sábado, 12 de octubre de 2019

Mi sarcástica respuesta a una nota enviada, por un amigo, con motivo de las infamantes celebraciones del día 12 de octubre. Quiérasele dar, actualmente, el nombre que se le dé.



Sr. César Augusto Patricio Robles y Garay de la Cotera y Martínez de la Serda

Ilustrísimo Marqués de Lambayecondo.

Apreciado y recordado amigo

Por lo que he leído y escuchado con atención en esos últimos días, a raíz de la conmemoración de un día en que relativamente no se celebra absolutamente nada, creo que voy a tener que tomar la ingrata resolución de cambiarme de apellidos. 

Porque todo parece indicar que mis antepasados, desde luego mujeres, fueron violadas impune y salvajemente por los invasores y conquistadores españoles que hoyaron nuestras tierras inmediatamente después que lo hiciera el "trstemente" famoso Cristóbal Colón (Cristoforo Colombo, en italiano, o Christophorus Columbus, en latín).

Aquel innombrable "personaje" que no descubrió nada en aquella inmemorable fecha del 12 de octubre de 1492. Como tampoco lo hicieron Vasco Núñez de Balboa, Hernán Cortés, Francisco Pizarro y otros tantos más. En esto coincido plenamente con Eduardo Galeano, desaparecido escritor y periodista uruguayo. Teniendo en cuenta, también, que debemos tener presente que con este "hijo de la gran puta" se inicia la invación de América, y ésta descubrio el cruel Capitalismo; el ahora inhumano, despiadado, y nuevo sistema económico mundial, ávido de metales preciosos como el oro y la plata.

Tenemos, o mejor, hemos adoptado un eurocentrismo que desprecia lo nuestro. Necesitamos de un cambio cultural a futuro. Debemos comenzar a pensar, seriamente, en descolonizarnos mentalmente, necesitamos de una profunda y seria revolución cultural, y todo parece indicar que ha llegado el momento de refundar el Perú.

En fin, y mientras tanto, voy a tener que dejar de buscar, afiebrada y afanosamente, el lugar de donde se supone provienen mis apellidos en España, y también dejare de indagar si soy, de paso, merecedor a un título o escudo nobiliario, porque, al final, soy solamente producto de una vil y cobarde agresión sexual.



Hasta ahora no me explico,  cómo en mi época de pésimo estudiante, de nivel primario y secundario, los profesores nos obligaban a aprender de memoria, y de corrido, loas, cantos y poesías en torno a Cristóbal Colon, a sus tres Carabelas y al descubrimiento de América. Cuanto complejo de inferioridad primaba, y lamentablemente aun prima, en muchos de nuestros alienados congéneres, en el sentido estricto de su transformación mental.


Como no recordar al poeta nicaragüense Rubén Darío con su oda “Día de la Raza”, reconociendo a Colón como “el mesías del indio”. Al bate argentino Baldomero Fernández Moreno, cuando en su poema “12 de Octubre”, dice: "Festejamos ¡oh pueblo! otro Doce de Octubre!...Celebremos la hazaña de los conquistadores…Celebremos la lengua materna en que se dice: crepúsculo y hermano, corazón y cristal…”, que tal absurdo.

Como no recordar también el poema “Las Glorias de una Raza” del argentino Carlos Patrignani, cuando en sus estrofas manifiesta que Colón es un “héroe de la fe y la esperanza” o “un hombre grande”. El poema “A Cristóbal Colón” del argentino Bartolomé Mitre, una de cuyas cuatro estrofas dice; “Marcha, marcha, derecho al Occidente:/ allí, de un nuevo mundo está el arcano/ que advirtió tu genio soberano/ y que ves con los ojos de la mente”. El poema “Descubrimiento” del peruano Roberto Mac-Lean Estenós, en dos de cuyas líneas se puede leer: ¡Oh locura sublime de Cristóbal Colón! o ¡y ante el Sol de los Incas rugió el León Español. Es más el "Poema a Colón" de nuestro coterranéo, natural de Motupe, Lambayeque, el laureado poeta Emiliano Niño Pastor, por el cual recibió una corona de oro justamente el día en que se celebraba el Día de la Raza (12 de octubre de 1926).  Y así podríamos seguir mencionando una centena de poemas alusivos, y todos mitificando o magnificando el “fatal” acontecimiento. 
 
Voy a tener más cuidado en no despreciar, desde ahora y para siempre, a mis caros hermanos cuyos patronímicos son originarios de cada una de las regiones que componen mi maltratado y saqueado país, el PERÚ, a saber: Mochica, Quechua, Aimara, Asháninca etc., etc.


Voy a tener que dejar de insultar, a los que ahora pueblan este país, con estos aberrantes epítetos: “cholo de mierda”, “indio de mierda” “serrano de mierda”, "negro de mierda" “chino de mierda” “chuncho de mierda”, etc., etc.


Voy a tener que cambiar mi mestizo seudónimo: El “Barón de Ñampagic”, por el de: “El Filca de Ñampagic”, más acorde con la lengua Muchic, idioma que se hablaba en el valle donde actualmente radico.

Creo que también voy a dejar de hablar y de escribir en castellano, porque es una lengua impuesta por estas sátrapas huestes invasoras.


Dejare de leer la Biblia e ir a la iglesia, porque ahí se encuentra y venera el demonio, si, aquel fatídico Dios que utilizaron los invasores españoles para imponérnoslo como deidad suprema, después de adorar nosotros al Sol. Deidad suprema que también nos impusieron las aguerridas y sanguinarias huestes incas, cuando nosotros adorábamos a la Luna, deidad, tal vez, impuesta por los Chimús, que sacrificaban cientos de niños para aplacar la ira de la santa naturaleza, en la que creían a pie juntillas.  

Comenzare a alimentarme solamente con las comidas que consumían los ancestrales y verdaderos dueños de estas ubérrimas y fértiles tierras, ejemplos: un suculento cebiche, pero sin limón y cebolla; un lomo saltado, pero de carne de llama   con papas sancochadas. Dejare de consumir leche de vaca, cabra etc., y por supuesto los ricos quesos y mantequillas derivados de este lácteo, Ni que decir de nuestros famosos dulces, como el manjar blanco, etc., etc.

Consumiré solamente chicha de jora o maíz “de dos cocidas”. Adiós el buen vino, la cerveza, el cañazo, el mismo pisco en todas sus variedades y sabores. Tratare de sustituir el azúcar en bebidas y régimen alimenticio, porque, de solo verla, me estará recordando a los desgraciados que violaron, repito, salvajemente a mis ancestros femeninos más remotos. Consumiré solo tamales rellenos de pescado, humitas dulces o saladas; Chapanas estrictamente dulces; “yemeque” o espesado, todo a base de maíz, y pescado crudo, salado y con ají limo.

Destruiré el Patrimonio Cultural de mi ciudad, tanto mueble como inmueble. Adiós templos católicos, adiós casonas virreinales, adiós secuencia cultural. Eso ya no va conmigo, se fue a la porra, o, para que me entiendan mejor, a la mierda.

De todo este horrendo proceso de transculturación o mestizaje cultural que se desarrolló durante el funesto periodo colonial, no tendrán ni la más leve noticia los que nos sucedan. 

No permitiremos que administren nuestros museos donde yacen los restos y vestigios de nuestros antepasados, incluyendo a los que también nos sometieron, personas que no tengan en nuestra onomástica  patronímicos o apellidos mochicas, eso se acabó.

Practicare el incesto y la sodomía, tendré varias mujeres porque, no cabe duda, seré un Oquetlepuc (Sacerdote mayor o curandino andino en lengua Mochica) en estas tierras. Y cuando muera seré enterrado como un ser semidivino, con toda mi corte, incluyendo mis innumerables trajes, finísimas joyas de oro y plata, perros, como el biringo o “Pirsango” (animal sin pelo) en lengua mochica; llamas, pájaros de rico plumaje y, claro está, mi mujer, mis innumerables concubinas y los mancebos que, en vida, fornicaron conmigo.


Nosotros debemos inculcar en nuestros jóvenes el odio a los Españoles, a los Chimúes que nos invadieron y pusieron, de su mano, a los que nos gobernaron consumada su victoria. Nosotros debemos inculcar en nuestros jóvenes el odio a los Incas que nos subyugaron, impusieron su Dios, y trataron por todos los medios de borrar nuestra milenaria lengua para sustituirla por la que ellos hablaban, el Quechua.

En fin, nosotros debemos inculcar en nuestros jóvenes de los pueblos originarios o pueblos tradicionales de nuestra región, el odio y el desprecio a todo aquel que no tenga apellidos o patronímicos que deriven del Muchic, una lengua muerta. En fin, creo que, con el tiempo, nosotros también debemos desaparecer.        

Creo que es nuestro deber el de convertir a nuestros jóvenes en extremistas musulmanes (ISIS) que saquean y destruyen su milenaria historia. Aunque ni la Cuba del inmortal comandante Fidel Castro, destruyó su Patrimonio Cultural; ni la China de Mao se atrevió a destruir los palacios del anacrónico régimen feudal que los oprimía hasta antes de su triunfante revolución; mucho menos la Rusia, de Lenin, trajo por los suelos los palacios de los zares.

Nosotros somos diferentes, somos las huestes hitlerianas arrasando todo a su paso. Somos una “raza” diferente, termino, a estas alturas, obsoleto, que utilizó, como caballito de batalla, un “serrano de mierda” (perdón, fue un lapsus) con apellidos españoles que postuló, felizmente sin éxito, a la presidencia de nuestro secuestrado y maltratado país, el Perú.

Ah, y el dinero, ese vil metal, el “Excremento del Diablo”, que no utilizaron jamás los antiguos habitantes de esta feraces tierras; esa apestosa y mugrienta moneda que nos impusieron los “conquistadores” iberos, debemos de excluirla de nuestras vidas.

Volvamos al trueque, yo hace tiempo que lo vengo practicando. No cobro, ni cobrare jamás, por algún trabajo producto de mi noble oficio. Moriré pobre, al igual que esos indefensos yanaconas, esclavos, campesinos, siervos, etc., esa es mi meta en aras de alcanzar el perdón de ese Supremo Varón, tal y como yo particularmente lo concibo.  

El territorio de la península ibérica y de la Septimania (Al-Ándalus) estuvo bajo el poder y dominio musulmán, durante la Edad Media, por espacio de algo más de 700 años. He tenido la oportunidad de conversar con estudiosos españoles, y no he notado en ellos ni una pizca de rencor por esto. Es más, están del todo felices con las obras de arte que les dejaron, el conocimiento que les legaron. No lloriquean por la sangre que derramaron los árabes, lo han superado, han madurado. No existe un solo pueblo, por pequeño que este sea, o civilización en el mundo que no haya sido víctima, a través de su historia, de la invasión, el maltrato y el genocidio de los más fuertes. Lamentablemente eso lo estamos viendo ahora mismo.

Y aunque no lo crean, existen también españoles que se fustigan, hasta hoy, por los horrores cometidos por sus antepasados en América, pero están tratando de superarlo. 

La Iglesia, por su parte, ha pedido varias veces perdón. Lamentablemente, ni así se puede cambiar la historia.

¿Y nosotros lo hemos superado? ¿Hemos madurado? Todo parece indicar que no. Y una clara muestra de todo esto son los post que se hacen virales, sobre todo, en esta ocasión. Agradezcamos todas las cosas buenas que nos trajeron los europeos (con sus luces y sus sombras) y ellos todo lo inmenso e incalculable que adquirieron de nuestra América.

Y como todo lo anteriormente escrito tiene un fondo de sarcásmo, de ironía, a veces también me pregunto con la misma pulla: ¿será posible, a estas alturas, cambiar de color y apellidos, para estar a tono con nuestros semejantes originarios?

Para terminar, y dejando fuera todo sarcasmo o cosa por el estilo, mi tajante respuesta a todo este anual clamor que inunda de furibundos post las redes sociales (Facebook), es: ¡SOY PERUANO! y punto.

Amo con todo mí ser la tierra en que nací. Y la defenderé hasta la muerte de producirse otra infame y nociva invasión, venga de donde venga. Y lo haremos conjuntamente con nuestros hermanos: criollos, mestizos, cholos, indios, negros, zambos, nipones, coolies etc., que poblamos esta fértil y santa tierra desde muchas centurias atrás. De esto, no quepa la menor duda.

¡Hasta la Victoria Siempre!

 Lambayeque 12 de Ocrubre 2019.