jueves, 27 de diciembre de 2012

Aporte lambayecano al triunfo de la independencia nacional

Carga de los "Húsares del Perú" en la gloriosa batalla de Junín. Cuerpo conformado principalmente por lambayecanos, trujillanos y piuranos. Después del victorioso evento, Bolivar los denominó "Húsares de Junín". (Óleo de Etna Velarde)

No cabe duda, que el evento que reviste mayor trascendencia en el calendario cívico patriótico de la ciudad de Lambayeque, es la declaración de su independencia absoluta del gobierno español la memorable noche del 27 de diciembre de 1820, hace exactamente 192 años atrás. Acto verificado en la casa donde residía el alcalde de segunda nominación don Melchor Sevilla, ubicada a espaldas de la Iglesia San Pedro de esta ciudad, el motivo principal: “eludir el continuo espionaje y las trabas que por ser español europeo el Subdelegado Presidente podría oponer a las miras beneficiosas de esta corporación, si se reuniese en la sala consistorial", tal y como consta en el acta respectiva.

Todo esto, siete meses antes del día en que el ilustre argentino capitán general José de San Martín pronunciara en la plaza mayor de Lima, e hiciera pregonar a tambor batiente por calles y plazas de la capital, su celebre proclama: “El Perú es desde este momento, libre e independiente por la voluntad general de los pueblos y por la justicia de su causa que Dios defiende”, la mañana del 28 de julio de 1821.

Sabemos que esta primacía la compartimos con otros pueblos del Perú, como con la, otrora, humilde caleta de pescadores de Supe, actual puerto de Supe situado a 190 kilómetros al norte de Lima, primero en proclamar la independencia el 5 de octubre de 1819. El pueblo de Ica que proclama la independencia un año después, el 21 de octubre de 1820; le sigue Huamanga (Ayacucho), el 1º de noviembre de ese mismo año; Huancayo, el 20 de noviembre; Jauja el 22 de noviembre; Tarma el 28 de noviembre. El 7 de diciembre de 1820, jura la independencia Cerro de Pasco. Dos días después, el 9 de diciembre, el cabildo de Huánuco redacta el acta de independencia, que es proclamada y jurada en solemne ceremonia pública realizada en la plaza de armas de dicha ciudad el 15 de diciembre de 1820.

Si bien es cierto que los pueblos y ciudades antes mencionados, antecedieron en la proclamación de  la independencia a nuestra querida ciudad, también es cierto que estos históricos actos se hicieron posible gracias a la presencia en nuestras costas de la Escuadra chilena comandada por el almirante Thomas Alexander Cochrane, tal es el caso del puerto de Supe, como a la presencia del primer ejército expedicionario a la sierra central, al mando del General Juan Antonio Álvarez de Arenales.

Al igual que la zona central, el norte del Perú respondió también en forma positiva a los planes del general San Martín y en un lapso relativamente breve todos los pueblos del norte juraron su independencia. Al pronunciamiento de Lambayeque, que de este modo se convierte en el primero en proclamar exitosamente la independencia en el Norte del Perú, le sigue la ciudad de Trujillo el 29 de diciembre de ese mismo año. El cabildo de Chiclayo jura la independencia el 31 de diciembre de 1820. En horas de la mañana de ese mismo día, el acto privado y circunscrito tan solo a los miembros del ilustre ayuntamiento lambayecano, recibió su confirmación al realizarse la juramentación pública en la sede del cabildo.

Ya en el siguiente año, juran la independencia, Ferreñafe el 01 de enero; Piura el 04; Tumbes el 07; Cajamarca el 08 de enero de 1821. El 14 de enero de ese mismo año, el cabildo de Lambayeque, con la presencia del gobernador político y militar, vino a ratificar la declaración, proclamación y jura de su independencia. Chachapoyas también se plegó a la ola de pronunciamientos por la emancipación en enero de 1821. A poco seguirían el ejemplo Jaén y Maynas.

Quedaba pues prácticamente consumada la independencia en todo el norte del Perú, como lo atestigua la proclama de San Martín en Huaura de fecha 12 de febrero de 1821, en la que entre otras cosas decía: “Más de cien pueblos proclaman su independencia y se hace tan gloriosa transformación, sin disensión alguna, sin licencia, sin ninguno de aquellos excesos tan frecuentes en la historia de las revoluciones”.

Ahora bien, si como hemos visto anteriormente compartimos la primacía de la proclamación de la independencia con algunos otros pueblos del Perú, sobre todo de la sierra central, debemos también considerar, en este punto, dos prioridades, “la cronológica, o sea por razón del tiempo y la ideológica, o sea por la anticipación en las ideas y la preparación de la acción”, tal y como lo manifestara, hace cuatro décadas atrás, el Dr. Estuardo Núñez Hague, en su discurso pronunciado en el salón de actos de la Municipalidad Provincial de Lambayeque, con motivo de conmemorarse el 150º aniversario de la proclamación de la independencia en esta ciudad. Más adelante, el mismo Núñez Hague, agrega: “Pero si Lambayeque no tiene la prioridad en la línea del tiempo, pues otras ciudades la precedieron en sus pronunciamientos, sí muestra la primacía ideológica, pues su actitud y trabajo a favor de la independencia y el ardor de los patriotas lambayecanos antecede incluso al arribo de las velas de la expedición libertadora del sur, a nuestras costas, al mando del general San Martín”.

La Sociedad Patriótica de Lambayeque. (1817 – 1820)

En Lambayeque ya se conspiraba, de manera soterrada y decididamente, desde mucho antes que la expedición libertadora del sur arribara a la bahía de Paracas.

El historiador Evaristo San Cristóbal, en su obra “Apéndice del Diccionario de Mendiburo”, escribe: “el maltés José Saco Garioel, padre del prócer de la independencia de Lambayeque Pascual saco Oliveros, era un patriota; opuesto al régimen colonial español y en 1810, conocida la efervescencia revolucionaria en América, reunió en su casa a algunos vecinos de Lambayeque, con quienes fundó una logia patriota. Enterados de sus trabajos, las autoridades realistas de la localidad, lo acusaron ante la Santa Inquisición, que lo considero sujeto peligroso y merecedor de castigo. Mientras se juzgaba su causa aconteció su muerte”.

El año de 1810, es también la fecha que los historiadores han fijado como inicio de reuniones masónicas en el Perú, siendo la “Logia Lima” de la que se puede escribir con precisión. René Byrne Valcársel, en su libro “El Prócer Juan Manuel Iturregui” (1974), nos dice: “Bajo el mallete regulador de don José de la Riva Agüero y Sánchez Boquete, se inició, en el Rito Escocés, don Juan Manuel Iturregui Aguilarte, en 1816”, Iturregui para aquella fecha contaba con 21 años de edad.

En 1818, Iturregui viaja a Jamaica donde obtiene la autorización para fundar logias lautarinas, con la única finalidad de apoyar a la guerra de la emancipación sudamericana. José de San Martín, Carlos de Alvear y José Matías Zapiola habían establecido la Logia Lautaro en Buenos Aires, en 1812.

A su retorno a Lambayeque, Iturregui, conjuntamente con sus amigos, los jóvenes de la nueva generación, funda, en 1819, una especie de club o sociedad secreta de separatistas denominada White Star (Estrella Blanca), sus ritos eran análogos a los masónicos, pero, en esencia, no era una logia masónica. Algunos de sus principales miembros lo eran su hermano José Ignacio Iturregui Aguilarte, Antonio Guerra (capitán del Ejército Realista), los hermanos Santiago, Romualdo y José Leguía Meléndez, Pedro Haro, los hermanos Pascual, Rafael y José del Carmen Saco Oliveros, los limeños y hermanos Juan del Carmen y Francisco Casós Barrionuevo, Melchor Sevilla, Mariano Quesada y Valiente, el marino norteamericano Juan José Fanning, Pedro Antonio López de Vidaurre, Los hermanos Vicente y José Maria Castañeda, Valentín Mondragón, José María Lastres, los hermanos Manuel y José María Muga, el ferreñafano Manuel Navarrete Echevarría, José Otiniano y tantos más.

En el informe presentado a la Municipalidad de Lambayeque por José Ignacio Iturregui y José Leguía Meléndez, en 1869, se lee lo siguiente: “Desde el año de 1820 empezó esta ciudad a propagar en esta provincia y fuera de ella, los principios del contrato social, el entusiasmo por su independencia y el amor a la libertad. Por esto los lambayecanos eran tenidos por insurgentes y herejes, confundiendo la causa política con la religiosa y se creía o se quería hacerse creer, que no se podía ser independiente sin dejar de ser cristianos”. Los jóvenes lambayecanos pertenecientes al club, eran, no cabe duda, de clara tendencia católico liberal.

Los miembros del club separatista lambayecano se reunían en diferentes casas de los asociados, con el objeto de burlar el continuo y odioso espionaje realista y “a fuerza de arbitrios y no sin riesgo, procurabansé los periódicos sobre la independencia de Colombia, Chile y Buenos Aires, y después de leerlos ávidamente, los hacían circular en toda las provincias del departamento, y aún fuera de él…”. Se sabe de las malévolas intrigas, calumnias, difamaciones y soterradas persecuciones a que estuvieron sujetas, por la cloaca servil, las personas de pensamiento liberal y racionalista por aquellas épocas.
    
Son precisamente las ideas que jugaran un papel importante en la emancipación de América Latina. En estas reuniones clandestinas los jóvenes lambayecanos se penetraron de las ideas de reforma social y les fueron desde ese entonces familiares los libros de Rousseau, Montesquieu, Diderot, Voltaire, D´Alembert, Mably y otros tratadistas de derecho público. Esto no se hace sin peligro como lo revelan los anales de la inquisición de las colonias españolas, especialmente la del virreinato del Perú.
    
Byrne Valcársel anota: “casi todos los hombres que toman militancia activa en la epopeya de la Independencia se encuentran afiliados o pertenecen a logias madres, no solo por la esencia de esta filosofía, coincidente con sus principios, sino por la razón de cautela que sus reuniones necesitaban”. “En efecto – continua el citado autor – terminada la tenida regular, se pasaba a la reunión patriótica, tanto para armar planes, como para dar lectura a los periódicos, recibidos de Colombia, Venezuela o correspondencia insurgente, incluso de la propia España”.
    
“Que la tendencia a la libertad - anota el historiador etenano coronel EP. Manuel Bonilla Castro en su ensayo Llampallec - era en Lambayeque deseo convertido en aspiración y una aspiración llegada a ideal, lo prueba, sin lugar a dudas, el hecho de haberse manifestado con caracteres de unanimidad tan luego se presentó la ocasión propicia para expresarlo”. Y la ocasión se presentó al tener las primeras noticias del arribo de la expedición libertadora a Pisco, aunque debemos recordar que la influencia sanmartiniana solo fue indirecta.

Inmediatamente los jóvenes separatistas lambayecanos entraron en contacto con el general San Martín. Mariano Quesada y Valiente mantuvo correspondencia con San Martín desde el día siguiente de su desembarco en Pisco. El traslado de las tropas sanmartinianas al Norte, a Huacho, ocasionó la intensificación de aquél carteo. El capitán Pascual Saco Oliveros fue el encargado de establecer el contacto directo. Su hermano, Rafael Saco era también uno de los que mantenía fluida correspondencia con San Martín. Estas relaciones ofrecieron las condiciones objetivas para que la región se pronunciara terminantemente por la independencia.

La Independencia de Lambayeque

Los entretelones y el desarrollo mismo de los acontecimientos acaecidos en el pueblo de Lambayeque, la memorable noche del 27 de diciembre de 1820, son bastantes conocidos por los lambayecanos.  La reunión extraordinaria del cabildo, convocado por el alcalde don Pedro Antonio López de Vidaurre, en casa del alcalde de segunda nominación don Melchor Sevilla, para tratar específicamente sobre la jura de la independencia. La unánime decisión de los miembros del cabido lambayecano por la libertad. La multitud que rodea la casa de Melchor Sevilla, mostrando su adhesión a la causa, la misma que en tropel y a los gritos de ¡a la plaza!, ¡al cuartel!, avanza amenazante a intimar rendición a la oficialidad y escuadrón realista acuartelado en la casa de la Aduana, sede hoy del Colegio Estatal de Primaria y Secundaria de Menores “27 de Diciembre”. El arrojo y valentía del Capitán de Milicias disciplinadas de Lambayeque Pascual Saco Oliveros, que solo y desarmado logra este cometido después de tensa deliberación con los oficiales del Rey. De las idas y venidas de Juan Manuel Iturregui impidiendo, con su sola presencia, que grupos de enardecidos pobladores saqueen las casas de acérrimos realistas, tanto españoles como oriundos de esta ciudad. El paseo del estandarte bicolor por la plaza y calles principales la madrugada del 31 de diciembre de 1820, fecha en que el “pueblo bajo” de Lambayeque juró ser libre de toda opresión, arriando para no ser vista jamás en estas tierras la bandera y estandartes de Castilla. La solemne y pública proclamación del 14 de enero de 1821, realizada en la “sala consistorial” desde donde se pasó a la plaza mayor para recibir el juramento de la tropa allí formada y luego a la Iglesia Matriz de San Pedro, “en donde al tiempo del Evangelio, se le recibió el juramento público al venerable clero”. La independencia, no cabe duda, era desde ese momento una realidad, un hecho consumado en nuestra región.

Todos estos hechos, unidos a los realizados en todo el norte y parte del centro del Perú, adquieren relativa trascendencia histórica, por cuanto es un claro indicador de la actitud favorable del pueblo peruano a favor de la emancipación con anterioridad a la proclamación de la independencia desde Lima. Y no cabe duda también que estos actos proclamatorios constituyeran un indiscutible sostén moral e ideológico a la noble causa de la emancipación nacional. Lamentablemente estos significativos sucesos no han pasado a los textos de difusión y enseñaza para su real conocimiento, de ahí que pasen inadvertidos en la mayoría de los casos.  
    
Sin embargo sabemos también, que este extraordinario apoyo no se limitó, de ninguna manera, al buen éxito de estas meritorias acciones, muy por el contrario los posteriores acontecimientos nos dan cuenta de una inmediata, decisiva y oportuna ayuda material a la revolucionaria empresa.
    
Contribución que en líneas generales se tradujo: a la recluta de sangre joven que serviría para engrosar las filas del emergente Ejército Patriota; a la colectación de ganado, así como en el acopio de víveres de toda especie para la manutención de las tropas; en el aprovisionamiento de jabones, jergas, tocuyos, frazadas, suelas cordobanes, en suma todo lo indispensable para el magro calzado, aseo y abrigo de las mismas; en la fabricación de clavos, herrajes, estribos, espuelas, lanzas y sables para la defensa; en la requisa de mulas y caballos, a las contribuciones voluntarias y forzadas de dinero y, por último, al recojo de toda la plata labrada de sus iglesias. En la consecución de todo este bagaje logístico todos sin excepción, hasta el más alejado poblado, cada uno según sus posibilidades, aportaron su cuota de sacrificio.
    
Hemos iniciado en Lambayeque, con miras al Bicentenario de la Independencia Nacional, una rigorosa investigación sobre este importante tema, todavía vaco en la historiografía de nuestra región, porque estamos seguros, a la postre, ayudara, de alguna manera, a reafirmar y fortalecer nuestra identidad y conciencia regional, fundada en el culto de los valores, tradiciones y hechos históricos, lamentablemente, ahora, tan venidos a menos. Veamos pues a continuación, en apretada síntesis, parte de la contribución que en ganados, víveres, vituallas, dinero en efectivo, plata labrada, recursos humanos, etc., aportó la región Lambayeque a la campaña final de la independencia nacional.

El aporte lambayecano al triunfo final de la independencia del Perú
    
Con fecha 17 de enero de 1821, el Gobernador Intendente de Trujillo, el limeño José Bernardo de Tagle y Portocarrero, marqués de Torre Tagle, enviaba una urgente comunicación al coronel Juan del Carmen Casós Barrionuevo, Gobernador Político y Militar de Lambayeque, pidiéndole refuerzos, caballos, dinero y pertrechos.
    
La hasta hoy inédita y utilísima misiva, constituye de por sí un significativo aporte a la historiografía lambayecana y, felizmente, en original, aunque muy maltratada, obra en nuestro poder, milagrosamente salvada, con uno que otro documento más, de haber sido consumida por las llamas a que había sido condenada por manos indiferentes a nuestro histórico acervo documental. Por tal motivo creemos necesario transcribir sus dos principales primeros párrafos, que a la letra dicen:
        
          “Sr. Coronel don Juan del Carmen Casós, Gobernador Político y    
           Militar de  Lambayeque:
       
          Inmediatamente que US., reciba esta tomara las providencias más ejecutivas para que sin perdida de momentos se pongan en marcha para esta capital (se entiende por Trujillo) todo el Escuadrón de ese Pueblo, trayendo consigo los caballos sobrantes que tenga y su armamento correspondiente, a excepción de los fusiles, que puede US., dejar hoy, para con ellos y nunca suficientes que le mandare después, arme las compañías de su Regimiento que tratara de acuartelar a la mayor brevedad, dándole la instrucción correspondiente con el objeto de guarecer ese Pueblo.
     
         Igualmente: me mandara US. de esas milicias cien hombres buenos y si puede ser solteros, o casados, menos sin hijos, a efecto de acuartelarlos en esta ciudad y reemplazar parte de la tropa que precisamente debe transportarse al Cuartel General en la fragata “Minerva”, muy próxima a arribar al Puerto de Guanchaco de orden del Excelentísimo Señor Capitán General; la misma que deberá conducir también a su bordo el dinero que le tengo pedido, cuya pronta remesa así como la del escuadrón integro, caballos sobrantes, tropa de infantería y los caballos que haya podido colectar…”    

Esta histórica misiva reafirma, de paso, lo que se ha venido sosteniendo desde siempre, en el sentido de que el partido de Lambayeque fue también, desde los aurorales días de la gesta emancipadora, uno de los principales bastiones del indiscutible apoyo logístico con que  contó el emergente Ejército Patriota.
    
Ahora bien, la histórica y conocida carta del 2 de febrero de 1821, que descubriera e hiciera pública, hace algunas décadas atrás, el historiador lambayecano Augusto Castillo Muro Sime, cursada por el lambayecano Miguel Blanco y Vélez al prócer de la independencia de Piura Miguel Jerónimo Seminario y Jaime, no hace sino avalar, dieciséis días después, el contenido de la anteriormente citada misiva enviada por Torre Tagle a Casós Barrionuevo. El párrafo del documento enviado por Blanco y que al momento nos interesa dice así:
     
      “De suerte que le hemos enviado a nuestro Libertador cerca de treinta mil pesos de donativos forzosos a los europeos, alguna pequeña parte voluntaria de los Patricios. Así mismo en esta semana remitimos 200 hombres a Trujillo, para que reunidos con 400 más de allí vallan por mar al Ejército. Todo esto sin perjuicio del acuartelamiento en que actualmente nos hallamos, de soldados de infantería y caballería”.
   
El destacado jurista e historiador Dr. Héctor Centurión Vallejo, en su obra “La Independencia de Trujillo”, consigna el siguiente dato: “En los primeros meses de 1821, llegaron a Trujillo como 400 patriotas voluntarios de Lambayeque, los que fueron puestos a órdenes del entonces Capitán Antonio Gutiérrez de la Fuente, quien ya se había alistado en las filas patriotas”. El prócer de la independencia de Trujillo D. Silvestre de la Cuadra fue el encargado de “aprovisionar a los voluntarios de todo lo necesario para que fuesen trasladados al  Cuartel General de San Martín”. Todo lo dicho fue certificado en 1848, por el mismo General Gutiérrez de la Fuente “con ocasión de ejercer el cargo de Prefecto y Comandante Militar del Departamento de la Libertad”, concluye Centurión Vallejo.
    
Torre Tagle, en carta enviada al General San Martín, fechada el 4 de febrero de 1821, le comunicaba “este valle a quedado muy escaso de cabalgaduras con solo ciento y pico por los caballos del Escuadrón de Lambayeque que remití a UD.”, y concluía diciendo: “recomiendo a Ud. a los oficiales de Lambayeque, pues aunque faltos de conocimientos,  luce en ellos el patriotismo y todos van voluntarios”.    
    
Buena parte de este contingente fue armado con recursos bélicos obsequiados por el prócer lambayecano Juan Manuel Iturregui Aguilarte; parque adquirido por éste en uno de sus viajes de negocios a Jamaica en 1817, guardado celosa y secretamente en la tina de elaborar jabón y curtir pieles “Santa Rita de Pololo”, propiedad de su señora madre doña Catalina Aguilarte Vélez. Iturregui también franqueo de empréstito voluntario la cantidad integra de jabón que transportó el navío la “Emprendedora” con destino al cuartel general en Huaura. “Es un patriota decidido”, diría de él, en carta a San Martín, el marqués Torre Tagle. 
    
Cabe también destacar el valioso aporte brindado por el Capitán de Milicias Disciplinadas de Lambayeque Juan Pascual Saco Oliveros, equipando a las tropas bajo su mando con su propio peculio. Obsequiando algunos caballos y conduciendo personalmente, vía Trujillo, al cuartel general en Huaura: “171 soldados, 96 de ellos libres  y 75 esclavos”. Este dato recogido por el investigador Eric R. Mendoza Samillán, se encuentra  en el Archivo General de la Nación (1821 – sin Código) y es parte del informe que presento Saco Oliveros, “dando cuenta  de los 386 pesos que distribuyó en forma diaria para la manutención del grupo que dirigió entre el día 15 y 26 de marzo de 1821” (Lambayeque en el siglo XIX. 1997).
    
En nota cursada el 11 de febrero de 1821, Torre Tagle agradece a San Martín por la distinción hecha a los lambayecanos a raíz de su arribo al Cuartel General de Huaura: “Doy a Ud. muchísimas gracias por haber atendido a mis recomendados y entre ellos a los oficiales de Lambayeque que son muy acreedores por su patriotismo”.
    
Son varias también las comunicaciones enviadas por San Martín a Torre Tagle solicitándole la remisión de hombres de color, como la del 13 de febrero de 1821, en que el Libertador le dice al Intendente: “Sobre todo de las haciendas embargadas pertenecientes a enemigos de la causa que se hallan ausentes, se pueden sacar para que tomen las armas todos los negros útiles…”. Dos meses después el 10 de abril del mismo año San Martín le comunica “Los negros que lleguen a esa (Trujillo) de Lambayeque puede Ud. retenerlos, agregándolos a la compañía Nº 8 para formar un batallón…”.

“Entre el negro y el caballo – argumentaba Carlos Enrique Paz Soldán, en una conferencia dictada en el Centro de Instrucción Militar del Perú en 1956 – se estableció un vinculo que no conoció el indio, jinete, el negro se hizo cuando desafiaba el poder, bandolero, y cuando lo servía, dragón o húsar o cazador, diestro en el manejo de su cabalgadura y de la lanza o del sable”.

Hijos de Lambayeque, Chiclayo y Ferreñafe, criollos, cholos, negros, zambos y mulatos, confundidos en un solo ideal integraron la legión de aguerridos soldados que asistieron a las jornadas victoriosas de Pichincha, Zepita, Junín y Ayacucho. “Voluntarios mancebos - diría el historiador Horacio H. Arteaga en una sugerente nota – que no habían conocido sino el campo de labranza y los torneos en las fiestas de gala, ceñidos de la banda roja que señalaba a los patriotas y empuñando las pesadas espadas y las picas de los antiguos conquistadores, corrieron a batirse contra las tropas del Rey”.

La Batalla de Pichincha 
   
El 24 de mayo de 1822, las faldas y laderas del volcán Pichincha a más de 3.000 metros sobre el nivel del mar, cerca de la ciudad de Quito, fueron testigos de uno de los hechos gloriosos de más significado para la vida del Ecuador y de América toda: la Batalla de Pichincha. La victoria del ejército independentista bajo el mando del General Venezolano Antonio José de Sucre en el Pichincha selló la independencia de las regiones que integraron la Real Audiencia de Quito durante los siglos coloniales y abrió el camino para formar primero parte del Distrito del Sur de la Gran Colombia y, ocho años después, separarse y constituir la República del Ecuador.

Hijos de Lambayeque unidos a los de Piura y Trujillo, integraron los batallones peruanos que asistieron a esta histórica jornada: En la relación suscrita, el 28 de mayo de 1822, por el comandante en jefe de la División Perú, general Andrés de Santa Cruz,  se consignan los nombres de los combatientes que particularmente más se distinguieron en dicha acción de armas. En ella figuran los siguientes lambayecanos: el sargento Manuel Salcedo, del Batallón Nº 2 del Perú, “que quedó tendido en el suelo, despedazado a machetazos, por haberse metido el solo, con su fusil entre las filas españolas”. Gómez de la Torre, Domingo Pozo y Sebastián Fernández, heridos en la batalla; Manuel Vidaurre, Cipriano Sabaleta, Manuel Aguilar, Mateo Blanco, Manuel Iturregui, José Albujar, Juan Ruiz, Vicente Castañeda y Sebastián Romero, este último chiclayano. En esta batalla se capturó al enemigo 1,100 prisioneros, 160 oficiales, 14 piezas de artillería, 1,700 fusiles y abundante material de guerra de todos los tipos. Los realistas tuvieron 400 muertos y 190 heridos, los patriotas 200 bajas y 140 heridos.

Ciudad Generosa y Benemérita

Veintiún días después de la victoriosa jornada de Pichincha, mediante Decreto emitido el 15 de junio de 1822, refrendado por el ministro Bernardo Monteagudo de orden del Supremo Delegado Marqués de Torre Tagle, al pueblo de Lambayeque se le otorgaba el título provisional de Ciudad, con el honroso renombre de Generosa y Benemérita, por ser una de las primeras “que proclamaron su adhesión a la causa continental”, y por los caros servicios que ininterrumpidamente venía prestando a la campaña final de la independencia nacional.  Decreto que fue confirmado el 18 de diciembre del mismo año, por la Suprema Junta Gubernativa del Perú comisionada por el Primer Congreso Constituyente, “atendiendo a los auxilios que prestó al Ejército Libertador antes y después de su ingreso a esta capital, y al ejemplo que dio a los demás pueblos de aquel Departamento en la proclamación de la independencia”. Decreto, este último, firmado por  José de la Mar, Felipe Antonio Alvarado y el Conde de Vista Florida.

Apoyo a la flamante Marina de Guerra del Perú

A fines de junio de 1822, el general San Martín, nombrado Supremo Protector de la Libertad del Perú, desde el 3 de agosto de 1821, y, como tal, al mando del poder político y militar de los departamentos libres del Perú, constituidos por Lima, el norte y un sector del centro del país, le hace llegar al coronel don Nicasio Ramallo, gobernador político y militar del partido de Lambayeque, una urgente misiva. En ella le encarga que “sin perder un solo momento” reúna al “patriótico vecindario” del partido de Lambayeque, para darles a conocer: “que la expedición marítima pronta a salir para abrir la campaña de un modo que asegure la Independencia del Perú, se halla detenida por falta de víveres”.
    
El Protector apelaba a la conocida y probada honestidad de sus habitantes para que juntos realicen un extraordinario esfuerzo y reúnan: “todo el maíz, arroz y harina de trigo, grasa, jabón y demás víveres” que pudieran proporcionar. “No dudo un solo momento - manifestaba el Protector – de los esfuerzos de los honrados lambayecanos, y que contribuirán de un modo directo a la terminación de esta ominosa guerra”. “No me detenga Ud., - le conminaba el Supremo Protector al gobernador de Lambayeque - un solo momento la goleta, después de tomados los víveres indicados, pues de su prontitud en el regreso pende el éxito de la expedición”.
    
A las doce de la mañana del 29 de junio, el vecindario de Lambayeque fue convocado por bando para que a las once de la mañana del siguiente día, asistiera a la sala municipal para enterarse de la suprema orden y “manifiesten consecuentemente el patriotismo que constante y repetidas veces tienen demostrado”; sobre todo “teniendo en consideración las actuales urgencias de nuestra madre patria”.
   
Esa mañana del 30 de junio, el coronel de milicias de caballería, don Baltasar Muro, natural de ferreñafe, fue el primero en ofrecer una carga de jabón como donativo voluntario a beneficio de la expedición marítima. Lambayeque, Ferreñafe, Chiclayo, Saña, Eten, las haciendas de Tumán y Chongoyape, San Pedro de LLoc, perteneciente por aquella época al partido de Lambayeque, enviaron inmediatamente sus donativos consistentes en cientos de arrobas de arroz, maíz, decenas de arrobas de carne y frijoles, y cientos de pesos. Las fechas de entrega, los detallados montos y los nombres de los que contribuyeron a esta noble causa, figuran en un viejo expediente de 6 folios que se conserva en el Archivo Regional de Lambayeque.
    
Toda la contribución lambayecana fue embarcada, a mediados de septiembre de 1822, en la Fragata “Luisa”, surta en el puerto de Pacasmayo, con destino al Departamento Marítimo del Callao, y sirvió para la manutención y aseo de los miembros de la flamante Marina de Guerra del Perú, que inició sus operaciones el 15 de octubre de 1821, bajo el mando de su primer Comandante General capitán de navío Martín Jorge Guise, de origen británico. La función inicial de la Armada Peruana fue bloquear los puertos del sur, zona aún ocupada por los realistas.
    
En la Gaceta del Gobierno del 21 de mayo de 1823, se encuentra un extracto de los donativos colectados por varios ayuntamientos del partido de Lambayeque. Así tenemos: la ciudad de Lambayeque, capital del partido, El ayuntamiento de Chiclayo, con 910 pesos, de los cuales 176 pesos 6 reales correspondía al dinero en efectivo donado por las damas patriotas de esa localidad. En granos y efectos se recolectaron: Dos cargas de arroz; seis arrobas de garbanzos; ciento sesenta y una arrobas de maíz, catorce suelas, trece arrobas de frijoles, sesenta y dos varas de tocuyo y un plato con cuatro marcos de plata. El ayuntamiento de Ferreñafe, en dinero en efectivo, 92 pesos cinco reales; Mórrope, 62 pesos 4 reales; Jayanca, 17 pesos 1 real, además de dieciocho arrobas de maíz; Saña, 44 pesos 2 reales y doscientas cuarenta y nueve y media arrobas de maíz y dieciséis arrobas de frijoles; Lagunas, 17 pesos y 3 reales, y Olmos, 39 pesos y 9 reales.

La Batalla de Zepita

El 25 de agosto de 1823, en la batalla de Zepita, los lambayecanos integraron parte del Tercer Escuadrón, conducido por el comandante Eufemio Aramburu. Este oficial patriota había formado, entre abril y junio de 1822, dos escuadrones de lanceros de 150 plazas cada uno en Lambayeque. La dama lambayecana doña María Catalina Agüero, costeó el estandarte de uno de estos escuadrones, el coronel de caballería de Ferreñafe don Baltasar Muro y el teniente coronel don Manuel Ojeda, proporcionaron, cada uno, cien pesos “para los que voluntariamente se alistasen en dicho cuerpo”, tal y como consta en la Gaceta del Gobierno del 12 de abril de 1823. Demás esta decir que en esta acción de armas quedo demostrado que nada era superior al valor de estos “huerequeques” a caballo. Según el jefe de la expedición, general Andrés de Santa Cruz, las bajas del lado patriota fueron 28 muertos y 84 heridos, perdiendo también 30 soldados que fueron hechos prisioneros. Se capturó al enemigo un considerable botín consistente en 240 fusiles, 52 caballos ensillados, 240 lanzas, 63 sables y algún otro despojo de guerra. Las bajas realistas fueron 100 soldados muertos y 184 prisioneros.

Las Damas patricias

No solo las damas de Lima y Trujillo se unieron a la noble causa de la libertad, también en Lambayeque se trabajó activamente. Las vecinas de esta ciudad reunían dinero vendiendo sus alhajas y vajilla de plata. En la Gaceta del Gobierno del 7 de junio de 1823, se inserta la “Razón de las cantidades que por conducto de doña Clara Cotera han erogado varias señoras de Lambayeque para auxilio de las necesidades públicas”. En ella figuran reconocidas damas de la sociedad lambayecana de aquella época, como doña Petronila Villalobos que donó 2 pesos; doña Antonia López 4 pesos; doña Nicolasa Figuerola 2 pesos; doña María Josefa Fernández 2 pesos; doña Rosa Mesones de Montenegro 2 pesos; doña Águeda Aro de Leguía 17 pesos; doña Clara Delgado de Buenaño 25 pesos; doña María del Carmen Martínez de Delgado 25 pesos; doña Antonia Delgado de Lama 25 pesos; doña Tomaza Muro de Delgado 25 pesos; una criada de esta 1 peso y doña Clara Cotera de Delgado 100 pesos. Haciendo un total de 230 pesos. Doña Clara Cotera también entregó 800 cordobanes, para la confección de calzado para Ejercito Libertador. Las que menos pudieron, menos dieron; pero con el mismo patriotismo
    
San Martín contó, desde el primer momento de su arribo al Perú, con la valiosa colaboración de mujeres, sobre todo en su trama de espionaje. En Lambayeque fueron espías y colaboradores de San Martín, María Catalina Agüero y Micaela García de Fanning. Damas declaradas Patricias, y merecedoras de la gratitud; a cada una de ellas se le extendió el diploma correspondiente, que ostentaba la firma del Protector.

La etapa bolivariana

El 18 de febrero de 1824, el libertador don Simón Bolívar, promulgó el decreto de contribución general, iniciándola con la Intendencia de Trujillo, jurisdicción a la que como sabemos pertenecía el partido de Lambayeque. Nombró una Junta Extraordinaria que debía reunir, en plazo perentorio, 300,000 pesos para asegurar la Caja Militar, y 100,000 pesos mensuales para los gastos del Ejército Libertador.

El 23 de marzo de ese mismo año, se le pedía al flamante intendente de la provincia de Lambayeque, general Luís José Orbegozo y Moncada, remitiera inmediatamente al prefecto de Trujillo: 1.000 mulas y 1.000 caballos, 1.000 cargas de trigo y 1.000 de arroz. Se impuso a Lambayeque un cupo de 20.000 pesos, que sería prorrateado en la mejor forma entre los vecinos. El plazo para cumplirlo era de 15 días. A quien se negara a contribuir o se mostrara remiso, se le arrestaría y remitiría al Cuartel General. Asimismo se debía recolectar y remitir al mismo prefecto de Trujillo las alhajas de oro y plata de las iglesias de toda la provincia de Lambayeque, “no dejando en cada una de ellas más que los cálices, las patenas, la custodia, los copones de dar la comunión y un incensario”, o sea solo lo indispensable para el culto.

Las cofradías de la Purísima Concepción, la de Nuestra Señora del Carmen y la de Nuestra Señora del Rosario de la desaparecida Iglesia Matriz de Chiclayo aportaron 449 pesos 4 reales

Las cofradías del Santísimo Sacramento, de Nuestra Señora del Carmen, de Nuestra Señora del Rosario, de Nuestra Señora de las Mercedes, de Nuestra Señora de Guadalupe, la del Señor Crucificado unida con la de Nuestra Señora de los Dolores, la del Arcángel San Miguel, la de Jesús Nazareno y la de San Antonio de Padua, en total 09 cofradías de la Iglesia San Pedro de Lambayeque, contribuyeron con 1,543 marcos de plata, que fueron entregados, el 11 de marzo de 1824, por el cura Lázaro Villasante a Juan Manuel Iturregui Aguilarte, a la sazón gobernador político y militar de esta ciudad.

Los inéditos expedientes, donde se consignan el número de cofradías  de las iglesias de Chiclayo y Lambayeque, los nombres de sus advocaciones, los nombres de sus mayordomos y el monto en marcos de plata que de cada una de ellas se extrajo en 1823, se encuentran  a buen recaudo en el Archivo del Centro de Estudios Históricos y Promoción Turística de Lambayeque.

En la Gaceta del Gobierno de Marzo de 1824, aparece la siguiente publicación: “2,000 pesos que han entregado los vecinos del pueblo de Mórrope del partido de Lambayeque, por la contribución anual que han ofrecido por que se les exima del contingente de reclutas”. Un mes después, el 8 de abril, el pueblo de Olmos entregaba 190 pesos, producto del cupo que le había sido impuesto por la Municipalidad de Lambayeque acatando la Orden Superior del 17 de marzo de 1824.
Y en la Gaceta del 24 de abril de ese mismo año, bajo el titulo de “Donativos”, se lee: “El Comandante de Caballería don José Manuel Muro ha cedido a beneficio del Estado los cobres y esclavos de la hacienda de Ucupe en el partido de Lambayeque, cuyo valor monta a la cantidad de dos mil ciento ochenta y siete pesos cuatro reales…” , y líneas abajo: “Igualmente don Matías Delgado en el mismo partido ha cedido la cantidad de diez y seis pesos cinco reales…”. Esta comunicación pública terminaba con las siguientes premonitorias palabras: “La patria exige sacrificios; pero ya esta muy próximo el suspirado término en que recogeremos sus frutos, y bendeciremos los presentes afanes”. Tres meses después, los denodados esfuerzos desplegados, a lo largo y ancho de nuestro territorio, para arriar, para siempre jamás, los pendones de Castilla de nuestro suelo, darían esos frutos tan deseados.

La Batalla de Junín
  
No cabe la menor duda que el brillante resultado del esfuerzo desplegado por el Libertador Simón Bolívar, por agrupar un admirable y disciplinado ejército, que pudiera enfrentar a las experimentadas tropas del Rey, se dio por primera vez a 4,220 metros de altura sobre el nivel del mar, en la gélida llanura de Junín el 6 de agosto de 1824.

Para lograrlo el Libertador había contado con el oportuno, decisivo e indiscutible apoyo brindado por los pueblos del Perú, en especial de la costa norte, entre los que nítidamente destacaba el pueblo de Lambayeque, con su cuota de aguerrida sangre joven factor determinante en cualquier combate.

En esas ubérrimas pampas de Junín, aproximadamente 900 bravos jinetes patriotas, se prestaron a luchar, en horas de la tarde, contra 1,200 de la caballería realista, unidad selecta y engreída del ejército español, a cuyo frente se encontraba el propio general José de Canterac.

El choque fue violento, encarnizado y cuando a todas luces la victoria le era adversa a la caballería independiente, cuando cundía el desorden y desconcierto en sus filas, más aún, cuando prácticamente todos los escuadrones patriotas habían emprendido la retirada, perseguidos muy de cerca por la caballería realista, fue en ese preciso momento en que el primer escuadrón de “Húsares de Junín”, conformado en gran parte por voluntarios de Piura, Lambayeque, Chiclayo, y Trujillo, situados en posición estratégica y comandado por el coronel argentino Isidoro Suárez, se lanza como un relámpago, en memorable carga, contra el enemigo, gracias a una “inspirada visión” del sampedrano mayor José Andrés Rázuri Estévez, logrando así detener la persecución; la situación es por demás propicia y oportuna, los patriotas reaccionan, se organizan inmediatamente, vuelven caras y en carga descomunal, obligan a la “tan considerada, bien armada, equipada, montada, instruida y disciplinada” caballería realista, a emprender en derrota, vergonzosa fuga.

La batalla duró apenas 45 minutos y en ella no se escuchó un solo disparo, pues se combatió exclusivamente con arma blanca, a sable y lanza. En el bando patriota los muertos alcanzaron al número de 45, entre ellos algunos oficiales, quedando 99 heridos. El enemigo perdió dos jefes, 12 oficiales y 245 hombres de tropa, más 80 prisioneros y crecido el número de heridos y dispersos.

En su obra “Llampallec”, Bonilla Castro, refiriéndose a la batalla en las pampas de Junín, anota: “Junín es un milagro, es un prodigio de la audacia. Es una apoteosis del patriotismo. Es un laurel inmarcesible en la orla del esfuerzo lambayecano. Fueron brazos suyos los que blandieron las lanzas, hechas con las maderas de sus bosques, espuelas forjadas en sus talleres, las que apretaron los ijares de los corceles salidos de sus campiñas”. Enrique Benítez en su obra “Geografía del Perú”, nos dice: “fueron en gran parte lambayecanos, los valerosos soldados de tropa que nos dieron la victoria en las pampas de Junín y en la decisiva de Ayacucho”, el 9 de diciembre de 1824.

En el discurso pronunciado, en el campo de Junín, por el Prefecto de ese Departamento, señor Manuel Pablo Villanueva, en representación del Supremo Gobierno presidido por Augusto B. Leguía Salcedo, con motivo del centenario de la batalla de Junín, manifestó: “En esa gloriosa acción de armas cúpole rol brillante y decisivo al Escuadrón “Húsares del Perú”, exclusivamente compuesto de valientes, aunque noveles, voluntarios trujillanos y lambayecanos”. El historiador Horacio H. Arteaga, manifiesta: “En Junín esos voluntarios de Lambayeque exhibieron brío y mostraron su empuje extraordinario, formidable, irresistible, sorpresivo”, más adelante agrega: “Cuando Bolívar, después de esa victoria estupenda de las pampas de Junín, preguntó asombrado por los audaces y los héroes, le señalaron los pelotones de voluntarios lambayecanos, ferreñafanos y chiclayanos que se enfilaban cansados y haraposos, muchos de ellos no tenían sombrero ni morrión, una faja ennegrecida apretaba en su frente las heridas que aún manaban sangre. Estaban descalzos y flacos, pero tenían el rostro resplandeciente como los semidioses de la Iliada. Bolívar los declaró en el acto ¡Húsares de Junín!”.

Entre los hijos de nuestra región que asistieron a estas memorables jornadas se encuentran: Manuel Salcedo, Gertrudis Poémape, Sebastián Fernández Samudio, José María Lastres y Martínez de Tejada, Luciano Mejía (lambayecanos) y José Leonardo Ortiz (chiclayano).

Luciano Mejía vivía aún en Lambayeque, su ciudad natal, en 1887, como consta en el Libro de Actas del municipio lambayecano de ese año. En julio de 1887, con motivo de celebrarse un aniversario más de la jura de la independencia nacional, la Municipalidad de Lambayeque, en cesión solemne, le otorgó un premio consistente en diez soles de plata.

El octogenario paladín de nuestra independencia, mostraba orgulloso, prendidas en las solapas de su viejo traje, las medallas conmemorativas de Junín y Ayacucho. Don David Sosa, a la sazón teniente alcalde del municipio lambayecano, al hacerle entrega del premio pecuniario, en emocionadas palabras le dijo: “Señor Luciano Mejía, vencedor de Junín y Ayacucho, esta pequeñísima suma que hoy se le obsequia, os hará comprender, que vuestros compatriotas no son ingratos para aquellos, que como vos, nos dieron libertad y patria”.           

Una carta esclarecedora

El 30 de octubre de 1828, los vecinos de Lambayeque elevaron una carta a Francisco Solano Fernández de Alarcón, prócer de la independencia de Lambayeque y, a la sazón, diputado departamental por esta provincia; en ella le suplicaban intercediese ante el Supremo Gobierno por el inmediato cese de la recluta decretada con motivo de la guerra con la Gran Colombia (1828-1829), ya que la agricultura era un importante ramo para la manutención del Ejército y en Lambayeque la mayor parte de los pobladores por levar, se dedicaban a ella. Aparte de que se necesitaban brazos jóvenes para reconstruir los canales, acequias y pueblos asolados por la presencia el fatídico fenómeno del “Niño” del verano de 1828, a punto de encontrase la ciudad de Lambayeque clamaban: “…en los umbrales del sepulcro”.
    
De esta valiosa misiva, que exhumáramos de un viejo expediente que se conserva en el Archivo Regional de Lambayeque, hemos extraído dos ilustrativos párrafos, su lectura nos dará una clara idea de lo que verdaderamente significó el aporte lambayecano a la independencia del Perú. Veamos:
    
      “…Desde el año pasado de 1820 a la fecha ha dado (Lambayeque) algo más de 3,500 soldados, en moneda como un millón de pesos, y en auxilios de todo sentido quizá, o sin quizá, otro tanto.
   
      “Si se conservara el todo de los documentos de esta prueba, o los pocos que se consiguió no estuvieran en Lima, los presentaríamos a VE  para que admirara que en solo 88 días que el General Orbegozo la gobernó como Intendente, concurrió con más de doscientos mil pesos para la campaña de 1823; no obstante supla esta pequeña falta el titulo de Benemérita y Generosa con que el Supremo Congreso la ha honrado por sus notorios calificados heroicos servicios…”. Huelgan los comentarios.

Es por todos los motivos antes mencionados que el partido de Lambayeque, parte integrante de la intendencia de Trujillo, adquiere la significación más completa como representativo del indiscutible aporte netamente norteño y peruano al triunfo de la titánica y revolucionaria empresa de la independencia nacional.

Del discurso pronunciado por el jurista lambayecano doctor Justo Figuerola y Estrada en la Universidad Mayor de San Marcos, el 18 de enero de 1822, con motivo del recibimiento del general José de San Martín, permítanme, para terminar, dar lectura al siguiente párrafo:

     Y tú, Lambayeque, amada cuna mía, tuviste la gloria de levantar en esa comarca la primera voz por la libertad, y de acreditar eras digna de la elevación á que aspirabas. Recibe el homenaje de un hijo, que se goza en tus virtudes, y espera los que te consagre la patria en todos los tiempos”.

Nota: Conferencia dictada en el auditórium de la Universidad Nacional de Trujillo, con motivo de la I JORNADA ACADÉMICA DE INVESTIGACIONES HISTÓRICAS RUMBO AL BICENTENARIO. Evento al que acudimos gracias a la gentil invitación del historiador trujillano Juan Castañeda Murga.

Tríptico del evento