lunes, 2 de enero de 2012

El desaparecido Teatro de Lambayeque


Local del desaparecido Teatro de Lambayeque

Resulta paradójico, pero el viejo Teatro de Lambayeque desapareció sin que nadie le haya echado siquiera un “”Requiscat in pace” en esta ciudad. Pese a que además de representar un alarde de refinado buen gusto, evoca una época que en esta ciudad se va, desenfrenadamente, a jirones.

Sabemos que por sus cómodos palcos, su espaciosa platea y cazuela, desfilaron casi una generación de lambayecanos, así como también por su palco escénico, obra deslumbrante y artística, se presentaron durante dos décadas, artistas de todo género y de primera calidad, convirtiéndose, en su tiempo, en uno de los rincones más característicos de la ciudad. “Cuando hay una compañía lírica o dramática, el teatro, a pesar de su extensión, es incapaz de contener el gran número de concurrentes, pues predomina el gusto por tales espectáculos a la par que despliega en ellos, el público la mayor elegancia”. Ilustrativas líneas recogidas de las notas que sobre Lambayeque escribiera, en 1860, el viajero y escritor colombiano Próspero Pereira Gamba.

Para exhumar su trunco proceso vital hemos tomado notas del “Diccionario Teatral del Perú”, obra de Manuel Moncloa y Covarrubias, editada en 1905, ejemplar que se conserva en la Biblioteca Nacional del Perú, del Archivo Regional de Lambayeque, de los libros de actas de la Sociedad de Beneficencia Pública de Lambayeque y de las oportunas referencias del Odontólogo lambayecano Norberto Antonio Zapata Jordán. Conozcamos pues a continuación el inédito y viejo historial del desaparecido Teatro de esta Generosa y Benemérita ciudad.

Fue el acaudalado comerciante lambayecano don Martín Martínez, quien con el importe de algo más de 14,000 pesos, construyó, en 1850, el teatro de Lambayeque. Para esto había adquirido el terreno donde, desde mediados del siglo XVI, o sea desde la misma fundación de Lambayeque, se había ubicado el Tambo, lugar para reposo y manutención de los viajeros en tránsito, y perteneciente al “común” o “República” de indios del pueblo, situado en el lado este de la Plaza principal.

La inauguración oficial del flamante primer Teatro lambayecano se realizo el siguiente año de 1851. La ciudad de Lambayeque contaba pues desde ese momento con un magnifico edificio teatral, a la altura de sus progresos culturales y de su acrecentada población, convirtiéndose en uno de los mejores del norte del Perú.

Para la fastuosa inauguración, Martínez había contratado en la ciudad de Lima a la Compañía de Opera de don Pablo Ferreti, en la misma que figuraba como atracción principal la “prima donna”  María España. Para la ocasión el Teatro contaba ya con un soberbio y hermoso decorado en su proscenio, realizado por el actor nacional y pintor escenográfo don Santiago Rocha. Cabe recordar, que el centenario Teatro “2 de Mayo” de la ciudad de Chiclayo se inauguró el 28 de julio de 1878, veintisiete años después que el Teatro de Lambayeque abriera sus puertas al culto público de aquel entonces.

Contaba el antiguo Teatro con una sola fila de 19 palcos, divididos estos en dobles y sencillos, con banquillas de madera tapizadas de algodón. La platea contenía 400 butacas, gran parte de ellas tapizadas también y todas confeccionadas en madera de fino cedro. Bajo la hilera de palcos se encontraba situada la cazuela, llamada como en el antiguo Teatro de Lima “mosqueta”, y separada de la platea por una elegante verja de hierro forjado. Sus asientos consistían en varias graderías de ladrillo enlucidas con yeso. Su iluminación era entonces de velas de esperma, en bombas de cristal. Su capacidad total de 900 personas.

No hubo compañía notable en la ciudad de Lima, que al dejar esa capital, de paso al puerto de Guayaquil, en el Ecuador, hiciera escala en el antiguo puerto de San José y debutara en el “Teatro Principal” de Lambayeque. Sabemos que cuando éste atravesaba su mejor momento desfilaron por su escenario luminarias artísticas de primera línea en compañías de diversos géneros: óperas, dramas y zarzuelas. Ahí actuaron las compañías dramáticas de Arana y Sabaleta; de Guerra y la Rosa, del famoso Rendón; de Federico de Pravia; Gray Duclós; Fernández Gómez. La zarzuela de Risco; de Matey y la coreográfica de Casanova y la de Risco, etc.


Programa aparecido en el periódico "La Estrella del Norte" de Lambayeque
(16 de agosto de 1860. Archivo Regional de Lambayeque)

En 1862, dejaba de existir don Martín Martínez, dueño del Teatro, y este pasa a ser propiedad de su yerno don Ricardo Iturregui, conocido comerciante lambayecano, casado con doña Águeda Martínez. Para esto Iturregui había comprado las acciones de los coherederos de su esposa. La mala suerte acompañó a Iturregui. Los fuertes aguaceros y consecuente inundación del fatídico verano de 1871, con su secuela de ruina y desolación, trajeron por los suelos la cobertura del Teatro, y las torrenciales lluvias del, no menos aciago, verano de 1878, redujeron a escombros buena parte de las estructuras del local. Ricardo Iturregui, se vio también afectado y arruinado por la catástrofe.

En 1882, y durante la ocupación chilena en esta ciudad, el señor Iturregui fue notificado por el jefe militar de la plaza comandante Saavedra, para que en el término de 8 días levantara la frontera del arruinado Teatro, por el mal aspecto, argumentaba el oficial chileno, que éste presentaba. Como no le fuera posible cumplir con los plazos del intimidatorio mandato, dada la estrechez económica por la que atravesaba la familia Iturregui Martínez, y para no perderlo todo, remató, el 22 de junio de 1882, el local del Teatro al Sr. Nicolás Buzzo, de nacionalidad italiana, y a su esposa doña Clementina Monsalve, por la irrisoria suma de 1,000 soles.

Diez años después, en junio de 1892, Buzzo presentó, a la Sociedad de Beneficencia Pública de Lambayeque, un proyecto para la reconstrucción del Teatro. “Convencido – manifestaba – de la importancia que tiene en toda ciudad culta como esta, poseer un centro de recreo e ilustración y que a la vez sea una fuente segura para obtener recursos para obras públicas o pías”. Conformándose para tal efecto una comisión compuesta por los señores: Guillermo Valentín Fry, como tesorero, y Bernardino Salcedo como inspector de la obra, durante el tiempo que se empleara en ella. El proyecto fue aprobado, por unanimidad, por los miembros del directorio de la Beneficencia presidido por el Sr. Nicanor Inocente Leguía Salcedo.

La obra demandó una inversión de 6,340 soles, de aquella época. Para obtener el financiamiento, Buzzo constituyó una sociedad con los acaudalados vecinos de la ciudad de Lambayeque. Éstos se comprometían a entregar una suma determinada de dinero, que les daba derecho al palco que eligieran por el término de 10 años. Los palcos, según el plano preconcebido, estaban divididos en dos filas de 23 cada una, uno de ellos el central sería de propiedad municipal, los 45 restantes se vendieron de la siguiente manera:

                    Primera fila.
Un palco central Municipal.
6 de á  S/ 200. 00 cada uno ……..  S/ 1,200.00
6       S/ 150.00              ..............         900.00
4       S/ 130.00              ..............         520.00
4       S/ 120.00              ..............         480.00
2       S/ 180.00              ..............         360.00
__                                                           _________
22 Palcos.                                         S/ 3,460.00

                   Segunda fila.
1 Central....................................................  S/    200.00
6 de á  S/ 150.00 cada uno ...........        900.00
6       S/ 130.00              ...........          780.00
4       S/ 100.00             ............          400.00
4       S/   60.00             ............          240.00
2       S/  180.00            ............          360.00
__                                                             _______
45 Palcos en todo.              Total  S/ 6,340.00

En las cláusulas del contrato, que aparecieron públicadas el 18 de marzo de 1892 (impresas en la imprenta "El Fenix" de Lambayeque), se estipulaban las obligaciones que los compradores debían asumir, como por ejemplo:

3 = El pago de los palcos se hará en cuatro dividendos que representarán cada uno de ellos el 25% del valor de cada palco, debiéndose hacer la primera entrega, tan luego sean colocados todos ellos y llenadas las formalidades respectivas con las corporaciones, Municipal y Sociedad de Beneficencia.

4 = Todo comprador que no abone los dividendos subsiguientes del primero con la puntualidad debida se le dará una prórroga de diez días, vencida esta perderá su derecho de los dividendos entregados y el contratista podrá disponer del palco.

5 = La venta de los palcos será propiedad absoluta y ningún propietario podrá traspasar ó vender sus derechos sin dar aviso con anticipación al dueño constructor del Teatro ó a la Sociedad de Beneficencia cuando esta lo admitiere, pues ambos serán preferidos por el tanto.

6 = Para seguridad y orden de este proyecto la comisión recaudadora al recibir los dividendos, entregara á cada comprador un recibo impreso – provisional – los que serán canjeados al finalizar la obra por el titulo de propiedad, acompañado de una copia de los contratos que se formen con la Sociedad de Beneficencia y Municipalidad. 

Durante el periodo de los 10 años, la propiedad y rentas del nuevo Teatro, pertenecieron al italiano Nicolás Buzzo, vencido el plazo pasarían rentas y local a la Sociedad de Beneficencia Pública de Lambayeque, “con todos sus enceres y maderas”. Durante este periodo la Beneficencia se comprometía a exonerar “…la finca del antiguo Teatro, del censo pendiente” y no cobrar ninguno en lo sucesivo. Por su parte la Municipalidad “…hará la gracia de dispensar el pago de derechos de licencia municipal de los espectáculos que se verifiquen en el Teatro durante los 10 años”. También quedaba estipulado en una de sus cláusulas “que todo espectáculo que se dé en el Teatro cuyo producto se dedique á obras públicas ó pías de esta ciudad, gozará de su uso gratis, sin gravamen de ninguna especie, salvo los gastos ordinarios”.

La decoración del teatro estaría a cargo de un escenográfo traído especialmente, para el efecto, de la ciudad de Lima, el costo de esta obra sería de S/ 600.00, que estaban incluidos en el presupuesto. La obra del nuevo Teatro debería culminarse en seis meses o sea el 24 de diciembre de 1892 “…salvo casos fortuitos ó de fuerza mayor”. Los trabajos empezarían tan luego se vendieran todos los palcos “…y empozado en Tesorería el primer dividendo”. Buzzo, quedó además obligado a dar entrada al Teatro por la puerta principal de su casa, situada en la Plaza de Armas y al costado de éste, y de igual manera “…al uso perpetuo de sus patios, tanto en los días de función como en ensayos”.

La exposición del contrato terminaba con una NOTA, que a la letra decía: “Las personas que deseen tomar palcos pueden acercarse á la casa del Sr. Nicolás Buzzo hasta el 31 del presente, en donde les será presentado el plano y lugar que ocupa cada uno de ellos, para que al señalar el que les convenga, queden inscritos como propietarios”.  IMP. “EL FENIX”.

La venta de los palcos se agotó rapidamente, permitiendo que, en breve tiempo, la "Sociedad" iniciara los trabajos de reconstrucción del Teatro. Con esto, nuevamente las veladas literarias, las representaciones artísticas, en fin, el solaz y sano esparcimiento a los habitantes de esta ciudad.


Puerta principal de acceso al antiguo Teatro
 En 1896, se organizó una inolvidable velada literario musical con motivo de la reinauguración del Teatro, afectado por los copiosos aguaceros del verano de 1895. En ella el laureado poeta Emiliano Niño Pastor recitó su magistral poema titulado "La Lámpara de Aladino". Poema que el narrador, docente y promotor cultural Nicolás Hidrogo se aventura a catalogar como de corte histórico. Y no es para menos, en él, Emiliano Niño evoca el esplendoroso pasado del Teatro de Lambayeque, cuando dice:

                                      Cinco lustro, día a día,
                                 hace que en este lugar
                                 tenía el Arte un altar,
                                 un templo la Poesía.
                                Aquí, cuando Dios quería,
                                en este mismo escenario
                                con frenesí literario
                                aplaudía el auditorio
                                las décimas del Tenorio,
                                los aires del Belisario.
                              
                                      Aquí en alegres veladas,
                                 caballeros y señoras
                                 sentían correr las horas
                                 entre risas y palmadas;
                                 dulces horas con sagradas
                                 al inocente placer
                                 de escuchar y comprender,
                                 a la sombra del proscenio,
                                 los donaires del ingenio,
                                 los tesoros del saber.
                                ______________________________

Y refiriéndose a la ruina que trajo consigo la trágica ocurrencia del extraordinario fenómeno de “EL NIÑO” del verano de 1871, y que como hemos visto redujera a escombros el primer Teatro de esta ciudad, el poeta canta en otra estrofa:

                                         Pero el soplo destructor
                                    de calamidad impía
                                    vino a turbar la alegría
                                    con insólito furor:
                                    Su río murmurador
                                    convirtiéndose en torrente,
                                    rompiendo el dique y el puente
                                    se desbordó como un mar;
                                    amenazando el hogar
                                    del rico y del indigente.
                                  ________________________________

El insigne poeta no escatima, en éste su magistral poema, el dedicarle también algunos versos al hombre que había hecho posible la titánica tarea de reconstruir el desvencijado Teatro, el Sr. Nicolás Buzzo. Y aunque, por altruistas motivos, no lo nombra,  su clara alusión se deja traslucir en algunos de ellos, cuando dice:

                                           Incansable en la faena
                                      de reparar su quebranto,
                                      en vez del acerbo llanto
                                      y de la angustiosa pena.
                                      coge el azadón, ordena
                                      los escombros con ardor
                                      e inspirado en el amor
                                      al suelo donde ha vivido,
                                      con los restos del caído
                                      hace un Teatro mejor.

                                      Más… ¿Cuyo es el pensamiento,
                                     Cual es y de donde vino?
                                     ¿La Lámpara de Aladino
                                     que realizó este portento?
                                     ¿Dónde está el entendimiento?
                                     ¿Dónde ese Mago Celeste,
                                     que aún cuando el pueblo se preste
                                     venciendo ideas mezquinas,
                                     hace, de un montón de ruinas
                                     un edificio como éste?.....

                                     Lo sé; pero indiscreción
                                     revelarlo aquí sería;
                                     modesto,  se negaría
                                     a tan justo galardón
                                     Peruano por adopción,
                                     noble por temperamento,
                                     ejercita su talento
                                     en el pueblo donde vive
                                     y del que solo recibe
                                     votos de agradecimiento.
                                  ______________________________ 

El poeta, Emiliano Niño Pastor
El 8 de agosto de 1902, mediante escritura pública otorgada ante el escribano don Juan Manuel Rivadeneira, la señora Clementina Monsalve, a la sazón viuda de Buzzo, hacía la transferencia incondicional del Teatro, la madera y todos los útiles y demás enceres habidos en él, a la Sociedad de Beneficencia Pública de Lambayeque, representada por su director el Sr. Augusto F. León. De esta manera daba por concluido el contrato que celebrara su finado esposo en 1892. A la viuda, la Beneficencia le reconoció la suma de 120 soles plata y la “propiedad perpetua del palco Nº 11, primera fila de la izquierda, en el Teatro”.

En todo este tiempo el Teatro siguió brindando sus servicios. Una prueba de esto lo constituye la inédita carta, que felizmente obra en nuestro poder, que el 14 de septiembre de 1904, enviara al presidente de la Beneficencia el Sr. J. Paredes Ponce, presidente de la Comisión de Obras Públicas de la “Sociedad de Ilustración y Auxilios Mutuos” de Lambayeque” (fundada el 14 de agosto de 1904), comisión encargada de propender al ornato y embellecimiento de la, por aquel entonces, “ruinosa y destruida” ciudad. En la misiva Paredes manifestaba: que para obtener los fondos que les permitieran lograr sus caros fines se habían propuesto organizar “…una serie de representaciones teatrales”, y para esto suplicaban se les cediera “…de una manera graciosa el Teatro de Lambayeque a fin de que en él puedan actuar las representaciones que se organicen en la temporada actual”. El pedido fue aprobado por unanimidad por los miembros del Directorio.

En junio de 1905, el director Sr. Baltazar D. La Monja, logró que en el pliego del presupuesto adicional de la Beneficencia se consigne una nueva partida para gastos Imprevistos, en ella primeramente se asignaban cien libras peruanas para la conclusión total del Teatro de Lambayeque. El 28 de julio de ese mismo año la sociedad “Juventud Amantes del Progreso” de esta ciudad, organizó una “función dramática” en este local, destinando la tercera parte de lo recaudado en ella a favor de la Beneficencia.

A fines de mayo de 1922, el Sr. José María Cabrejos Pastor, obtuvo la buena pró del arrendamiento del Teatro por la suma de ochenta y seis libras peruanas y por el término de dos años.

Los fuertes aguaceros del fatídico verano de 1925, afectaron nuevamente las  estructuras del Teatro. En agosto de ese año, el Sr. M. Solís Albujar presentó, a la Sociedad de Beneficencia Pública de Lambayeque, una solicitud de alquiler del Teatro para funciones cinematográficas, por el término de cuatro años. En dicho instrumento se comprometía a pagar una merced conductiva de doce libras peruanas al año, ofreciendo además: el 25% del valor de las entradas liquidas de veinte funciones cinematográficas, el blanqueo de sus paredes, su respectiva pintura, el arreglo de los palcos y el aseo general del edificio. En octubre de 1925, la comisión elegida para estudiar el pedido llegó a un definitivo arreglo con Solís Albujar, por el cual éste se comprometía a pagar treinta libras peruanas de merced conductiva al año, dinero que serviría para construir el piso del Teatro, y el cumplimiento de los compromisos antes mencionados.

En diciembre de 1931, el Sr. Genaro García Salazar, presentó una propuesta de arriendo del Teatro, por esta vez por el término de diez años. El solicitante se comprometía a efectuar las refacciones necesarias y al pago de S/ 300.00 soles anuales. Al término del contrato las instalaciones del “material eléctrico” colocado por el arrendatario, quedarían en favor de la Beneficencia. Dado el monto a invertir en la reparación del Teatro, García Salazar solicitaba la exoneración del pago de su alquiler durante los tres primeros años. De lo contrario, si la Institución benéfica asumía este gasto, él se comprometía a  hacer la instalación eléctrica que quedaría, al finalizar su contrato, a favor de ésta. 

Las reparaciones consistían en: “remiendo” y blanqueo de sus paredes; limpieza interior del techo de calamina; pintura al temple del antepecho del proscenio; pintura al temple de los palcos, etc. El pleno del directorio aceptó la propuesta, pero no sin antes dejar constancia de que el pago mensual sea de veinticinco soles mensuales, que las reparaciones que efectuara el postor beneficiado sean efectuadas en un plazo no mayor de seis meses y que su monto no sea menor de novecientos soles. En caso de no cubrirse la cantidad referida “…el arrendatario cubrirá la diferencia con armadas mensuales no mayores del valor del arrendamiento mensual el que principiará a correr un mes después de cubierta la suma invertida por García en las reparaciones”.

Así y todo, el directorio dispuso también se ampliara el dictamen de la comisión en el sentido de que deben incluirse en el contrato, las calzaduras de las paredes, que el piso de la entrada y patio del Teatro sean de losetas y que cuente con los respectivos servicios higiénicos.

Aquí, en este lapso de aproximadamente doce años, contados desde 1922, las primeras cintas del cine mudo en Lambayeque, amenizadas, de cuando en cuando, por la vieja pianola de pedal que diestramente manejaba la señorita Francisca Ñiquen, conocida como la “Panchita”. Aquí las inolvidables proezas del ilusionista Ricardi y de las que nos daban cuenta viejos lambayecanos. Aquí, la esplendida velada que en favor del Hospital Belén de esta ciudad ofreciera, en marzo de 1934, el Centro “Felipe Pardo” de Tumán bajo la dirección de José de la R. Ramírez. Aquí la inolvidable “Manonguita”, acérrima leguiísta, con su pulcro puesto de venta de alfajor y caspiroleta a la puerta del Teatro.

A mediados de noviembre de 1934, el tesorero de la Beneficencia daba cuenta al directorio en pleno, que el arrendatario del Teatro se encontraba adeudando, hasta esa fecha, ocho meses de merced conductiva. En el acto se le notificó para que en el término de quince días cancelara su deuda. En diciembre del citado año, García Salazar comunicaba a los miembros del directorio de la mencionada institución, que le era imposible cumplir con esta obligación “…por su mala condición económica en el negocio cinematográfico que explota”, y que debido a esto daba por rescindido el contrato. Si embargo solicitaba se le reconocieran los gastos invertidos en la reconstrucción del Teatro, que le serían descontadas en arriendos tan pronto como el local estuviera en condiciones de poder trabajar para el público.

Leída la solicitud en cesión extraordinaria efectuada a fines de diciembre de 1934, los miembros del directorio, bajo la presidencia del director Sr. Antonio Monsalve, acordaron: 1.- dar por rescindido el contrato. 2.- Las reparaciones o inversiones que se hubieran efectuado en el local quedaban a favor de la Beneficencia. 3.- Dispensar del pago de cien soles oro por concepto de alquileres al arrendatario (estos sumaban ya diez meses). 4.- Desechar de plano el reconocimiento del cincuenta por ciento de los gastos invertidos en la reconstrucción del Teatro. 5.- Concluida la refacción del Teatro por parte de la Beneficencia, el Sr. Genaro García Salazar tendría la preeminencia en el arriendo en igualdad de precio.

Todo indica que las partes llegaron a un feliz y común acuerdo, ya que un mes después, a fines de enero de 1935, el director ingeniero Julio Arce, a la sazón inspector del teatro, pedía se nombrase una comisión para que viera la manera de llevar a cabo la culminación de los trabajos de reconstrucción del Teatro. Fueron nombrados para conformar esta comisión los señores Cúneo y Frankin, presidida por el director Arce, en su condición de inspector del Teatro. El mismo Arce manifestaba que para llevarse a cabo los trabajos de reconstrucción, y no contando la Beneficencia con los fondos necesarios, se solicitara a la Junta Departamental “Pro Desocupados”, una partida de dos mil soles para atender a éstos gastos. En este mismo año se ofició a la Municipalidad de Lambayeque para que proveyera del servicio de agua potable al local del Teatro.

La Municipalidad Provincial de Lambayeque fue la primera en acudir en favor de la refacción del viejo Teatro, aportando la suma de mil soles oro, por concepto de “Reconstrucción del Teatro”. Estos serían abonados en cuatro trimestres de doscientos cincuenta soles cada uno. En el proyecto inicial presentado por el ingeniero Arce no se habían considerado ciertos trabajos, que a concepto de los miembros de la junta eran de vital importancia, como la reforma de los servicios higiénicos, la reconstrucción del piso del proscenio, a punto de desplomarse, y la reparación del techo. Incluidos estos trabajos el costo del proyecto importaría unos diez mil soles oro. Dado el elevado monto y la carencia de medios para ejecutarlo se procedió, con el dinero abonado por la Municipalidad, a llevar a cabo solamente las obras que requerían más urgencia.

No cabe duda que desde este momento comienza la inevitable agonía del local del viejo Teatro lambayecano. En septiembre de 1935, con sólo los mil soles subvencionados por el municipio lambayecano se comenzaron los trabajos de su lenta y parcial refacción,

Hasta la década del cincuenta del pasado siglo, se podían apreciar en su interior las estructuras de madera y parte de los palcos de lo que había quedado del imponente Teatro de Lambayeque. Por algunos años funcionó en uno de sus ambientes la oficina del “Correo” de esta ciudad, bajo la administración del Sr. Antero Rivas. Después la fabrica de fideos “Napoli”, de los hermanos Batistini. Destruida ésta por un voraz incendio en 1961, estos terrenos fueron acondicionados para albergar a la Escuela de Agricultura, después Universidad Agraria del Norte, que unida, en 1970, con la Universidad Nacional de Lambayeque devino en la Universidad Nacional Pedro Ruiz Gallo (UNPRG).

Hoy parte del extenso local lo ocupan el Vicerrectorado y oficinas anexas de dicha UNPRG, con frente a la Plaza de Armas “27 de Diciembre”, y las oficinas de la Sociedad de Beneficencia Pública de Lambayeque, con cara a la calle Atahualpa de esta ciudad.


  

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