el cuello, tensionado por la forzada posición de la testa, y el pabellón auditivo del mismo lado. La barba corta y ligeramente bífida. El sudario es del tipo “cordífero”, anudándose sobre la cadera derecha, donde forma un lazo y deja al descubierto la desnudez de dicho costado.

La Cruz: es de formato rectangular, plana y de color verde.

Estado de conservación: Malo. Presenta huellas del ataque de xilófagos en la frente, labio superior, brazo y tobillo izquierdo. La cruz presenta también huellas del ataque de insectos en la parte del brazo inferior. Por todo esto reclama una urgente y experta restauración.

Orificio en el labio superior, producto del ataque de xilófagos

Orificio en la frente, por el mismo motivo
 Huellas del ataque de xilófagos en el brazo anterior izquierdo


Orificio en el tobillo izquierdo





miércoles, 14 de septiembre de 2011

Santa Rita de Casia. Iglesia San Pedro de Lambayeque



Santa Rita de Casia

Si los magnificos retablos del siglo XVIII, que engalanan las naves laterales de la Iglesia San Pedro de Lambayeque, constituyen de por si un importante bagaje cultural que debemos conservar, así  también, de paso, merece nuestra atención su impresionante imaginería virreinal, cuyo estado de conservación es precario y malo en algunos casos.  La imaginería virreinal alude a las imágenes tridimensionales o esculpidas que se crean en ese período.  

Aunque el patrimonio de imágenes de esta iglesia no encierre, en gran parte, un notable valor artístico, poseen sin duda un valor vocacional, testimonial e histórico; estas imágenes son símbolo de espiritualidad y por lo mismo objeto de veneración. Antiguamente muchas de ellas tenían  gran arraigo entre los fieles lambayecanos lo que ha permitido su supervivencia a través del tiempo. 

Lamentablemente, muchas de ellas se encuentran cubiertas de polvo, acumulado por los años, y plagadas de xilófagos, tales como termes (polilla de la madera) y anobios conocidos vulgarmente como carcomas de la madera, que han dañado sus estructuras al grado de encontrarse con partes expuestas por la pérdida de sus elementos compositivos, pues los insectos ya se comieron la madera. Un claro ejemplo de lo que venimos manifestando lo constituía la lograda imagen de Santa Rita de Casia, anteriormente ubicada en la hornacina de la calle lateral izquierda del primer cuerpo del retablo de Ánimas, nave de la Epístola.

Se trata de una escultura barroca, realizada en fina madera de cedro policromada, con ojos de cristal. Su autor es desconocido. De la imagen no se tienen datos concretos sobre su antigüedad y procedencia, aunque todo parece indicar se trataría de una talla de principios del siglo XVIII. Mide 112 cm. de altura, y sus pies descansan sobre un montículo o pequeña elevación asimétrica que simula un trozo de terreno cualquiera. La imagen se levanta sobre una peana de madera de 0.15 cm. de altura con el objeto de aumentar sus dimensiones, como "elevándola" a la vista del público.

Se le representa de pie y de frente. Viste el hábito agustino ceñido por la correa. En el lado izquierdo el hábito cae formando unos pliegues muy rectos que se rompen al llegar al suelo, mientras que en el lado derecho la tela deja traslucir su pierna ligeramente flexionada. La cabeza cubierta por una toca, en parte moldeada con tela engomada que le da forma, muestra un rostro ovalado, con la mirada ligeramente hacia lo alto, en la frente una pequeña estrella, huella de la espina clavada en ella (estigmatizada), cejas delineadas color castaño oscuro, nariz recta, boca pequeña y entreabierta que deja traslucir los dientes superiores, labios encarnados y mejillas sonrosadas. No cabe duda portaba en sus brazos una Cruz, atributo principal de la Santa.

A Rita de Casia se le reconoce como la "Santa de los imposibles", por los grandes obstáculos que hubo de vencer para alcanzar la santidad a lo largo de su vida (hija obediente, esposa fiel, esposa maltratada, madre, viuda, religiosa, estigmatizada). Santa Rita lo experimento todo. Es una de las santas más populares de la Iglesia Católica. Murió en olor de santidad el 22 de mayo de 1457 a la edad de 76 años. Su cuerpo se conserva hasta la actualidad incorrupto (aunque muy deshidratado). Fue beatificada por Urbano VIII en 1627. El 24 de mayo de 1900 fue canonizada por el papa León XIII. Su fiesta se celebra el 22 de mayo.

De lo que estamos seguros ahora es que a esta Santa se le daba culto en esta Iglesia desde los primeros años del siglo XVIII. Esto lo avala un fugaz e inconcluso dato que exhumáramos de un viejo protocolo que se guarda en el Archivo Departamental de Lambayeque, que a la letra dice: "...mayordomo de la Gloriosa Santa Rita" (Causas Eclesiásticas. 1718). Además sabemos que contaba con una cofradía, actualmente extinguida, lo demuestra el testamento que hace dos siglos atrás, en julio de 1810, dictara Manuel Sono, natural de esta ciudad, ante el escribano público y de cabildo José Vásquez Meléndez. Inédito documento que ubicáramos también entre la copiosa papelería que se conserva en el citado Archivo.

Manuel Sono era hijo legítimo de Toribio Sono y María Antonia Soenape. En una de las cláusulas del citado instrumento, Manuel declara ser mayordomo de la "gloriosa Santa Rita" y dejar el cargo a don Feliciano Oscho, con todo lo perteneciente a la Santa. Entre los bienes de la imagen se encontraban: "una túnica y manto de terciopelo negro con sus franjas de oro, su diadema de plata, Santo Cristo y disciplina de lo mismo, un punzón de oro con su perla fina, un libro forrado también en plata, otra túnica más de terciopelo negro y un manto viejo del mismo color de genero de seda y una camisa de estopilla blanca, además de una caja de madera para guardar todo esto, con más cuatro libras de cera de castilla".

Aunque la efigie de Santa Rita no es de vestir era antigua costumbre, que se conservó hasta las primeras seis décadas del siglo pasado en esta Iglesia, adornar las imágenes con mantos ricamente bordados y cabelleras postizas. Es más se sabe que hasta mediados del siglo XIX, las imágenes que adornan los retablos lambayecanos se encontraban engalanadas con sus mejores joyas de plata. Los amigos de lo ajeno, el robo sacrílego, hicieron que las cofradías y hermandades las pusieran a buen recaudo.  

El estado de conservación de esta imagen dieciochesca era malo, se encontraba cubierta de polvo, su vestidura, completamente repintada, mostraba a la vista las huellas causadas por el ataque de xilófagos y por último se detectó que la pechera, correa y la parte delantera de la túnica original habían contado con esgrafiados en pan de oro, lamentablemente en gran parte desaparecidos. La peana de madera se encontraba carcomida por los xilófagos y repintada con burdos jaspeados que trataban de imitar el mármol.

Ante el visible deterioro en que se encontraba esta bella imagen, los miembros del Patronato de Cultura y Turismo de esta ciudad, tuvieron la feliz iniciativa de concebir un proyecto al que denominaron: "Adóptame soy una imagen en riesgo. Iglesia San Pedro de Lambayeque". Su principal objetivo: salvar a como de lugar la efigie de Santa Rita de Casia. Para la ejecución del proyecto se contó con el desinteresado concurso de La Parroquia de Lambayeque, de la Municipalidad Provincial de Lambayeque y personas representativas de la ciudad, con su valioso aporte se logró iniciar el proceso de restauración integral de la imagen y salvarla de una irreparable pérdida. Ahora se encuentra depositada en la hornacina lateral izquierda del primer cuerpo del retablo, conocido hasta hace algunos años atrás como de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, en la nave del Evangelio.

Esperamos se continué con este trabajo, en aras de la conservación del patrimonio cultural mueble de esta Iglesia.

martes, 13 de septiembre de 2011

La "Semana Magna" y Lambayeque (1844).

Debemos recordar primero que “Semana Magna” es la denominación con que se conoce al espacio de tiempo durante el cual la población de Lima se preparó para enfrentarse a las tropas del coronel José Rufino Echenique, con motivo de la disputa por la presidencia de la República entre los generales  Manuel Ignacio de Vivanco, Ramón Castilla y Marquesado y Miguel de San Román, en 1844.

Ramón Castilla y Marquezado
Para emprender la campaña contra Castilla, el Supremo Director Vivanco, dejó encargado de los departamentos del Norte, al prefecto de Lima Domingo Elías Carbajo, cargo que ocupaba desde 1843. Este aprovechando que el país se encontraba relativamente cansado de las continuas luchas intestinas, se hace cargo del poder Supremo como Jefe Político y Militar de la República el 17 de junio de 1844.

El viajero francés Max Radiguet describió la escena del pronunciamiento de Elías: "[…]. Alrededor de trescientas personas se introdujeron en la galería, las tapadas, que formaban más o menos los dos tercios de esa masa comentaban el acontecimiento con tanta animación que muchas veces fue necesario reclamar silencio. Al fin, Elías tomó la palabra […]. Su pronunciamiento no difería sensiblemente de los que en los años turbulentos de la emancipación habían surgido, en tan gran número […] haciendo un llamamiento al auditorio, que quedó sin respuesta, declaró, con una voz entrecortada que a falta de un individuo dispuesto a tomar la dirección de los negocios públicos, se sentía lleno de abnegación para llenar esta tarea espinosa, hasta el día en que la voluntad nacional designándole un sucesor le permitiera retirarse a la vida tranquila, de la cual no había salido sino a pesar suyo”.

                                                                    Domingo Elías Carbajo

Elías, declaró que conservaría el mando Supremo hasta la instalación de un Congreso a convocarse: “...cuando las hostilidades cesaran”, instando a los beligerantes a deponer las armas, caso contrario si se rehusase alguno de los caudillos, de los dos bandos en conflicto, se le declararía enemigo de la patria y se le haría la guerra.

El historiador Jorge Basadre Grohmann, anota que al enterarse de los hechos el coronel Echenique, que se encontraba en Huancayo, “refutó extensamente la actitud de Elías”, pero en cambio aceptó la suspensión de hostilidades decretada por éste el 29 de junio de 1844; anunciando de paso su avance sobre la capital con el propósito decía de no combatir y de “regresar luego a sus cantones”. Como es obvio, a Elías no le pareció del todo bien intencionada esta actitud e inmediatamente declaró a la capital en ASAMBLEA.

¿Pero que significaba esta declaración?. No otra cosa que la suspensión de los trabajos en las oficinas públicas y particulares, almacenes, tiendas y talleres, alistando a los hombres hábiles para tomar las armas; señalando los toques de alarma y los sitios donde debían concurrir los ciudadanos, declarando traidores a los que trabajasen a favor de los invasores, y culpables a los que se negaran a prestar los servicios a que fuesen convocados.

José Rufino Echenique
A Echenique no le quedó otra alternativa que emprender la retirada a Tarma. Cuenta en sus “Memorias” que no atacó Lima, porque fue notificado que la batalla definitiva iba a darse en Arequipa entre Vivanco y Castilla. Tal vez pensaría que como la ciudad del Misti, le era adicta a Vivanco, éste cargaría con la victoria. Todos sabemos que esta acción de armas, conocida como de Carmen Alto (Arequipa), se dio el 29 de julio de 1844, cargando con la victoria el general Ramón Castilla.

Acontecimientos en la ciudad de Lambayeque

Se desempeñaba como Comandante Militar o Comandante de la Guardia Nacional y Subprefecto de Lambayeque, el ciudadano don Manuel Muga, quien seguía de cerca los acontecimientos que se desarrollaban, tanto en la capital del Departamento (Trujillo), como en la de la República (Lima).

Vista de la estatua de la Libertad y la Iglesia San Pedro de Lambayeque
Al ser informado de los pronunciamientos (8 de julio) de los departamentos de Trujillo, Piura y Ancash, a favor de la capital, aumento su celo y vigilancia en la ciudad de Lambayeque, por las consecuencias que estos hechos pudieran acarrear, teniéndose en cuenta que habían en ésta algunos partidarios y simpatizantes del Directorio.

Todo parece indicar que Muga interceptó alguna correspondencia “subversiva” en esta ciudad y cuyo remitente era el coronel don Pedro Beltrán, ardoroso aliado de Echenique y por ende de Vivanco. A través de ésta supo de la peligrosa incursión que preparaba este coronel, con las tropas de la Provincia de Cajamarca que le obedecían, contra la ciudad de Lambayeque, “faltando a su compromiso de permanecer en esa ciudad mientras durase la contienda entre los beligerantes del Sur”. Ante tal situación, Muga hizo publicar un bando “con toda la solemnidad requerida”, el 19 de julio de 1844, declarando a la ciudad de Lambayeque en estado de Asamblea, y ya hemos visto anteriormente lo que esta declaración significaba.

Para su fiel cumplimiento, el subprefecto apelaba al sentimiento patriótico, tantas veces demostrado, de los habitantes de esta ciudad, instándolos a seguir el ejemplo de los de la capital, que con su valiente actitud desconocían el Directorio, cuya forma de gobierno decía, “es opuesta a la popular y representativa que adoptó la nación al emanciparse”. Vivanco se había sublevado, en 1843, contra el Presidente general Juan Francisco de Vidal la Hoz y se hizo con el poder con el título de "Supremo Director de la República".

     “El entusiasmo - dice el Bando – en que arde la Capital de la República para repeler al coronel Echenique, que sigue los mismos principios que el coronel Beltrán, debe servir de ejemplo a todos los habitantes de esta benemérita ciudad y demás pueblos de la provincia, para ponerse en actitud de defender a su país, en caso de presentarse el coronel Beltrán”, y anotaba que en la capital “hasta los hombres de más valer, luces y patriotismo, y aún los venerándoos magistrados estaban con las armas en las manos contra el coronel Echenique”, por tal motivo: “sería un crimen de lesa patria abandonar esta ciudad discrecionalmente o rendir la cerviz para que le asacasen recursos de todo género, para aumentar las calamidades que padece a la sombra de un efímero bien que han pregonado los Directoriales, atribuyendo a delito lo que es la obra del conocimiento”.

A continuación transcribimos el Decreto histórico (inédito) del citado Bando.

                 DECRETO:
                 
                 “Se declara en Asamblea a la ciudad de Lambayeque: todos los hombres desde la edad de 18 años hasta los 50 se presentarán en la Subprefectura a las cuatro de la tarde de hoy, a recibir las órdenes convenientes en su propia defensa, luego que sean impuestos de aquellas, serán citados para su comparecencia a la Plaza Mayor al toque de campana cuando las circunstancias lo exijan.

                  “Todos los ciudadanos que tengan armas, de chispa y blanca, la presentarán a esta Subprefectura para su distribución, con cabalidad de reintegro en caso de pérdida.

                  “Todos los que no cumpliesen con esta determinación, serán tenidos por enemigos de su patria y perseguidos como criminales según la calidad del delito y la persona que lo cometa, pues que no teniendo que salir a ninguna parte sino custodiar la ciudad, no deben ser indiferentes siguiendo el ejemplo de la capital y el de muchos otros pueblos que se han hecho célebres por su decisión a defender sus propiedades y derechos”

                  Lambayeque 19 de julio de 1844.  Manuel Muga.

En conclusión, el coronel Beltrán no se presentó en Lambayeque; esta ciudad se declaró anti-Directorial y, por último, permítanos insinuar que sí Lima tuvo su “Semana Magna”, a raíz de los acontecimientos mencionados anteriormente, la ciudad de Lambayeque tuvo, sí no una semana, tal vez, sí su “Día Magno” en esa fecha.

La casa que construyera en Lambayeque don Manuel Muga y su esposa Jacinta Romero, en 1851.
Recientemente reconstruída sera sede del Hotel "Santa Lucía".



lunes, 12 de septiembre de 2011

En torno a la fundación de Lambayeque.

Desde finales del siglo XV, y las primeras décadas del siglo XVI, o sea desde la llegada de los españoles a las Antillas y Nueva España, existió una copiosa legislación en torno al levantamiento de pueblos indígenas. Ésta versaba sobre el tratamiento que se debería dar a los indios, la propagación de la fe, por medio del adoctrinamiento o catequización de los mismos, el repartimiento, población, fundación de ciudades, villas, pueblos, etc. Todas estas Ordenanzas sintetizadas en el texto de la Capitulación de Toledo, firmada el 26 de julio de 1529. En el tenor de esta tristemente famosa Capitulación se echaron las bases de la invasión, conquista y colonización del antiguo Perú, así como también se implantaron las leyes españolas en nuestro extenso territorio.

Posteriormente, por reales cédulas de los años de 1549, 1551, 1560 y 15 de julio de 1566, se ordenaba a los virreyes que a los habitantes originarios del Perú, se les agrupara en pueblos; aunque se tiene conocimiento que ya existían algunos asentamientos surgidos espontáneamente alrededor de los tambos, capillas doctrinales o las minas.

Pero sabemos también que el origen fundacional, hispano urbano, de la actual ciudad de Lambayeque, bajo el patrocinio del apóstol San Pedro y conservando el nombre Muchik castellanizado de Lambayeque, se remonta a la "reducción" o pueblo de indios de San Pedro de Lambayeque, así su denominación original.

Días iniciales en que por mandato de las leyes intrusas se dio comienzo, en fecha hasta hoy imprecisa, como veremos más adelante, a agrupar en pueblo, levantado según criterios europeos, a las dispersas parcialidades o comunidades nativas tradicionales que conformaban su laborioso y rico cacicazgo.

Hipótesis sobre la fecha de su fundación

Tal vez sea el Cosmógrafo Mayor del Virreinato del Perú, Dr. Francisco Antonio Cosme Bueno y Alegre, el primero en referirse, aunque sin precisar fecha, al levantamiento del pueblo de indios de Lambayeque, cuando en su obra "Descripción Geográfica de las Provincias que Componen los Reynos del Perú (1776 - 1777)", anota: "Fundose a una legua del mar y se traslado a pocos años de su fundación al lugar en que hoy está".

Carlos Bachmann, en su "Monografía del departamento de Lambayeque" (1921), amparándose en Cosme Bueno, escribe: "La población fue construida al principio a 5 kilómetros del mar, pero después fue trasladada a un lugar distante 10 kilómetros de la costa, donde hasta hoy existe".

Según el historiador lambayecano Augusto Castillo Muro Sime: "El pueblo de neta labra hispánica ya levantaba sus estructuras allá por los años anteriores a 1540" (Algunos apuntes para la Historia de la Iglesia de Lambayeque. Articulo aparecido en el Diario "La Industria" de Chiclayo. 8/6/1957). Dudoso argumento difícil de probar por la falta de fuentes de tan temprana época en nuestros archivos públicos y eclesiásticos en nuestra región. Lo que se conoce es que Lambayeque fue declarada encomienda de indios en 1536, y como tal adjudicada al capitán don Juan de Barbarán y San Pedro por el propio Gobernador don Francisco Pizarro.

En Lambayeque existía también una vieja tradición que decía se celebró la fundación de Lambayeque en 1553, con la finalidad: "de halagar la vanidad del conquistador español". Hecho que dudamos haya sucedido así, puesto que la legislación indiana estipulaba que estos levantamientos se hicieran procurando, en cuanto fuera posible: "a voluntad y contento de los Caciques e principales de indios".

Ricardo Miranda Romero en su "Monografía del Departamento de Lambayeque" (1947), nos dice que los españoles fundaron Lambayeque a raíz "...de la buena acogida y hospitalidad que recibieron del cacique Efquempisan, que gobernaba en ella".

Debemos también tener en cuenta, que a Lambayeque ya se le reconocía como tal en el mencionado año de 1553, al citarla en un pasaje de su testimonio, que con motivo de los adictos al levantamiento que encabezara en el Cuzco Francisco Hernández de Girón, narrara en su crónica el historiador de la conquista Diego de Hernández "El Palentino": Fecha que los estudiosos locales de pasadas décadas esgrimían ufanos para demostrar la existencia de Lambayeque diez años antes que por mandato del Virrey Diego López de Zúñiga y Velasco, Conde Nieva, el capitán Baltazar Rodríguez  fundara la Villa de Santiago de Miraflores de Saña, el 29 de noviembre de 1563.

Al respecto contamos con lo que sostiene el arquitecto Luís Villacorta Santamato en su tesis de grado "Iglesias Rurales del Perú", cuando dice: "la primera reducción indígena no se fundó en el Perú sino hasta el año de 1557, precisamente en Lima, cuando los habitantes de los valles de Lima y Guatica fueron congregados en el pueblo de Santa María Magdalena" (Huaca Nº 2. Lima Pág. 54).

Las tesis del Dr. Jorge Zevallos Quiñones

En un extenso artículo publicado el 28 de julio de 1964, en el Diario "La Industria" de Chiclayo, el historiador Jorge Zevallos Quiñones, nos dice: "...el único de la costa peruana (se entiende por Lambayeque) en que funcionaron a partir de 1560, dentro de su pequeño perímetro urbano, cuatro parroquias cúrales". No tenemos hasta el momento ni el más leve indicio sobre las fechas de "fabrica" de las cuatro capillas doctrinales o "ramadas" de Lambayeque, lo que se maneja es que las ramadas de San Pedro (actual Capilla de San Francisco de Asís), San Roque y Santa Lucía (hoy completamente desaparecida), datarían de finales del siglo XVI y la ramada de Santa Catalina de principios del siglo XVII.

Dieciocho años después, el mismo Zevallos Quiñones en el seminario denominado "Orígenes Históricos de Lambayeque", organizado en 1982, por la Dirección Universitaria de Proyección Social del Universidad Nacional Pedro Ruiz Gallo, sostuvo que Lambayeque fue fundado por el Oidor Dr. Gregorio Gonzáles de Cuenca, "...entre los años de 1564 y 1565", en los terrenos denominados "Lambayeque Viejo", ubicados cerca de la desaparecida hacienda de Bodegones, al noroeste de la actual ciudad de Lambayeque. El profesor Pedro Delgado Rosado, refiriéndose a lo manifestado por el citado historiador, anota: "Y el mismo doctor Zevalloss Históricos de Lambayeque", organizado en 1982, por la Dirección Universitaria de Proyección Social del Universidad Nacional Pedro Ruiz Gallo, sostuvo que Lambayeque fue fundado por el Oidor Dr. Gregorio Gonzáles de Cuenca, "...entre los años de 1564 y 1565", en los terrenos denominados "Lambayeque Viejo", ubicados cerca de la desaparecida hacienda de Bodegones, al noroeste de la actual ciudad de Lambayeque. El profesor Pedro Delgado Rosado, refiriéndose a lo manifestado por el citado historiador, anota: "Y el mismo doctor Zevallos nos ha escrito: "Hacia 1565, Cuenca realizaba su tarea en la región lambayecana". (Lambayeque. "La Guía de Guías" Año II Nº 4. 1993. Pag. 35).

Años después, en su obra "Los Cacicazgos en Lambayeque", editado en Trujillo en 1989, Zevallos Quiñones nos dice que el pueblo de lambayeque se fundó: "...entre los años 1566 y 1568", por el Dr. Cuenca. Pero tiempo después en su libro "Historia de Chiclayo", publicado en marzo de 1995, variando nuevamente sus tesís anteriores sostiene que Lambayeque fue fundado "...en el segundo semestre de 1566", por el tristemente famoso Oidor.

Lo que se sabe es que por mandato del Virrey Lope García de Castro, el Dr, Cuenca realizó, por los años de 1566 y 1567, una visita o retasa a esta parte de la zona norte del Perú. La historiadora norteamericana Susan E. Ramírez manifiesta: "...las reducciones de González de Cuenca datan de 1566, aunque similares concentraciones de indios y reducciones se habían realizado antes de 1566".

Para el profesor universitario José Gómez Cumpa, ya existía Lambayeque como centro poblado antes de la conquista española en 1532, por lo que la fundación de la reducción indígena lambayecana por el Oidor Dr. Gregorio Gonzáles de Cuenca, "no sería sino un acto simbólico, muy propio de la mentalidad española". (El Común de Indios de Lambayeque: Siglos XVI - XVIII. Utopía Norteña. Edición Especial).

El diluvio de 1578  en Lambayeque

En el verano de 1578, un "Niño" de extraordinaria magnitud asoló la costa norte del Perú, especialmente la región de Lambayeque. El surgente pueblo indígena de Lambayeque sufrió serios estragos como consecuencia de las copiosas lluvias y las aguas desbordadas de su río. Es común escuchar en los círculos oficiales, en el sentido de que los pobladores de este primitivo asiento optaron, dadas las circunstancias por su traslado al emplazamiento que actualmente ocupa.

Zevallos Quiñones sostiene que la "refundación" de Lambayeque, como él mismo la califica, se produjo entre los años de 1580 y 1585, es más nos da como posible fecha de su traslación al año de 1583. El Dr. Luís Lostanau Rázuri agrega por su parte que este hecho se verificó en 1585.

Gómez Cumpa nos dice, que destruido el primitivo pueblo, situado en "Lambayeque Viejo", como consecuencia del desbastador "Niño" de 1578, se produce "el traslado, se rehace la economía y se ubica la población en el actual Lambayeque", el citado profesor no precisa la fecha en que se produjo el masivo éxodo.

El pueblo de Lambayeque viejo

No cabe duda existió un primitivo pueblo en esta parte del fértil valle de Lambayeque. La vetusta papelería colonial nos da fe de ello. En ella suele denominársele alternativamente como "Pueblo de Lambayeque viejo", a mediados del siglo XVII; "Lambayeque la vieja", finales del siglo XVII; "Lambayeque el viejo, mediados del siglo XVIII, o simplemente "Lambayeque Viejo", desde inicios del siglo XIX.

A lontananza de este primigeneo pueblo, tal vez prehispánico, oteando el horizonte, como mudos testigos de un legendario pasado, las antaño sagradas huacas de Chotuna; Sioternic o Huaca de la Cruz; Chornancap o Huaca del cacique Cium, primogénito del mítico Naylamp fundador de la cortesana dinastía que gobernó estos valles; Huaca Blanca; Huaca de los frisos; el Mirador; y sólo para nombrarlas, ya que no existe rastro de ellas, las huacas de Nelcopafar; Saturnique y Chalman, esta última a orillas del mar. Inmediatas también, las arcaicas parcialidades o comunidades nativas de Ñan, Corñan, Efquen, Yéncala y Chancay.

El sabio italiano Antonio Raymondi, recorrió esta zona en 1868 y anota: "...fui a ver el lugar que llaman Lambayeque Viejo", Lo mismo hizo el estudioso alemán Ernesto W. Middendorf, y en su monumental obra "Perú" (1885), escribe: "...una segunda ciudad existía a mitad del camino entre Lambayeque y el mar, llamada "Lambayeque viejo".

Una errada tradición

A su paso por Lambayeque, Raimondi también escribe: "En Lambayeque hay tradición de que el pueblo existía en otro lugar y que una inundación que se cree contemporánea con la que destruyó la población de Saña (1720) hubo de obligar a los habitantes a establecerse y fundar la población donde se haya actualmente...".

Enrique Brüning, en el Fascículo I de sus Estudios Monográficos del Departamento de Lambayeque (1922), se encargo de desmentir esta burda tradición contada por pobladores de lambayeque a Raimondi, cuando dice: "Muy generalizada es todavía la errónea creencia, muchas veces refutada, que lambayeque fue fundado por los habitantes de Saña, que abandonaron su terruño después de haber sido destruido por una fuerte avenida de aguas, en la madrugada del 15 de marzo de 1720. Es verdad que muchos vecinos de Saña se refugiaron en Lambayeque, donde tomaron nuevo asiento. Pero - sentenciaba Brüning - la historia nos cuenta que Lambayeque no soló ha existido  los 200 años a partir de esa fecha, sino muchos siglos más".

Conclusión

Al final, todas las hipótesis que sobre la fecha de fundación y posible traslado del pueblo de indios de San Pedro de Lambayeque se barajan, quedan solamente en eso, o en meras especulaciones, mientras no sean avaladas documentalmente. Lo cierto es que bajo el programa de reducciones indígenas nació Lambayeque a la vida urbana, ese fue el comienzo de su proceso vital, poco tiempo después de la invasión y conquista española.


















sábado, 10 de septiembre de 2011

Aporte lambayecano a la campaña final de la independencia nacional.

Sea por la repercusión que tuvo la declaración de independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata en 1816, seguida por la de Chile en 1818, por la presencia en nuestras costas de la flota expedicionaria de Lord Cochrane en 1819; por la enorme resonancia que produjo el movimiento separatista de Guayaquil, el 09 de octubre de 1820; por la nutrida y eficaz correspondencia de los grupos patriotas con el general don José de San Martín, o, a raíz del desembarco del Ejercito Expedicionario Libertador del Perú, en la bahía de Paracas, la madrugada del 8 de septiembre de 1820, lo cierto es que varios pueblos y ciudades del centro y norte del Perú, declaran, proclaman y juran su independencia del poder español antes, que el ilustre argentino, jurara la independencia del Perú, desde las principales plazas de Lima, la mañana del 28 de julio de 1821.

El historiador Manuel Casimiro Bonilla Castro, destacado militar, natural de la región Lambayeque, nos dice: el primer lugar donde se proclamó la independencia del Perú fue Supe el 5 de abril de 1819. Para llevarla a cabo, los pobladores de esa, por aquel entonces, humilde caleta de pescadores, ubicada en el kilómetro 190 al norte de Lima, aprovecharon la presencia de la primera expedición marítima al mando de Cochrane, a la cual también, con muchos sacrificios, brindaron su decidido y total apoyo.

Documentado argumento, producto de una exhaustiva  investigación  en la papelería del virrey Pezuela, específicamente en sus “Memorias de Gobierno”, que diera a conocer Bonilla Castro en su Ensayo titulado “Fecha y Primer lugar del Perú donde se Proclamó la Independencia”, aparecido en la Revista del Centro de Estudios Históricos Militares del Perú, en 1948.

El historiador Dr. Feliz Denegrí Luna, anota que fueron muy duros los castigos dispuestos contra los supanos, cuando las fuerzas del Rey vuelven a ocupar la región: “…La lista de los sentenciados a ser pasados por las armas fue muy larga…” dice Denegrí Luna, y agrega que en la relación que sobre este suceso da el virrey Pezuela “…se confunden en gloriosa democracia: hacendados con caciques y oficiales de milicias, así como también simples arrieros con distinguidos sacerdotes; es el pueblo todo de Supe que esta por la revolución”, concluye.

Cumpliendo con sus planes, trazados de antemano, San Martín ordenó al general Juan Antonio Álvarez de Arenales incursionar por la sierra central, en lo que se ha venido en denominar la Campaña de la Sierra, dándole instrucciones precisas en el sentido de que hiciese todo lo posible para que, a su paso, los pueblos fuesen proclamando su independencia.

Con la presencia de Álvarez de Arenales, el cabildo de Nazca procedió a la jura de la independencia el 16 de octubre de 1820, el cabildo de Ica el 20 de octubre; la antigua Huamanga, Ayacucho, el 01 de noviembre; Huancayo el 20; Jauja el 22; le sigue Tarma el 28 de noviembre de 1820. El 7 de diciembre jura la independencia Cerro de Pasco, y el 19 de diciembre de 1820,  lo hace Huánuco en solemne ceremonia pública, realizada en la plaza de armas de esa ciudad.

Al igual que la zona central, el norte del Perú respondió también en forma positiva a los planes del general San Martín y en un lapso relativamente breve todos los pueblos del norte juraron su independencia.

Los miembros del cabildo de Lambayeque, partido de la Intendencia de Trujillo, reunidos en la casa del alcalde de segunda nominación, el limeño don Melchor Sevilla, declaran la independencia absoluta del gobierno español la noche del 27 de diciembre de 1820,  Le sigue el cabildo de Trujillo el 29 de diciembre de ese mismo año. El cabildo de Chiclayo declara la independencia el 31 de diciembre de 1820. Ya en el siguiente año de 1821, juran la independencia, Ferreñafe el 01 de enero; Cajabamba el 02; Piura el 04; Tumbes el 07; Chota el 12 de enero; Jaén el 04 de junio; Otuzco el 22 de Junio, y Cajamarca el 28 de junio de 1821.

Todos estos hechos adquieren relativa trascendencia histórica, por cuanto es un indicador de la actitud favorable del pueblo peruano a favor de la emancipación con anterioridad a la proclamación de la independencia desde Lima. Y no cabe duda también que estos actos proclamatorios constituyeran un indiscutible sostén moral e ideológico a la noble causa de la emancipación nacional.

Sin embargo sabemos también, que este extraordinario apoyo no se limitó, de ninguna manera, al buen éxito de estas meritorias acciones, muy por el contrario los posteriores acontecimientos nos dan cuenta de una inmediata, decisiva y oportuna ayuda material a la revolucionaria empresa.
    
Contribución que en líneas generales se tradujo: a la recluta de sangre joven que serviría para engrosar las filas del emergente Ejército Patriota; a la colectación de ganado, así como en el acopio de víveres de toda especie para la manutención de las tropas; en el aprovisionamiento de jabones, jergas, tocullos, frazadas, suelas cordobanes, en suma todo lo indispensable para el magro calzado, aseo y abrigo de las mismas; en la fabricación de clavos, herrajes, estribos, espuelas, lanzas y sables para la defensa; en la requisa de mulas y caballos, a las contribuciones voluntarias y forzadas de dinero y, por último, al recojo de toda la plata labrada de sus iglesias. En la consecución de todo este bagaje logístico todos sin excepción, hasta el más alejado poblado, cada uno según sus posibilidades, aportaron su cuota de sacrificio.

Hemos iniciado en Lambayeque, con miras al bicentenario de la independencia nacional, una rigorosa investigación sobre este importante tema, todavía vaco en la historiografía de esta región, porque estamos seguros, a la postre, ayudara, de alguna manera, a reafirmar y fortalecer nuestra identidad y conciencia regional, fundada en el culto de los valores, tradiciones y hechos históricos, lamentablemente, ahora, tan venidos a menos.    
   
Veamos pues a continuación, en apretada síntesis, parte de la contribución que en ganados, víveres, vituallas, dinero en efectivo, plata labrada, recursos humanos, etc., aportó la región Lambayeque a la campaña final de la independencia nacional.
    
Con fecha 17 de enero de 1821, el Gobernador Intendente de Trujillo, el limeño José Bernardo de Tagle y Portocarrero, marqués de Torre Tagle, enviaba una urgente comunicación al coronel Juan del Carmen Casós Barrionuevo, Gobernador Político y Militar de Lambayeque, pidiéndole refuerzos, caballos, dinero y pertrechos.
    
La hasta hoy inédita y utilísima misiva, constituye de por sí un significativo aporte a la historiografía lambayecana y, felizmente, en original, aunque muy maltratada, obra en nuestro poder, milagrosamente salvada, con uno que otro documento más, de haber sido consumida por las llamas a que había sido condenada por manos indiferentes a nuestro histórico acervo documental. Por tal motivo creemos necesario transcribir sus dos principales primeros párrafos, que a la letra dicen:
        
          Sr. Coronel don Juan del Carmen Casós, Gobernador Político y    
           Militar de  Lambayeque:
       
          Inmediatamente que US., reciba esta tomara las providencias más ejecutivas para que sin perdida de momentos se pongan en marcha para esta capital (se entiende por Trujillo) todo el Escuadrón de ese Pueblo, trayendo consigo los caballos sobrantes que tenga y su armamento correspondiente, a excepción de los fusiles, que puede US., dejar hoy, para con ellos y nunca suficientes que le mandare después, arme las compañías de su Regimiento que tratara de acuartelar a la mayor brevedad, dándole la instrucción correspondiente con el objeto de guarecer ese Pueblo.
     
         Igualmente: me mandara US. de esas milicias cien hombres buenos y si puede ser solteros, o casados, menos sin hijos, a efecto de acuartelarlos en esta ciudad y reemplazar parte de la tropa que precisamente debe transportarse al Cuartel General en la fragata “Minerva”, muy próxima a arribar al Puerto de Guanchaco de orden del Excelentísimo Señor Capitán General; la misma que deberá conducir también a su bordo el dinero que le tengo pedido, cuya pronta remesa así como la del escuadrón integro, caballos sobrantes, tropa de infantería y los caballos que haya podido colectar…”    

Esta histórica misiva reafirma, de paso, lo que se ha venido sosteniendo desde siempre, en el sentido de que el partido de Lambayeque fue también, desde los aurorales días de la gesta emancipadora, uno de los principales bastiones del indiscutible apoyo logístico con que  contó el emergente Ejército Patriota.
    
Ahora bien, la histórica y conocida carta del 2 de febrero de 1821, que descubriera e hiciera pública, hace algunas décadas atrás, el historiador lambayecano Augusto Castillo Muro Sime, cursada por el lambayecano Miguel Blanco y Vélez al prócer de la independencia de Piura Miguel Jerónimo Seminario y Jaime, no hace sino avalar, dieciséis días después, el contenido de la anteriormente citada misiva enviada por Torre Tagle a Casós Barrionuevo. El párrafo del documento enviado por Blanco y que al momento nos interesa dice así:
     
      De suerte que le hemos enviado a nuestro Libertador cerca de treinta mil pesos de donativos forzosos a los europeos, alguna pequeña parte voluntaria de los Patricios. Así mismo en esta semana remitimos 200 hombres a Trujillo, para que reunidos con 400 más de allí vallan por mar al Ejército. Todo esto sin perjuicio del acuartelamiento en que actualmente nos hallamos, de soldados de infantería y caballería”.
   
El destacado jurista e historiador Dr. Héctor Centurión Vallejo, en su obra “La Independencia de Trujillo”, consigna el siguiente dato: “En los primeros meses de 1821, llegaron a Trujillo como 400 patriotas voluntarios de Lambayeque, los que fueron puestos a órdenes del entonces Capitán Antonio Gutiérrez de la Fuente, quien ya se había alistado en las filas patriotas”. El prócer de la independencia de Trujillo D. Silvestre de la Cuadra fue el encargado de “aprovisionar a los voluntarios de todo lo necesario para que fuesen trasladados al  Cuartel General de San Martín”. Todo lo dicho fue certificado en 1848, por el mismo General Gutiérrez de la Fuente “con ocasión de ejercer el cargo de Prefecto y Comandante Militar del Departamento de la Libertad”, concluye Centurión Vallejo.
    
Torre Tagle, en carta enviada al General San Martín, fechada el 4 de febrero de 1821, le comunicaba “este valle a quedado muy escaso de cabalgaduras con solo ciento y pico por los caballos del Escuadrón de Lambayeque que remití a UD.”, y concluía diciendo: “recomiendo a Ud. a los oficiales de Lambayeque, pues aunque faltos de conocimientos,  luce en ellos el patriotismo y todos van voluntarios”.    

Buena parte de este contingente fue armado con recursos bélicos obsequiados por el prócer lambayecano Juan Manuel Iturregui Aguilarte; parque adquirido por éste en uno de sus viajes de negocios a Jamaica en 1817, guardado celosa y secretamente en la tina de elaborar jabón y curtir pieles “Santa Rita de Pololo”, propiedad de su señora madre doña Catalina Aguilarte Vélez. Iturregui también franqueo de empréstito voluntario la cantidad integra de jabón que transportó el navío la “Emprendedora” con destino al cuartel general en Huaura. “Es un patriota decidido”, diría de él, en carta a San Martín, el marqués de Torre Tagle. 

Cabe también destacar el valioso aporte brindado por el Capitán de Milicias disciplinadas de Lambayeque Juan Pascual Saco Oliveros, equipando a las tropas bajo su mando con su propio peculio. Obsequiando algunos caballos y conduciendo personalmente al Cuartel General de Huaura 200 soldados para que engrosaran las filas de la caballería patriota.
    
En nota cursada el 11 de febrero de 1821, Torre Tagle agradece a San Martín por la distinción hecha a los lambayecanos a raíz de su arribo al Cuartel General de Huaura: “Doy a Ud. muchísimas gracias por haber atendido a mis recomendados y entre ellos a los oficiales de Lambayeque que son muy acreedores por su patriotismo”.
    
Son varias también las comunicaciones enviadas por San Martín a Torre Tagle solicitándole la remisión de hombres de color, como la del 13 de febrero de 1821, en que el Libertador le dice al Intendente: “Sobre todo de las haciendas embargadas pertenecientes a enemigos de la causa que se hallan ausentes, se pueden sacar para que tomen las armas todos los negros útiles…”. Dos meses después el 10 de abril del mismo año San Martín le comunica “Los negros que lleguen a esa (Trujillo) de Lambayeque puede Ud. retenerlos, agregándolos a la compañía Nº 8 para formar un batallón…”.   
   
Hijos de Lambayeque, Chiclayo y Ferreñafe, criollos, mestizos, indios, negros, pardos, zambos y mulatos, confundidos en un solo ideal integraron también la legión de aguerridos soldados que asistieron a la gloriosa batalla de Pichincha el 24 de mayo de 1822. En la relación suscrita cuatro días después por el comandante en jefe de la División Perú, general Andrés de Santa Cruz,  se consignan los nombres de los combatientes que particularmente más se distinguieron en esta histórica jornada que selló la independencia del Ecuador. En ella figuran los siguientes lambayecanos: el sargento Manuel Salcedo, del Batallón Nº 2 del Perú, “que quedó tendido en el suelo, despedazado a machetazos, por haberse metido el solo, con su fusil entre las filas españolas”. Gómez de la torre, Domingo Pozo y Sebastián Fernández, heridos en la batalla; Manuel Vidaurre, Cipriano Sabaleta, Manuel Aguilar, Mateo Blanco, Manuel Iturregui, José Albujar, Juan Ruiz, Vicente Castañeda y Sebastián Romero, este último chiclayano.

Veintiún días después de la victoriosa jornada de Pichincha, el 15 de junio de 1822, el pueblo de Lambayeque, era elevado al rango de ciudad y se le otorgaba el honroso titulo de Benemérita y Generosa, por los caros servicios que venía prestando a la campaña final de la independencia nacional.  Decreto que fue ratificado por el Primer Congreso Constituyente, el 18 de diciembre del mismo año.

A fines de junio de 1822, el general San Martín, nombrado Supremo Protector de la Libertad del Perú, desde el 3 de agosto de 1821, y, como tal, al mando del poder político y militar de los departamentos libres del Perú, constituidos por Lima, el norte y un sector del centro del país, le hace llegar al coronel don Nicasio Ramallo, gobernador político y militar del partido de Lambayeque, una urgente misiva. En ella le encarga que “sin perder un solo momento” reúna al “patriótico vecindario” del partido de Lambayeque, para darles a conocer: “que la expedición marítima pronta a salir para abrir la campaña de un modo que asegure la Independencia del Perú, se halla detenida por falta de víveres”.

El Protector apelaba a la conocida y probada honestidad de sus habitantes para que juntos realicen un extraordinario esfuerzo y reúnan: “todo el maíz, arroz y harina de trigo, grasa, jabón y demás víveres” que pudieran proporcionar. “No dudo un solo momento - manifestaba el Protector – de los esfuerzos de los honrados lambayecanos, y que contribuirán de un modo directo a la terminación de esta ominosa guerra”. “No me detenga Ud., - le conminaba el Supremo Protector al gobernador de Lambayeque - un solo momento la goleta, después de tomados los víveres indicados, pues de su prontitud en el regreso pende el éxito de la expedición”.

A las doce de la mañana del 29 de junio, el vecindario de Lambayeque fue convocado por bando para que a las once de la mañana del siguiente día, asistiera a la sala municipal para enterarse de la suprema orden y “manifiesten consecuentemente el patriotismo que constante y repetidas veces tienen demostrado”; sobre todo “teniendo en consideración las actuales urgencias de nuestra madre patria”.

Esa mañana del 30 de junio, el coronel de milicias de caballería, don Baltasar Muro, natural de ferreñafe, fue el primero en ofrecer una carga de jabón como donativo voluntario a beneficio de la expedición marítima. Lambayeque, Ferreñafe, Chiclayo, Saña, Eten, las haciendas de Tumán y Chongoyape, San Pedro de LLoc, perteneciente por aquella época al partido de Lambayeque, enviaron inmediatamente sus donativos consistentes en cientos de arrobas de arroz, maíz, decenas de arrobas de carne y frijoles, y cientos de pesos. Las fechas de entrega, los detallados montos y los nombres de los que contribuyeron a esta noble causa, figuran en un viejo expediente de 6 folios que se conserva en el Archivo Regional de Lambayeque.

Toda la contribución lambayecana fue embarcada, a mediados de septiembre de 1822, en la Fragata “Luisa”, surta en el puerto de Pacasmayo, con destino al Departamento Marítimo del Callao, y sirvió para la manutención y aseo de los miembros de la flamante Marina de Guerra del Perú, que inició sus operaciones el 15 de octubre de 1821, bajo el mando de su primer Comandante General capitán de navío Martín Jorge Guise, de origen británico. La función inicial de la Armada Peruana fue bloquear los puertos del sur, zona aún ocupada por los realistas.

En la Gaceta del Gobierno del 21 de mayo de 1823, se encuentra un extracto de los donativos colectados por varios ayuntamientos del partido de Lambayeque. Así tenemos: la ciudad de Lambayeque, capital del partido, con 682 pesos 2 reales, las señoras patriotas donaron 445 pesos 5 reales,: Total 1,128 pesos 7 reales. En granos y efectos: ochenta y nueve docenas y ocho cordobanes. Cuarenta y dos arrobas de frijoles. Dos fanegas, doscientos quince arrobas de maíz. Ocho Suelas. Cuatro ponchos de lana. Ciento cuarenta varas de bayetón. Quince y media varas de paño azul de Quito.

El ayuntamiento de Chiclayo, con 910 pesos, de los cuales 176 pesos 6 reales correspondía al dinero en efectivo donado por las damas patriotas de esa localidad. En granos y efectos se recolectaron: Dos cargas de arroz; seis arrobas de garbanzos; ciento sesenta y una arrobas de maíz, catorce suelas, trece arrobas de frijoles, sesenta y dos varas de tocuyo y un plato con cuatro marcos de plata. El ayuntamiento de Ferreñafe, en dinero en efectivo, 92 pesos cinco reales; Mórrope, 62 pesos 4 reales; Jayanca, 17 pesos 1 real, además de dieciocho arrobas de maíz; Saña, 44 pesos 2 reales y doscientas cuarenta y nueve y media arrobas de maíz y dieciséis arrobas de frijoles; Lagunas, 17 pesos y 3 reales, y Olmos, 39 pesos y 9 reales.

El 25 de agosto de 1823, en la batalla de Zepita, los lambayecanos integraron parte del 3er Escuadrón, conducido por el comandante Eufemio Aramburu. Este oficial patriota había formado, entre abril y junio de 1822, dos escuadrones de lanceros de 150 plazas cada uno en Lambayeque. La dama lambayecana doña María Catalina Agüero, costeó el estandarte de uno de estos escuadrones, y el coronel de caballería de Ferreñafe don Baltasar Muro y el teniente coronel don Manuel Ojeda, proporcionaron, cada uno, cien pesos “para los que voluntariamente se alistasen en dicho cuerpo”, tal y como consta en la Gaceta del Gobierno del 12 de abril de 1823. Demás esta decir que en esta acción de armas quedo demostrado que nada era superior al valor de estos “huerequeques” a caballo.

No solo las damas de Lima y Trujillo se unieron a la noble causa de la libertad, también en Lambayeque se trabajó activamente. Las vecinas de esta ciudad reunían dinero vendiendo sus alhajas y vajilla de plata. En la Gaceta del Gobierno del 7 de junio de 1823, se inserta la “Razón de las cantidades que por conducto de doña Clara Cotera han erogado varias señoras de Lambayeque para auxilio de las necesidades públicas”. En ella figuran reconocidas damas de la sociedad lambayecana de aquella época, como doña Petronila Villalobos que donó 2 pesos; doña Antonia López 4 pesos; doña Nicolasa Figuerola 2 pesos; doña María Josefa Fernández 2 pesos; doña Rosa Mesones de montenegro 2 pesos; doña Águeda Aro de Leguía 17 pesos; doña Clara Delgado de Buenaño 25 pesos; doña María del Carmen Martínez de Delgado 25 pesos; doña Antonia Delgado de Lama 25 pesos; doña Tomaza Muro de Delgado 25 pesos; una criada de esta 1 peso y doña Clara Cotera de Delgado 100 pesos. Haciendo un total de 230 pesos. Doña Clara Cotera también entregó 800 cordobanes, para la confección de calzado para Ejercito Libertador. Las que menos pudieron, menos dieron; pero con el mismo patriotismo.

San Martín contó, desde el primer momento de su arribo al Perú, con la valiosa colaboración de mujeres, sobre todo en su trama de espionaje. En Lambayeque fueron espías y colaboradores del Libertador, María Catalina Agüero y Narcisa Iturregui. Damas declaradas Patricias, y merecedoras de la gratitud; a cada una de ellas se le extendió el diploma correspondiente, que ostentaba la firma del Protector.

El 18 de febrero de 1824, el libertador don Simón Bolívar, promulgó el decreto de contribución general, iniciándola con la Intendencia de Trujillo, jurisdicción a la que como sabemos pertenecía el partido de Lambayeque. Nombró una Junta Extraordinaria que debía reunir, en plazo perentorio, 300,000 pesos para asegurar la Caja Militar, y 100,000 pesos mensuales para los gastos del Ejército Libertador.

El 23 de marzo de ese mismo año, se le pedía al flamante intendente de la provincia de Lambayeque, general Luís José Orbegozo y Moncada, remitiera inmediatamente al prefecto de Trujillo: 1.000 mulas y 1.000 caballos, 1.000 cargas de trigo y 1.000 de arroz. Se impuso a Lambayeque un cupo de 20.000 pesos, que sería prorrateado en la mejor forma entre los vecinos. El plazo para cumplirlo era de 15 días. A quien se negara a contribuir o se mostrara remiso, se le arrestaría y remitiría al Cuartel General.

Se debía recolectar y remitir al mismo prefecto de Trujillo las alhajas de oro y plata de las iglesias de toda la provincia de Lambayeque, “no dejando en cada una de ellas más que los cálices, las patenas, la custodia, los copones de dar la comunión y un incensario”, o sea solo lo indispensable para el culto.

Las cofradías de la Purísima Concepción; la de Nuestra Señora del Carmen, la de Nuestra Señora del Rosario de la desaparecida Iglesia Matriz de Chiclayo aportaron 1,183 pesos. Las cofradías del Santísimo Sacramento, de Nuestra Señora del Carmen, de Nuestra Señora del Rosario, de Nuestra Señora de las Mercedes, de Nuestra Señora de Guadalupe, la del Señor Crucificado unida con la de Nuestra Señora de los Dolores, la del Arcángel San Miguel, la de Jesús Nazareno y la de San Antonio de Padua, en total 09 cofradías de la Iglesia San Pedro de Lambayeque, contribuyeron con 1,543 marcos de plata, que fueron entregados, el 11 de marzo de 1824, por el cura Lázaro Villasante a Juan Manuel Iturregui Aguilarte, a la sazón gobernador político y militar de esta ciudad. Los inéditos expedientes, donde se consignan el número de cofradías  de las iglesias de Chiclayo y Lambayeque, los nombres de sus advocaciones, los de sus mayordomos y el monto en marcos de plata que de cada una de ellas se extrajo entre abril y marzo de 1823, se encuentran  a buen recaudo en el Archivo del Centro de Estudios históricos y promoción Turística de Lambayeque.

En la Gaceta del Gobierno de Marzo de 1824, aparece la siguiente publicación: “2,000 pesos que han entregado los vecinos del pueblo de Mórrope del partido de Lambayeque, por la contribución anual que han ofrecido por que se les exima del contingente de reclutas”.

Y en la Gaceta del 24 de abril de ese mismo año, bajo el titulo de “Donativos”, se lee: “El Comandante de Caballería don José Manuel Muro ha cedido a beneficio del Estado los cobres y esclavos de la hacienda de Ucupe en el partido de Lambayeque, cuyo valor monta a la cantidad de dos mil ciento ochenta y siete pesos cuatro reales…” , y líneas abajo: “Igualmente don Matías Delgado en el mismo partido ha cedido la cantidad de diez y seis pesos cinco reales…”. Esta comunicación pública terminaba con las siguientes premonitorias palabras: “La patria exige sacrificios; pero ya esta muy próximo el suspirado término en que recogeremos sus frutos, y bendeciremos los presentes afanes”. Tres meses después, los denodados esfuerzos desplegados, a lo largo y ancho de la intendencia de Trujillo, para arriar, para siempre jamás, los pendones de Castilla de nuestro suelo, darían esos frutos tan deseados.
  
En su obra “Llampallec”, Bonilla Castro, refiriéndose a la batalla en las pampas de Junín, del 6 de agosto de 1824, anota: “Junín es un milagro, es un prodigio de la audacia. Es una apoteosis del patriotismo. Es un laurel inmarcesible en la orla del esfuerzo lambayecano. Fueron brazos suyos los que blandieron las lanzas, hechas con las maderas de sus bosques, espuelas forjadas en sus talleres, las que apretaron los ijares de los corceles salidos de sus campiñas”. Enrique Benítez en su obra “Geografía del Perú”, nos dice: “fueron en gran parte lambayecanos, los valerosos soldados de tropa que nos dieron la victoria en las pampas de Junín y en la decisiva de Ayacucho”, el 9 de diciembre de 1824,

Entre los hijos de Lambayeque que asistieron a estas memorables jornadas se encuentran: Manuel Salcedo Peramás, Gertrudis Poémape, Sebastián Fernández Samudio, José María Lastres y Martínez de Tejada, Luciano Mejía (lambayecanos) y José Leonardo Ortiz (chiclayano).

Luciano Mejía vivía aún en Lambayeque, su ciudad natal, en 1887, como consta en el Libro de Actas del municipio lambayecano de ese año. En julio de 1887, con motivo de celebrarse un aniversario más de la jura de la independencia nacional, la Municipalidad de Lambayeque, en cesión solemne, le otorgó un premio consistente en diez soles de plata.

El octogenario paladín de nuestra independencia, mostraba orgulloso, prendidas en las solapas de su viejo traje, las medallas conmemorativas de Junín y Ayacucho. Don David Sosa, a la sazón teniente alcalde del municipio lambayecano, al hacerle entrega del premio pecuniario, en emocionadas palabras le dijo: “Señor Luciano Mejía, vencedor de Junín y Ayacucho, esta pequeñísima suma que hoy se le obsequia, os hará comprender, que vuestros compatriotas no son ingratos para aquellos, que como vos, nos dieron libertad y patria”.           

El 30 de octubre de 1828, los vecinos de Lambayeque elevaron una carta a Francisco Solano Fernández de Alarcón, prócer de la independencia de Lambayeque y, a la sazón, diputado departamental por esta provincia; en ella le suplicaban intercediese ante el Supremo Gobierno por el inmediato cese de la recluta decretada con motivo de la guerra con la Gran Colombia (1828-1829), ya que la agricultura era un importante ramo para la manutención del Ejército y en Lambayeque la mayor parte de los pobladores por levar, se dedicaban a ella. Aparte de que se necesitaban brazos jóvenes para reconstruir los canales, acequias y pueblos asolados por la presencia el fatídico fenómeno del “Niño” del verano de 1828, a punto de encontrase la ciudad de Lambayeque clamaban: “…en los umbrales del sepulcro”.
    
De esta valiosa misiva, que exhumáramos de un viejo expediente que se conserva en el Archivo Regional de Lambayeque, hemos extraído dos ilustrativos párrafos, su lectura nos dará una clara idea de lo que verdaderamente significó el aporte lambayecano a la independencia del Perú. Veamos:
    
      “…Desde el año pasado de 1820 a la fecha ha dado (Lambayeque) algo más de 3,500 soldados, en moneda como un millón de pesos, y en auxilios de todo sentido quizá, o sin quizá, otro tanto.
   
      “Si se conservara el todo de los documentos de esta prueba, o los pocos que se consiguió no estuvieran en Lima, los presentaríamos a VE  para que admirara que en solo 88 días que el General Orbegozo la gobernó como Intendente, concurrió con más de doscientos mil pesos para la campaña de 1823; no obstante supla esta pequeña falta el titulo de Benemérita y Generosa con que el Supremo Congreso la ha honrado por sus notorios calificados heroicos servicios…”. Huelgan los comentarios.

Es por todos estos motivos que el partido de Lambayeque, parte integrante de la intendencia de Trujillo, adquiere la significación más completa como representativo del aporte netamente norteño y peruano a la causa de la independencia nacional.