sábado, 6 de agosto de 2016

La Batalla de Junín


No cabe duda que el brillante resultado del esfuerzo desplegado por el Libertador Simón Bolívar, por agrupar un admirable y disciplinado ejército, que pudiera enfrentar a las experimentadas tropas del Rey, se dio por primera vez a 4,220 metros de altura sobre el nivel del mar, en la gélida llanura de Junín, el 6 de agosto de 1824.

Para lograrlo el Libertador había contado con el oportuno, decisivo e indiscutible apoyo brindado por los pueblos del Perú, en especial de la costa norte y centro del país. Entre  los que destacaba, nítidamente, el pueblo de San Pedro de Lambayeque, con su cuota de aguerrida sangre joven, factor determinante en cualquier combate.

Libertador Simón Bolívar

En esas ubérrimas pampas de Junín, aproximadamente 900 bravos jinetes patriotas, que conformaban los tres escuadrones del “Primer Regimiento de Caballería del Perú” o “Húsares del Perú”, al mando del general Mariano Necochea, se prestaron a luchar, en horas de la tarde, contra 1,200 de la caballería realista, unidad selecta y engreída del ejército realista, a cuyo frente se encontraba el propio general José de Canterac.

El choque fue violento, encarnizado y cuando a todas luces la victoria le era adversa a la caballería independiente, cuando cundía el desorden y desconcierto en sus filas, más aún, cuando prácticamente todos los escuadrones patriotas habían emprendido la retirada, perseguidos muy de cerca por la caballería realista, fue en ese preciso momento en que el primer escuadrón de “Húsares del Perú”, conformado en gran parte por voluntarios de Piura, Lambayeque, Chiclayo, y Trujillo, situados en posición estratégica y comandado por el teniente coronel argentino Isidoro Suárez, se lanza como un relámpago en memorable carga contra el enemigo, gracias a una “inspirada visión” del mayor, natural de San Pedro de Lloc, José Andrés Rázuri Estéves, logrando así detener la persecución; la situación es por demás propicia y oportuna, los patriotas reaccionan, se organizan inmediatamente, vuelven caras y en carga descomunal, obligan a la “tan considerada, bien armada, equipada, montada, instruida y disciplinada” caballería realista, a emprender en derrota, vergonzosa fuga.

La batalla duró apenas 45 minutos y en ella no se escuchó un solo disparo, pues se combatió exclusivamente con arma blanca, a sable y lanza. El general EP Felipe de la Barra en su obra La campaña de Junín y Ayacucho (1974), nos dice:

"En el bando patriota los muertos alcanzaron al número de 45, entre ellos algunos oficiales, quedando aproximadamente 100 heridos; los realistas perdieron 2 jefes, 2 oficiales, 245 hombres de tropa, entre muertos y heridos; más 80 prisioneros; el botín de los patriotas consintió en 400 caballos ensillados y gran cantidad de armas".


José Andrés Rázuri

En su conferencia “Llampallec”, aparecida en el Boletín de la Sociedad Geográfica de Lima  (1920), el coronel etenano Manuel Casimiro Bonilla Castro, escribe:

"Junín es un milagro, es un prodigio de la audacia. Es una apoteosis del patriotismo. Es un laurel inmarcesible en la orla del esfuerzo lambayecano. Fueron brazos suyos los que blandieron las lanzas, hechas con las maderas de sus bosques, espuelas forjadas en sus talleres, las que apretaron los ijares de los corceles salidos de sus campiñas".

Enrique Benítez, en su obra “Geografía del Perú”, nos dice:

[…] fueron en gran parte lambayecanos, los valerosos soldados de tropa que nos dieron la victoria en las pampas de Junín y en la decisiva de Ayacucho".

En el discurso pronunciado, en el campo de Junín, por el Prefecto de ese Departamento, señor Manuel Pablo Villanueva, en representación del Supremo Gobierno presidido por don Augusto Bernardino Leguía Salcedo, con motivo del centenario de la batalla de Junín, manifestó:

"En esa gloriosa acción de armas cúpole rol brillante y decisivo al Escuadrón “Húsares del Perú”, exclusivamente compuesto de valientes, aunque noveles, voluntarios trujillanos y lambayecanos".

El historiador Horacio H. Arteaga, manifiesta:

"En Junín esos voluntarios de Lambayeque exhibieron brío y mostraron su empuje extraordinario, formidable, irresistible, sorpresivo. Cuando Bolívar, después de esa victoria estupenda de las pampas de Junín, preguntó asombrado por los audaces y los héroes, le señalaron los pelotones de voluntarios lambayecanos, ferreñafanos y chiclayanos que se enfilaban cansados y haraposos, muchos de ellos no tenían sombrero ni morrión, una faja ennegrecida apretaba en su frente las heridas que aún manaban sangre. Estaban descalzos y flacos, pero tenían el rostro resplandeciente como los semidioses de la Ilíada. Bolívar los declaró en el acto ¡Húsares de Junín!"



Carga de los “Húsares del Perú” (Óleo de Etna Velarde)

Entre los hijos de nuestra región que asistieron a esta memorable jornada se encuentran: José María Lastres y Martínez de Tejada, Manuel Salcedo, Gertrudis Poemape, Sebastián Fernández Samudio, José Francisco Deza, Luciano Mejía (naturales de Lambayeque), y José Leonardo Ortiz (chiclayano). 
Del Castillo Niño nos dice que en ésta histórica batalla también estuvieron presentes los siguientes motupanos: José Orozco, Juan José del Castillo, Nicanor Falla, Andrés Obando, Manuel Jiménez, Juan M. Luna, José M. Saavedra y José Santos Zapata.

El héroe lambayecano Luciano Mejía vivía aún en su ciudad natal por el año de 1887, como consta en el Libro de Actas del municipio lambayecano de ese año. En julio de 1887, con motivo de celebrarse un aniversario más de la jura de la independencia nacional, la Municipalidad de Lambayeque, en cesión solemne, le otorgó un premio consistente en diez soles de plata.

El octogenario paladín de nuestra independencia, mostraba orgulloso, prendidas en las solapas de su viejo traje, las medallas conmemorativas de Junín y Ayacucho.

Don David Sosa, a la sazón teniente alcalde del municipio lambayecano, al hacerle entrega del premio pecuniario, en emocionadas palabras le dijo:

"Señor Luciano Mejía, vencedor de Junín y Ayacucho, esta pequeñísima suma que hoy se le obsequia, os hará comprender, que vuestros compatriotas no son ingratos para aquellos, que como vos, nos dieron libertad y patria".           

Coronel José Maria Lastres. Héroe de Junín y Ayacucho

José María Lastres y Martínez de Tejada

José María de la Natividad Lastres y Martínez de Tejada, nació en Lambayeque el 7 de septiembre de 1798, del matrimonio de don Cristóbal de Lastres y Pasos, prospero comerciante natural de la Villa de Murgia en el reino de Galicia (España), y de doña Teresa Martínez y Soraluce, distinguida dama lambayecana. A los siete días de haber nacido fue bautizado en la iglesia matriz de San Pedro de esta ciudad por el cura propio de la doctrina o ramada de San Pedro Dr. Manuel Insua Pasos, siendo sus padrinos el ayudante mayor de milicias don Pedro Estela y doña Josefa Orvalle (Archivo Parroquial de Lambayeque (APL). Libro de Bautismos No 19. Año 1772 – 1811, f 143).

Recibió su primera educación en su pueblo natal, para luego, cumplidos los 14 años, seguir estudios en el Real Seminario de San Carlos y San Marcelo, en la ciudad de Trujillo. En esta casa de estudios, Lastres, escribe Ricardo Miranda Romero en su Monografía del Departamento de Lambayeque (1927):

"Siempre se distinguió por su constancia en el estudio y el trabajo, por su personalidad invariable y conducta intachable. Testimonio de todo ello es el certificado extendido en octubre de 1818, por el doctor don Juan Antonio de Andueza, rector del Seminario y cuyo tenor es el siguiente: “Siempre se advirtió en José María Lastres, mucha constancia en el trabajo, docilidad y juicio, sin que jamás se le hubiese tachado defecto alguno en su conducta". 

Lastres y Martínez de Tejada, fue un colaborador eficaz en el movimiento libertario del 27 de diciembre de 1820, en Lambayeque. Firmante del acta de la segunda proclamación de la independencia de Lambayeque, la madrugada del 31 de diciembre de 1820. El 25 de marzo de 1821, se enrola en el Ejército Libertador en el batallón “Numancia” con el grado de cadete. Estuvo en el primer sitio del Callao, con el grado de teniente primero. En 1823, hizo la Segunda Campaña de Intermedios al mando de los generales Agustín Gamarra y Andrés de Santa Cruz. Sirvió bajo las órdenes del Gran Mariscal José de la Riva Agüero y Sánchez Boquete – figura destacada en las conspiraciones limeñas - en calidad de ayudante mayor. El 3 de mayo de 1823, obtuvo el grado de capitán. Incorporado al Batallón Legión Peruana estuvo presente en toda la titánica campaña de 1824, asistiendo a las históricas jornadas de Junín, a las órdenes del Libertador don Simón Bolívar, y Ayacucho, bajo el mando del general Antonio José de Sucre.

Después de esta última batalla fue ascendido al grado de sargento mayor. En 1825, estuvo en la campaña del Alto Perú, bajo el comando del mariscal Sucre. Con motivo de la conmemoración del segundo aniversario de la batalla de Ayacucho fue promovido a la clase de teniente coronel graduado. Durante la República tomó parte en la guerra con la Gran Colombia 1828 – 1829,  bajo las órdenes del general don José de la Mar. El 12 de octubre de 1829 fue ascendido al grado de coronel efectivo del Ejército. En 1836, participó en la Campaña del Sur, al mando del inquieto caudillo militar don Carlos Augusto Salaverry; junto a él estuvo en las acciones del Gramadal, Puente de Arequipa, Uchumayo, hasta batalla de Socabaya – Arequipa, 7 de febrero de 1836 - en que fue hecho prisionero. Aquí, por decisión propia, dio por concluida su carrera militar. Entre las preseas que lucía orgulloso sobre su pecho destacaban las medallas de Junín, Ayacucho y la de los Libertadores.

El coronel José María Lastres y Martínez de Tejada, fue casado con doña María Riglos y Benavente, bella dama arequipeña – con la que tuvo una ilustre descendencia - hija de don Marco Fermín de Riglos y Santa María y de la dama peruana doña Asunción Benavente. Lastres falleció en la ciudad de Lima el 7 de agosto de 1864, a la edad de 66 años. Sus restos fueron inhumados en el Panteón Nacional de los Próceres el 2 de octubre de 1968.


viernes, 5 de agosto de 2016

O´Higgins y la Independencia del Perú


                                              Bernardo O´Higgins Riquelme. Óleo de Gil de Castro

Todos los peruanos debemos recordar la providencial e invalorable contribución del prócer chileno Bernardo O´Higgins Riquelme, en la revolucionaria empresa por nuestra emancipación nacional. Decimos esto, porque gracias a su decidida e inquebrantable voluntad se lograron reunir los medios y elementos necesarios para poner en pie la denominada Expedición Libertadora del Sur.

Tenemos cierta predilección por este benemérito americano, por ser, no cabe duda, el chileno que más quiso a nuestra patria. Su vida, brillante, fecunda y tan llena de momentos azarosos tiene para nosotros una singular atracción.

Bernardo O´Higgins fue hijo del coronel irlandés Ambrosio de O´Higgins, conde Valenay y Osorno, que fuera virrey del Perú. Desde muy joven lo dejó todo para seguir los destellos que en su alma, de espíritu patriota, anidaban en pos de la libertad. Fue el alma de las conspiraciones de la época libertaria e infatigable en combatir el régimen español. Desplegó tal valor en cada uno de sus combates y reñidas acciones, que causo admiración hasta en sus propios adversarios. Al famoso grito que lo inmortalizara: “O vivir con honor o morir con gloria; el que sea valiente, sígame”, acudieron cientos de campesinos, a quines de su propio peculio armó según las circunstancias.

Es a raíz de sus primeras hazañas que fue nombrado coronel del naciente ejército chileno. Desde ese día y por espacio de aproximadamente dos años, recorrería en continuo galopar todos los caminos de su patria, batiéndose con denuedo contra las fuerzas enviadas por el virrey del Perú Fernando de Abascal, que intentaban destruir la hermosa y lamentablemente efímera ganada libertad, como consecuencia del establecimiento de la Junta Gubernativa de Santiago, el 18 de septiembre de 1810.

A pesar de algunos triunfos logrados por los patriotas chilenos, las tropas adictas al Rey, compuesta en su gran mayoría por peruanos (financiados por gran parte de la aristocracia criolla peruana y los grandes comerciantes de Lima, agrupados en el Tribunal del Consulado y adheridos en esos momentos al fidelísimo), entraron en la ciudad de Santiago tras el desastre de la batalla de Rancagua, el 1 de enero de 1814. Reconquistado el gobierno por el ejército realista, los chilenos, en penosa huida, atravesaron la cordillera en busca de seguro refugio en Cuyo. En esta provincia argentina se concentraba el incipiente ejército al mando del entonces coronel José de San Martín y Matorras.

Después de la derrota de Rancagua todo parecía indicar que el destino abandonaba la noble causa de la libertad y entregaba definitivamente Chile al poderío español. O´Higgins, que a fuerza de arrojo personal había burlado, por espacio de casi cuatro años, a los sitiadores que le intimaban su rendición incondicional, juró que volvería a rescatarla de las garras del régimen opresor y conquistar, cueste lo que cueste, la ansiada libertad de su patria, Mientras haya quien muera la patria no esta pérdida. Elocuentes palabras que pintan de cuerpo entero al héroe, dando con esto a sus compatriotas un caro ejemplo de amor a la tierra que los vio nacer.

San Martín y O´Higgins se conocieron a mediados de octubre de 1814, en las montañas del valle de Uspallata, cuando el segundo, en compañía de cientos de fugitivos chilenos de Rancagua, arribó al citado valle. Inmediatamente San Martín les ofreció cordial hospitalidad. O´Higgins se convertiría, con el tiempo, en él más fiel compañero y colaborador de San Martín, “en el resto de la aventura andina” (Izquierdo Castañeda 1985: 2).

Existe una sentencia muy aleccionadora que nos narra el escritor Pedro Pablo Martínez, y que aquí adquiere caracteres premonitorios, ella dice: “cuando va a realizarse un acontecimiento trascendental, el destino no sólo hace aparecer, con toda oportunidad, a los hombres que han de influir o intervenir en él, sino que con precisión admirable, los acerca y los junta” (Ibíd.).

El abnegado y prudente chileno bajaba del gélido ande en accidentado y penoso éxodo, con el corazón sumido en inmensa tristeza al ver amenazada la libertad de su amada patria.  “Al pie de la montaña San Martín, a la sazón gobernador de Cuyo, lo esperaba para estrecharle la mano en señal de reconocimiento y ofrecerle el respectivo asilo. La sentencia antes mencionada cobra en esos momentos verdadera dimensión; la amistad que a primera vista nació entre ambos paladines, iba a prolongarse por espacio de veintiocho años en la tierra y una eternidad en el mundo donde moran los espíritus de los héroes” (Ibíd.)

Dos años después de este histórico encuentro, en octubre de 1816, el congreso reunido en la ciudad de Tucumán (Argentina) nombra a San Martín Capitán General del Ejército de los Andes. Metódicamente organiza el ejército en Mendoza en la zona de Cuyo, teniendo como principales colaboradores a O´Higgins y al peruano Toribio de Luzuriaga, natural de Huaraz. En 1817, se reanuda la campaña. Apreciamos reunida aquí una trilogía de próceres americanos, unidos por una entrañable amistad y un ideal común, la libertad.
                                                 

                                                                 José de San Martín y Matorras                         

Tenemos que destacar un hecho de suma importancia para los peruanos, y es que al presentarse el dilema de designar a un sustituto para el puesto de gobernador de Cuyo, la elección recayó en Toribio de Luzuriaga. Hombre de confianza y de excepcionales condiciones así como amigo entrañable de San Martín. Fue tan brillante la tarea que desempeñó Luzuriaga, como intendente de Cuyo, particularmente en lo que se refiere al apoyo logístico del Ejercito de los Andes, fue tan efectiva y distinguida su actuación, que le valió, posteriormente, ser designado Mariscal de Campo del Ejército Chileno.


                                                                        José Toribio Luzuriaga

Bernardo O´Higgins, volvió a su patria como brigadier del flamante Ejército de los Andes, con él cruzó la gran cordillera de los andes, el espinazo de América, para luchar por la reconquista de la libertad de su patria y así cumplir con su juramento. Interviene decididamente en la batalla de Chacabuco el 12 de febrero de 1817, la que le permite demostrar en grado eminente su heroísmo y dotes de mando. Cuatro días después el 16 de febrero de 1817, el pueblo de Santiago lo nombra Director Supremo del Estado de Chile. Sin embargo debió concurrir a la ciudad de Concepción y mantenerse allí hasta enero de 1818, tratando de doblegar a los realistas que se encontraban resistiendo en los puertos de Valdivia y de Talcahuano. El 12 de febrero de 1818 O´Higgins proclamaba la independencia de Chile.

En realidad su etapa de soldado termina la tarde del 5 de abril de 1818, cuando acude al llano de Maipú para abrazar a su amigo incomparable el general San Martín. Su grito de gratitud sin limites aún resuena en dicho campo: “Gloria al salvador de Chile”.

Una vez sellada la independencia de Chile, imprime a su gobierno un sentido progresista, sentando las bases institucionales de la República. Convocado e instalado el Congreso, le encara la formación de la escuadra de Chile. La idea genial de San Martín de llevar la independencia al Perú a través del mar, como medio seguro de debilitar y destruir el poderío español enseñoreado en América del Sur, había calado hondo en O´Higgins, el colaborador insuperable del ilustre argentino. “Mientras no lleguemos al Perú y acabemos con los godos, la guerra no habrá terminado”, tal la concepción estratégica del libertador San Martín.

Toda la ilimitada abnegación, todo el espíritu organizador del Director Supremo de Chile en preparar la escuadra libertadora, que traería a nuestras costas  al ejército unido argentino – chileno a luchar por nuestra independencia, es verdaderamente encomiable. Sin la independencia del primer y poderoso virreinato de las colonias de España, el Perú, no habría libertad posible en América y sin la ayuda del “Apóstol de la Unidad Americana” Bernardo O´Higgins, San Martín no hubiera podido cristalizar su estupenda obra.

Debemos saber que es el mismo O´Higgins, quien propicio el empréstito interno que se levantó en su país para “la expedición libertadora de nuestros hermanos en el Perú”, tal y como consta en la carta que dirigiera a la acaudalada dama chilena Teresa Alderete viuda de Julián Díaz (ver copia literal de la carta en Apéndice). Para esto contó también con eficaces colaboradores, entre los que destacan los chilenos: José Ignacio Zenteno, ministro de guerra y marina; José Ignacio Cienfuegos, presidente del senado; el ministro Joaquín Echevarria, y José Gaspar Marín. En fin, es a todo el decidido e inquebrantable esfuerzo desplegado por O´Higgins, y sus corifeos antes mencionados, al que nosotros debemos rendir nuestro reconocimiento y gratitud.

El historiador, dramaturgo, escritor y magistrado lambayecano Dr. Germán Leguía y Martínez, en su monumental obra La Historia de la Emancipación del Perú: El Protectorado, concluida en 1928 y publicada, recién, en 1972, nos dice:

La historia, en efecto, pone, sobre las sienes del prócer (O´Higgins), el nimbo de la inmortalidad que le es debido, como a uno de los personajes más útiles y grandes de aquellos hermosos tiempos; tiempos de desinterés, tiempos de fraternidad, tiempos de gloria, cuyos alcances y recuerdos húndense (sic) hoy, entenebrecidos, en el denso y caldeado ambiente de resentimientos, de desconfianzas y odios suscitados entre peruanos y chilenos […] ¿Quién habría de decir a los O´Higgins y los Zenteno, los Echevarria y los Zañartu, los Cienfuegos y los Marín, que tan solo cincuenta y nueve años después, sus nietos, confabulados criminalmente en la sombra y armados en el misterio, habrían, pérfidos, y hambrientos de destrucción, de emprender rumbo y campaña parecidos a los del 20 de agosto de 1820, ya no guiados ni conducidos por la estrella blanca y pura del bien común americano, sino atraídos por el ansia vil de usurpar los tesoros de sus hermanos descuidados e indefensos, empujados por la codicia y por la ruindad, a incendiar nuestros emporios industriales, arrasar nuestras sementeras, arrebatar nuestras riquezas colosales, apropiarse de nuestros territorios más preciados, y desmedrar nuestro organismo histórico mutilándolo, desgarrándolo, sin causa ni razón plausibles; erigiendo en el continente la ley satánica de la fuerza , predicando “los derechos espurios de la victoria”  y enarbolando el negro y sangriento estandarte de la conquista?... (Op. cit. 1972: 220).

Huelgan los comentarios. Ahora continuemos.

La Expedición Libertadora al mando de San Martín, nombrado por O´Higgins Capitán General del Ejército Chileno zarpó de Valparaíso el 20 de agosto de 1820. La flota, […] la mayor, que, hasta entonces, se hubiese reunido y contemplado en Sub América” (Leguía y Martínez 1972: 207), se encontraba al mando del Almirante Lord Thomas Alexander Cochrane, de nacionalidad inglesa. El escritor argentino Ricardo Rojas, en su obra “El Santo de la Espada”, anota:

    […] llevaba a bordo 4,700 soldados y pertrechos de guerra como para armar a 15,000 hombres que se podrían reclutar en el Perú cuando desembarcaran. […] Formaban la Escuadra libertadora del Perú, los siguientes buques de guerra: navío San Martín, la capitana, 1,300 toneladas y 64 cañones, en él iba el general San Martín y su Estado Mayor; fragata O´Higgins, 1220 toneladas, con 44 cañones, conducido por Lord Cochrane con la insignia del almirante,; fragata Lautaro, 850 toneladas, con 46 cañones; fragata Independencia, 380 toneladas, con 28 cañones; bergantín Galvarino, 398 toneladas, con 18 cañones; bergantín Araucano, 270 toneladas, con 16 cañones; bergantín Pueyrredón, 220 toneladas, con 16 cañones; goleta Moctezuma, 200 toneladas, con 7 cañones. Además de éstas unidades, alistáronse en el convoy los transportes Dolores, Gaditana, Consecuencia, Emprendedora, Santa Rosa, Águila, Mackenna, Perla, Jerezana, Peruana, Golondrina, Minerva, Libertad, Argentina Hércules y Potrillo, con 7,178 toneladas por todo” (Op. cit. 1850: 202).

Los buques de guerra y de transporte, llevaban en lo alto de sus mástiles la bandera de Chile […] pero, naturalmente cada cuerpo del ejército conservó la enseña, querida e inalienable de su patria y de su procedencia […] (Leguía y Martínez 1972: 215).  

El 7 de septiembre, después de más de dos semanas de navegación, la expedición llegó a la bahía de Paracas. Al día siguiente comenzó el desembarco. Ese fue también el histórico y propicio momento para que el pueblo del Perú demostrara que desde mucho tiempo atrás estaba dispuesto a insurreccionarse, y que la influencia sanmartiniana solo fue indirecta, en otras palabras no nos fue concedida por el Ejército aliado Argentino – Chileno comandado por San Martín.

De todo esto se desprende también, el hecho de que no fue tarea difícil para San Martín, propagar, en suelo peruano, la noble causa de la independencia y atraer a ella el mayor número de pueblos. Fresco y latente aún en la memoria colectiva de muchas de estas comarcas el precursor y cruento periodo denominado por los estudiosos como el de la Pre-Emancipación, comprendido entre los años de 1780 y 1819.

En su primer Manifiesto, ya en suelo peruano, San Martín, expresaba: “El gobierno realista de Lima ha hecho derramar a torrentes la sangre de los peruanos para sofocar el espíritu de Independencia”. El ilustre argentino reconocía así, las duras y cruentas jornadas de los hijos de esta tierra en pro de su emancipación del régimen español.

A todo esto se sumaba también, la existencia soterrada de fuertes grupos separatistas, sobre todo en el norte y centro del país, compuestos en su mayoría por criollos. Si no recordemos la proclama de San Martín en Huaura de fecha 12 de febrero de 1821, en la que entre otras cosas decía:

    Más de cien pueblos proclaman su independencia y se hace tan gloriosa transformación, sin disensión alguna, sin licencia, sin ninguno de aquellos excesos tan frecuentes en la historia de las revoluciones.

Entre este centenar de poblaciones se encontraba el pueblo de San Pedro de Lambayeque, cuyo cabildo fue el primero en arriar, exitosamente, los pendones de Castilla en el norte grande del Perú, la memorable noche del 27 de diciembre de 1820.

El 9 de julio de 1821, entraba San Martín en la capital peruana. En horas de la mañana del día 28, de ese mes y año, pronunciaba en la plaza mayor de Lima, y hacía pregonar, a tambor batiente, por calles y plazas principales de la capital, su celebre proclama:

    El Perú es desde este momento, libre e independiente por la voluntad general de los pueblos y por la justicia de su causa que Dios defiende.

Lamentablemente esta independencia del poder español fue solamente política. El historiador de la República Jorge Basadre, en su libro El Azar en la Historia y sus Limites, escribe: […] esta ruptura política no significó en manera alguna la quiebra del ordenamiento económico y social de carácter colonial que continuó vigente hasta el siglo XIX”. (Op. cit 1973: ) Dicho en otras palabras: la estructura de explotación se mantuvo.

Prosigamos. Cumplida su histórica y magna obra, O´Higgins soportó estoicamente los embates de los enemigos políticos. La constitución que promulgó en 1822 provocó vigorosa y tenaz oposición en su país, y relativamente solo lo sostenía y salvaba su reconocido y enorme prestigio. A fines de 1822 la situación se tornó por demás insostenible. El 23 de enero de 1823 estalla el descontento; “el pueblo quiere la dimisión del Dictador”. La respuesta de O´Higgins no se hizo esperar. Respetuoso de la opinión pública y con aquel extraordinario desinterés que lo caracterizaba, abdicó a su cargo de Director Supremo depositando sobre una mesa la banda tricolor y el bastón insignia del mando.

Después de haber dado este bello ejemplo a todos los pueblos de América, salió a la calle y entre las aclamaciones de una nutrida multitud de partidarios se trasladó a su domicilio. Diez días después acompañado de su madre doña Isabel Riquelme Meza y de su hermana salió para el destierro que el mismo se impuso.

A la figura más admirable conque cuenta la historia de Chile, el gobierno peruano le había donado los fundos de Cuiva y Montalbán, ubicados al sur de Lima, en el fértil valle de Cañete. Aquí residía, entregado al cultivo de la caña de azúcar. Diecinueve años después, el 24 de octubre de 1842, dejaba de existir este ilustre prócer de la independencia de Chile, en su casa ubicada en el Jirón de la Unión 554 de la ciudad de Lima. Esta mansión, en la que Bernardo O´Higgins vivió por espacio de alrededor de veinte años, es ahora sede del Museo de Arqueología “Josefina Ramos de Cox”.


Apéndice

    Septiembre 4 de 1819

    Sra. Doña Teresa Alderete viuda de Don Julián Díaz

    EL GOBIERNO SUPREMO, ha llenado ya de su parte el voto uniforme de los ciudadanos.  En la reunión general, que se tuvo el mes de Diziembre del año anterior en el Palacio Directorial, hizo presente el cuadro de nuestra situación, manifesté que si bien el Estado se ha cubierto de gloria, esta se ha comprado con sacrificios generosos, vidas apreciables han terminado; y consumidas las rentas fiscales, solo la propiedad particular puede dar la ultima mano á la grande obra de nuestra libertad. Como esta sería vacilante mientras en Lima se mantuviesen el despotismo, se resolvió entonces una expedición libertadora a nuestros hermanos en el Perú; y al modo que las provincias amigas oblaron los ultimos restos de su antigua riqueza para dar eterna muerte á la tirania de Chile, el senado, los vecinos todos en aquella reunion augusta, renovaron las ofertas de un absoluto desprendimiento de haberes, para la expedición de consuno con el Ejercito – Unido. Diorense entonces las bases y se nombro una comisión de vecinos bien conceptuados para que en justa proporción de las fortunas, de anteriores derramas, y de lo que cada uno daría al enemigo de grado, ó por fuerza; formase un rateo para un empréstito general. Se han echo las listas, y revisadas detenidamente se aprobaron por el Senado.
    Yo me prometo la mas puntual entrega, para que cada prestamista  no pierda por la coaccion el merito que adquirira con la deferencia, y brevedad. Si es deber del hombre en sociedad sacrificar lo mas estimable en las necesidades extraordinarias del Estado; si este se ha solemnizadoen una promesa jurada, y aceptada; si este empréstito sera probablemente el ultimo servicio pecuniario que exigira la Patria; si siempre fue prudencia desprenderse de una parte para no perder el todo; si la libertad del Perú, asegurando la nuestra, vá á revivir el comercio, aumentar el trafico, dar salida á los frutos, y proporcionar reciprocas medras; solo el que esté poseido de un frio egoismo, ó no sepa calcular sus intereses, podrá entorpecer la entrega de la moderada cuota que se le ha asignado. Ninguna Republica fue libre, sin que hasta las matronas se desprendiesen de sus preceas. La reina Isabel, empeñando sus alhajas para esclavisar la America, nos debe estimular al desprendimiento de las nuestras para libertarnos: y Fernando 7, aumentando la miseria de España con extraordinarias contribuciones, y gravando pesadamente ambos cleros para una expedición homicida, nos incita a cualesquiera sacrificios, para que la emancipación del Perú inutilize sus planes. Se acerca el día venturoso en que la Patria, libre de enemigos, llamará uno á los premios, y otros á la reconciliación general. Entonces preguntando á todos ¿qué habeis hecho por mi? recordará el militar su vida expuesta, y su sangre derramada; el funcionario publico su interrumpido reposo, y sus tareas; el labrador, y el artesano sus trabajos, y sus privaciones, y hasta la Iglesia recordará las preces, y obligaciones de sus Ministros; pero el propietario, el vecino pacifico alegará sus donativos voluntarios, y este empréstito con que se corona el majestuoso edificio. Solo enmudecerán en ese día los que, adoptando una hipocresía politica, nada han querido aventurar por una suerte feliz.
    Estas y otras consideraciones se han tenido presentes para esperar que cuantos querian ver el deseado término de esta guerra justa de nuestra parte, se apresurarán á realizar el empréstito asignado. Sin esto se paralizaria la expedición proyectada, suspirada por nuestros hermanos del Perú, y que debe zarpar con brevedad. V. que toma tanto interes para que se logre su obgeto,, y resultados, se adquirirá un distinguido mérito entregando 321 pesos en la Tesoreria de la Casa de la Moneda dentro de ocho días. Improrrogables, bajo el recibo impreso que le dará la comision encargada  del rateo. Allí vá á quedar la cantidad distruibuida en arcas de tres llaves, que guardarán como un deposito sagrado los mismos comisionados, para que todos los prestamistas sepan, que no se invierte en otro obgeto que el de la expedición. Puede V. estar seguro de que esa cantidad le sera religiosamente devuelta dentro de un año bajo la hipoteca de todas las rentas del Estado, y se le  admitirá en pago de dinero, y de cualquiera credito Fiscal. Es este el primer empréstito, y si la expedición tiene el feliz suceso que todo nos indica debemos prometernos, sera seguramente el ultimo que decreta el Senado, cuyo honor identificado con el mio está empeñado en revivir de este modo un credito público que hizo despreciable la mala fe de enemigos que lo profanaron. Santiago y setiembre 4 de 1819.
                                                     Bernardo O´Higgins



Bibliografía consultada

BASADRE, Jorge
1973. El Azar en la Historia y sus Límites. Con un apéndice: la serie de probabilidades dentro de la emancipación peruana. Ediciones P. L. V. Lima – Perú.

ROJAS, Ricardo
1950. El Santo de la Espada. Vida de San Martín. Editorial Losada, S.A. Buenos Aires.

LEGUÍA Y MARTÍNEZ, Germán
1972. Historia de la Emancipación del Perú: el Protectorado. T. II. Publicaciones de la Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú. Lima.

IZQUIERDO CASTAÑEDA, Jorge
1985. O´Higgins y la Independencia del Perú. Suplemento Especial del Diario “La Industria” de Chiclayo.