martes, 28 de agosto de 2012

Un espacio que recupera su esplendoroso pasado en la Iglesia San Pedro de Lambayeque




                                 Vista parcial de la pintura mural descubierta en la Iglesia San Pedro de Lambayeque

Desde su total reconstrucción en el siglo XVII, la Iglesia San Pedro de Lambayeque ha pasado por un proceso de evolución arquitectónica hasta llegar al estilo que hoy muestra. Las posteriores reconstrucciones, refacciones y remodelaciones ejecutadas durante este dilatado espacio de tiempo se han debido, más que todo, a los terribles daños que le causaran en sus estructuras los fenómenos naturales que azotaran esta región en pasados siglos.

La recurrente presencia del fenómeno de “El Niño”, del tipo “muy fuerte”, en los veranos de 1617 y 1624, entre ambos las repercusiones del terremoto de 1619, que arruinara la ciudad de Trujillo, fueron, quizás, el principal motivo para iniciar, a mediados del siglo XVII, los trabajos de su reconstrucción en pleno, obras que sabemos se culminaron aproximadamente entre 1685 y 1696.   

Para el siguiente siglo  “El Niño” de intensidad muy fuerte de los veranos de 1701, 1720, 1728 y 1791, también afectaron considerablemente el templo. Lo mismo que el “fortísimo temblor” de julio de 1802, el terrible “Niño” de 1828, el terremoto, de 29 segundos de duración, del 30 de marzo de ese mismo año, y los fenómenos de “El Niño” catalogados de muy fuertes de los veranos de 1870, 1871 (en que el agua depositada al interior del templo llegó a un metro diez de altura), y 1878.

Las limitaciones de espacio nos obligan a obviar la detallada explicación de estos hechos. Pero sin embargo nos dan una clara idea del porque en muchos de estos casos se tuvo que intervenir, tanto al interior como al exterior del templo, para resarcir los males causados por los fenómenos naturales y con esto la pérdida de mucha evidencia histórica. De ahí la importancia de los descubrimientos y redescubrimientos efectuados durante los últimos meses al interior de este templo, declarado Patrimonio Cultural de la Nación en 1972. Hechas estas útiles acotaciones pasemos ahora, muy brevemente, al tema materia de esta entrega.

Impresionante descubrimiento

Como un retorno al autentico y esplendoroso pasado del templo lambayecano ha sido catalogado, por los especialistas y pobladores de esta devota ciudad, el descubrimiento de significativas pinturas murales, de autor anónimo, localizadas en el primer tramo de la nave del Evangelio, lado izquierdo de la iglesia, justamente en el espacio que ocupa la pequeña cúpula con tambor que descansa sobre pechinas, en el primer cuerpo de la torre de la iglesia. En el interior de la cúpula hay dos óculos de nueve lados (Nonágono regular). 

Se trata del hallazgo de pinturas murales, realizadas, tal vez, en las primeras cuatro décadas del siglo XVIII, que se encontraban ocultas, desde aproximadamente un siglo y medio atrás, bajo un estucado de yeso (no uniforme de 3, 6 y 7 mm., de espesor),  y tres capas de pintura al óleo. Los murales ejecutados mediante la técnica pictórica al temple (una mezcla de pigmentos minerales muy finos combinados con agua destilada, yema de huevo y aceite), se encuentran en el intradós, dovelas y frisos de los arcos de medio punto, las cuatro pechinas y en el anillo de la cúpula, además de las pequeñas muestras que se observan en los pilares o muros que componen este espacio.

En este recinto se encuentran también las bóvedas o capillas que albergan los retablos de Jesús Nazareno (barroco) y el del Señor de la Exaltación (neoclásico). La bóveda de este último retablo también con visibles muestras pictóricas, análogas a las descubiertas últimamente. Lo que no hace más que avalar la hipótesis que nos planteáramos desde algún tiempo atrás, en el sentido de que los pilares, arcos, muros y bóvedas de este templo estuvieron, en algún momento, profusamente decorados. Claro ejemplo de esto lo constituye también la pintura mural que cubre el intradós y las jambas del arco de la bóveda donde se ubica el retablo de Ánimas, en la nave de la Epístola.

La exploración se inició a mediados de enero del 2012, a raíz del desprendimiento de parte del estucado de yeso de uno de los arcos, sacando a la luz buena parte de la pintura mural que hasta entonces lo cubría, procediéndose de inmediato a recubrirlas con un fino plástico transparente. Posteriormente se realizó una evaluación mediante calas, constatándose que las muestras no presentaban pérdida parcial o total de la misma. En otras palabras la pintura mural se encontraba en buen estado de conservación, por lo que se optó, a fines del mes de julio del pasado año (después de siete meses de su casual aparición), por su intervención. Con esto se trataba de devolverle, en parte, la imponente apariencia que tenía este espacio en las primeras décadas del siglo XVIII. Para realizar esta operación se contó, en un principio, con el aporte desinteresado de dos conservadores limeños, de las sugerencias de los arquitectos conservadores José María Gálvez Pérez y Mirna Soto y la supervisión del Ministerio de Cultura, filial Chiclayo. Todo esto, estando del todo concientes de que este excepcional descubrimiento amerita, con el tiempo, un estudio paciente, serio y responsable.

El intradós y las dovelas de los dos arcos están ornamentados con follajería de temas vegetales en forma de ramas, hojas y flores, de colores verde, rojo amorronado, negro y plomo, todo sobre fondo blanco, los frisos de los pilares con  ornamentaciones de hojas y roleos vegetales de color amarillo ocre.

Vista del espacio recuperado
Pero lo que llamó más la atención fue descubrir en las pechinas las figuras de los cuatro evangelistas. Representados en posición sedente, con libro y pluma, en actitud de escribir, e  identificados por los símbolos o “Las Cuatro Formas” (del griego  Tetramorfos), con que a través de los siglos han sido relacionados cada uno de los autores de los cuatro evangelios. Así tenemos: Mateo, con el ángel (un hombre con alas), porque su evangelio comienza con la lista de los antepasados de Jesús, el Mesías; Marcos con el león, escribió el libro canónico del Nuevo Testamento al cual podría denominarse el Evangelio de San Pedro, porque narra la vida de Jesús según el relato que hacía Pedro, un testigo presencial, en sus sermones en Roma; Lucas con el toro o buey, animal que antiguamente era ofrecido en sacrifico por los sacerdotes. El Evangelista comienza su relato con el ministerio sacerdotal de Zacarías quien era esposo de Santa Isabel, la prima de la Virgen María, escribió dos pequeños libros muy famosos: el tercer Evangelio y Los Hechos de los apóstoles; Juan, apodado “el hijo del trueno” con el águila. Éste discípulo de Jesús, que se le representa joven e imberbe, escribió un Evangelio, al igual que tres cartas, siendo la primera como un complemento de su evangelio, así como el libro del Apocalipsis. En este sentido el énfasis de este programa iconográfico se centra en aquellos aspectos relacionados directamente, aunque sin detalles complementarios, con la apología del Evangelio.

Aunque el conjunto no revele en sí una notable calidad artística, es una clara muestra del barroco mestizo en nuestra región y porque no también de ese “horror al vacío” (muy característico de esa época) del que nos habla el historiador Pablo Masera con respecto, salvando las diferencias, a las iglesias del sur andino del Perú.

Estos ricos vestigios, que permanecieron ocultos por tan largo tiempo, hoy cautivan a los pobladores y visitantes del presente y esperamos lo sigan haciendo con las generaciones del mañana. Y es que dada la riqueza patrimonial, tanto mueble como pictórica, que aún se conserva al interior de esta cúatricentenaria iglesia, la convierte en un lugar imprescindible que todo turista, nacional o extranjero, debe visitar.

Queremos para terminar, expresar nuestro más sincero agradecimiento al padre Juan José Miranda Cilla, párroco de la iglesia, por su paciencia y oportunos consejos, al padre Edwin Freddy Beltrán García, por su encomiable e indesmallable ímpetu, a él se debe en gran medida el rescate de estas muestras pictóricas, y al señor Francisco de Asís Chevez Chira, por la delicada, esmerada y riesgosa misión que le cupo realizar. Demostrándonos con esto su absoluta y desinteresada entrega en pro de la recuperación del invalorable patrimonio histórico de este templo. Caro y muchas veces no comprendido esfuerzo del cual, desde un principio, somos testigos de excepción. 

Detalle de la pequeña cúpula sobre pechinas


San Lucas

San Marcos


San Juan

San Mateo