La
batalla de Pichincha
En esta acción de armas,
desarrollada en las abruptas breñas del emblemático volcán Pichincha, a más de
tres mil metros sobre el nivel del mar, los habitantes que poblaban, por aquella
época, la ciudad de Quito, ubicada justamente a sus pies, fueron testigos de
este histórico hecho de hondo significado para la vida del Ecuador y la
América toda.
En esta oportunidad, los valerosos soldados patriotas, pertenecientes a los pueblos unidos que se extendían por todo un continente (desde el rio Orinoco (Venezuela) hasta el Plata (Buenos Aires, Argentina), fusionados en un convergente y noble anhelo, y comandados por el general Antonio José de Sucre, sellaron, con su denodado esfuerzo y su bendita sangre, el triunfo definitivo ante las tropas del Rey, dirigidas por el mariscal Melchor de Aymerich y Villajuana.
En su obra “Historia
General de la República”, el sacerdote jesuita e historiador peruano Rubén
Vargas Ugarte, nos dice que fue tan destacada y decisiva esta acción: “que
mediante ésta todo el Ecuador quedó libre de la dominación española”.
Nada más cierto. La
derrota de las tropas realistas en el Pichincha, consolidó la independencia de
las regiones que integraron la Real Audiencia de Quito durante los siglos coloniales
y abrió el camino para formar primero parte del Distrito del Sur de la Gran
Colombia y, ocho años después, separarse y constituir la República del Ecuador.
Allí, en las escabrosas faldas y laderas
del Pichincha, estuvieron presentes: los bravos de Venezuela, los de Nueva
Granada, los del Ecuador, los del Perú, los de la futura Bolivia, los de Chile
y los de la Argentina, y con ellos los foráneos soldados del batallón “Albión”,
creado por el libertador Simón Bolívar, y compuesto en su mayoría por militares
británicos e irlandeses, amén, de franceses y españoles disidentes. Cabe
destacar también la valerosa acción del coronel Cayetano Cestari Barbieri, de
nacionalidad italiana. En fin, una verdadera legión internacional; mancomunada,
como un puño, en un solo objetivo, la ansiada Libertad.
Debemos tener siempre
presente, que a esta histórica jornada asistieron, integrando los batallones
peruanos y teniendo como comandante en jefe de la División del Perú al general
boliviano Andrés de Santa Cruz, hijos de Piura, Trujillo, Lambayeque, Chiclayo,
Ferreñafe y San Pedro de Lloc, este último, perteneciente, por aquel entonces,
al partido de Lambayeque.
La correspondencia fue
siempre fluida, y a la vez, soterrada, entre los patriotas lambayecanos,
piuranos, tumbesinos y guayaquileños, desde mucho antes que la Expedición
Libertadora del Sur, al mando del general José de San Martín, desembarcara en
la bahía de Paracas el 8 de septiembre de 1820. El tráfico comercial marítimo,
entre estos pueblos hermanos, facilitaba, qué duda cabe, la tarea.
El Diario de Operaciones del Ejército
Libertador, del entonces coronel argentino Juan
Gualberto Gregorio de Las Heras de la Gacha, conocido simplemente como Gregorio
de las Heras, nos da pie para sostener lo que hemos expresado anteriormente. Pero
lo que también es cierto, lo que está fuera de dudas, es que el carteo entre
los patriotas del norte del Perú y el general San Martín, se intensifico,
significativamente, a raíz de su arribo al Perú.
A casi tres meses del desembarco
de la Expedición Libertadora, esto es, el 2 de diciembre de 1820, el coronel
Gregorio de las Heras, anotaba en su Diario:
“Esta mañana se han recibido pliegos de
Huacho, en que avisan la llegada de una goleta inglesa cargada de víveres. Su
procedencia: de Pacasmayo hasta el bloqueo del Callao y de allí a Huacho. Su
capitán avisa que trae comunicados muy interesantes de los patriotas de
Lambayeque para el General, como asimismo de nuestra Escuadra bloqueadora, y
pide permiso para presentarse en este Cuartel General” (Ob. cit., 1972:
518).
Al día siguiente, 3 de
diciembre, el citado coronel, daba cuenta: que la anteriormente citada goleta
traía también la noticia:
[…] de que en Guayaquil
quisieron los europeos hacer una contra revolución, pero que no pudieron
lograrlo, habiendo muerto algunos de ellos, y que los restantes habían llegado
en huida hasta Lambayeque, como unos 12, desde donde los había obligado a salir
el vecindario.”
Y terminaba manifestando:
que los patriotas de Lambayeque “pedían, instrucciones al General San Martín.
(Ibid., 519, 520).
Desde siempre se ha dicho
que la efervescencia revolucionaria había calado hondo en la mente de buena
parte de los habitantes del pueblo de San Pedro de Lambayeque, este solo hecho
lo demuestra. Ya que informados de que, días antes, en el mes de noviembre, el
general Carlos Tolrá había realizado una expedición contra la plaza de
Guayaquil, que fue rotundamente rechazada, optaron, al tener rápido aviso de la
presencia, en Lambayeque, de estos contrarrevolucionarios, por desterrarlos
inmediatamente.
Interesantísimo dato, que
no hace más que avalar los trabajos que en aras de su independencia política
del anacrónico y opresor régimen español, venían realizado, clandestinamente y
desde tiempo atrás, los jóvenes separatistas lambayecanos, afiliados o no a la
Sociedad secreta o “Logia”, con sede en este pueblo.
El informe remitido, el 6
de mayo de 1851, por el prócer de la independencia de Lambayeque Juan Manuel
Iturregui Aguilarte, sobre los servicios prestados por el prócer de la
independencia de Lambayeque coronel Pascual Saco Oliveros, constituye, también,
otro claro ejemplo de que el pueblo de Lambayeque, mejor, el partido del mismo
nombre, estaba dispuesto a enarbolar las banderas de la libertad apenas la
ocasión se lo permitiese. Y ésta se presentó, cuando el general San Martín puso
pie en nuestras playas.
En el citado informe se
puede leer lo siguiente: […] los individuos del club (se refiere
a la Sociedad secreta que el mismo Iturregui fundó en Lambayeque), cuyo
número a este tiempo se había aumentado notablemente, resolvimos que el 12 de
diciembre de 1820 se procediese al pronunciamiento…”, ósea a la jura de la
independencia. (Miranda Romero, 1927: 42). (El subrayado es nuestro).
Como es bien sabido, el
pueblo de Lambayeque, proclamó su independencia, exitosa, del poder peninsular,
la memorable noche del 27 de diciembre de 1820, quince días después de la fecha
fijada de antemano. La causa principal: evitar un inútil derramamiento de
sangre. Tal y como aconteció en el incruento pronunciamiento por la libertad
efectuado en Guayaquil o Santiago de Guayaquil, el 9 de octubre de 1820.
Ahora bien, de los
atropellos cometidas en Cuenca (Ecuador), por las huestes realistas del coronel
González, estaban bien informados los patriotas de Lambayeque. Todo esto, repetimos,
debido a la nutrida correspondencia epistolar que mantenían, algunos de los
miembros de la Sociedad secreta, con sus amigos residentes en la ciudad de
Piura.
Una palpable muestra de
ello, lo constituye la carta dirigida por el lambayecano Miguel Blanco y Vélez,
a don Gerónimo Seminario y Jaime, prócer de la independencia de Piura, fechada
el 18 de enero de 1821, en la que, entre otras cosas, le manifestaba que el
contenido de la misiva enviada por él, Seminario y Jaime, el 7 de enero del
mismo año, había sido comunicada, por Blanco y Vélez, a sus compatriotas en
Lambayeque […] quienes de común acuerdo conmigo sentimos en el alma la
opresión en que se halla la infeliz Cuenca dominada por el tirano Gonzáles…”. Más
adelante, Blanco y Vélez, premonitoriamente, agregaba:
“Por un sujeto procedente de Guayaquil,
que llegó a éste, sabemos y esperamos que, dentro de poco, tanto Quito, como Cuenca
sacudirán el yugo del Gobierno Español…”. (Castillo Muro Sime, s/f: 20,
23).
Creemos, que las
estrechas relaciones entre los jóvenes revolucionarios de la costa norte del
Perú y los patriotas del golfo de Guayaquil, están debidamente comprobadas. Más
claro ni el agua.
Guayaquil había proclamado su independencia el 9 de octubre de 1820, sin embargo, se veía constantemente
amenazada por los rumores del arribo de refuerzos de tropas realistas a la zona
de Pasto, adepta a los estandartes del Rey, en apoyo a las fuerzas que
comandaba el general español Melchor de Aymerich, en la ciudad de Quito. “Pese
a que su situación aún no se había decidido – en el sentido de lograr su plena
independencia, anexarse al Perú o a Colombia – Guayaquil quería acabar con la
presencia de los realistas en su territorio”. (Tarazona E., 1972: 22).
De ahí la reiterada
petición de auxilios hecha al Perú por la Junta Gubernativa de Guayaquil, presidida
por el poeta José Joaquín Olmedo, como la de agosto de 1821, en que la citada
Junta fijó, inclusive, en 500 el número de efectivos; y la del mes de setiembre
del mismo año en que volvió a reiterar su demanda, pero, esta vez, aumentado el
número de hombres en 1,000; de los cuales 200 deberían ser de caballería, amén,
de 1,500 fusiles y 50 quintales de pólvora.
Agreguémosle a estas, la
solicitud hecha por el general Antonio José de Sucre, en octubre de 1821, al general
San Martín, pidiéndole refuerzos, especialmente él envió del batallón Numancia,
conformado en su mayoría por soldados colombianos, que después de servir bajo
las banderas del Rey, habían desertado en masa, el 3 de diciembre de 1820, y
pasado a las filas del ejército patriota. Pedido, que se sabe, el ilustre
argentino no aceptó.
Sin embargo, desde el 5 de octubre de 1821, había comenzado a circular las órdenes
correspondientes a los partidos del departamento de Trujillo, en cuanto al
número de reclutas que se debían “recolectar” en esa
jurisdicción. Esto, con el fin de engrosar las filas del ejército patriota,
diezmadas a causa de una fatal epidemia.
El presidente de aquel departamento, ámbito al que pertenecía el partido de Lambayeque, general argentino, de origen español, Juan Antonio Álvarez de Arenales, le enviaba un oficio, fechado el 10 de octubre del mencionado año, al brigadier Juan del Carmen Casós Barrionuevo, gobernador político y militar del partido de Lambayeque, en el que le hacía saber: que el “cupo” asignado a ese partido era el de 300 hombres útiles para el servicio de las armas.
Le advertía, además, como lo había hecho con los demás partidos que componían el territorio del extenso departamento, que una vez verificada “su recoleccion sean remitidos con la posible seguridad, y prontitud á esta Ciudad de Truxillo” (sic).
Juan Antonio Álvarez de Arenales
Lo interesante de este inédito documento, que hemos tenido la oportunidad de revisar, radica en la manera como el general Álvarez de Arenales se había propuesto organizar este contingente con miras a su mejor desenvolvimiento. Veamos lo que el mencionado general le expresa al brigadier Casós Barrionuevo, en su citado oficio:
“Despues hé dispuesto que del expresado numero de hombres se separen 80. de buena estatura, y demás circunstancias, y se remitan con igual brevedad á Piura á disposición de aquel nuevo gobernador Coronel D. Andres Santa Cruz, para que ellos formen una Compañía de los del Batallon que se va á levantar allí como para una guarnición permanente que sirva de defensa por los confines de aquella parte y en este concepto será obligado siempre ese Partido de Lambayeque á mantener dicha Compañía, y llenar las bocas que en lo sucesivo tengan; lo que prevengo a Vd. Para su debido cumplimiento, debiendo entenderse que los 220 hombres restantes de los 300 vengan aquí como se previno” (sic) (Archivo Regional de Lambayeque (ARL). Comandancia Militar (C.M) 1821).
No cabe duda, que el
documento es claro en lo que concierne a los imprescindibles aportes de sangre
joven que el partido de Lambayeque, apenas consumada su independencia del
opresor régimen peninsular la memorable noche del 27 de diciembre de 1820,
envió a las filas del emergente ejército patriota. En este particular caso, a
la ciudad de Piura, a escasos meses de la batalla de Pichincha
Contingente de
lambayecanos que mientras estuvieron acantonados en esa cálida ciudad norteña,
fueron pagados y alimentados con recursos de su propio partido, Lambayeque. La
antigua Llampallec o Ñampagic que fundara, en épocas que se pierden en la
pátina del tiempo, el mítico y legendario Naylamp.
Jóvenes lambayecanos que
jamás habían experimentado un combate. Cuerpo de reclutas que, unidos a los efectivos
de Piura y Trujillo, integraron los batallones peruanos que asistieron a la histórica
jornada de Pichincha, en la que tuvieron una valiente y decisiva
actuación.
El general Sucre, antes
del reinicio de la campaña libertadora en tierras ecuatorianas, decidió enviar
a Piura al coronel venezolano Tomás de Heres, con el objetivo de coordinar las
acciones a tomar con el coronel Andrés de Santa Cruz, respecto a la marcha e
incorporación de la División peruana, a su mando, al ejército libertador.
Andrés
de Santa Cruz y Calahumana
Consideró también, Sucre, a la ciudad de Cuenca, como lugar para desarrollar su concepción estratégica.
Ya que esta comarca estaba dotada de los recursos necesarios para la
manutención de las tropas, y por encontrarse en una posición defendible y fácil
de tomar sin comprometer seriamente a su división. En todo caso, si las cosas
no marchaban de acuerdo a los planes concebidos, en Cuenca, contaría con la inmediata
colaboración de las fuerzas acantonadas en Piura, comandadas por el coronel Santa
Cruz, por renuncia que a este cargo hizo el general Juan Antonio Álvarez de
Arenales, que se negó, tajantemente, a estar subordinado al general Antonio
José de Sucre.
En Cuenca, Sucre, con el
grueso de sus tropas estuvieron más de un mes, desde el 27 de febrero hasta el
28 de marzo de 1822.
El 9 de febrero, Sucre, llegaba
al pueblo de Saraguro, en la provincia de Loja (Ecuador) lugar en donde se
detuvo en espera del arribo de la División que comandaba Andrés de Santa Cruz,
además de otros refuerzos. A mediados del mismo mes hacía su ingreso, a
Saraguro, la División al mando de Santa Cruz. Debemos anotar, que el 21 de
febrero, poco antes de la llegada de Santa Cruz, Cuenca se había adherido
oficialmente a la causa patriota.
El general de brigada E.P.
Carlos Dellepiane, escribe:
“La división peruana se
formó en Piura y se dirigió al norte, por Macara, Cariamanga y Loja, para
concentrarse con las tropas colombianas y guayaquileñas en el pueblo de
Saraguro, el 9 de febrero de 1822, pues Sucre había determinado ese día y lugar
para la concentración. El recorrido total era de 515 kilómetros, que la división
cubrió por etapas regulares desde el 18 de enero en que partió de Piura, hasta
la fecha fijada para la reunión en que, efectivamente, alcanzó Saraguro”. (Ob.
cit., 1965: 128).
Veamos continuación, lo
que expresaron los estudiosos y militares de la época, con respecto a la
composición de las tropas libertadoras de Santa Cruz.
El abogado, magistrado,
historiador, político y periodista trujillano Nicolás Rebaza Cueto, en su obra
Anales del Departamento de La Libertad en la Guerra de la Independencia, anota:
“Los cuerpos peruanos hijos del antiguo
Departamento de la Libertad, fueron: El Batallón “Trujillo”, organizado y
disciplinado en esta plaza, en la época del Presidente Marqués de Torre –
Tagle; y el Batallón “Piura” formado en la ciudad de su nombre […] el Batallón
Trujillo, de 700 plazas, no tuvo ninguna baja por deserción hasta llegar a
Quito, sino por enfermos en la camino, y los que perdió en la batalla, que
fueron en número considerable” (sic) (Ob. cit., 1971: 104).
“Respecto a la estructuración y
profesionalismo de la División peruana, Sucre informaba al general colombiano Francisco de Paula Santander, vicepresidente de Colombia, lo
siguiente: “El Batallón “Trujillo” de 600 plazas tiene solamente 125 veteranos;
el “Piura” de 400, apenas 40 o 50; los Escuadrones de “Cazadores”, eran todos
reclutas y solo el Escuadrón de “Granaderos” era veterano y a la verdad un
brillante cuerpo”. (H.G.E.E. Macías Núñez, t. II: 26, 27).
“Respecto, a las fortalezas y limitaciones
de las unidades del ejército libertador, el coronel Antonio Morales mediante
informe escrito hacía conocer al Estado Mayor General: Los “Dragones” y los “Granaderos”
son cuerpos de la mayor confianza. Los batallones “Albión”, “Paya” y “Trujillo”
está en un pie de buena disciplina; el batallón “Piura”, es en su mayor parte
de reclutas y lo mismo el escuadrón “Cazadores a Caballo”; el batallón “Yaguachi”
está medianamente disciplinado, ha sido fogueado, pero aún no ha combatido. La
Caballería casi todo está desmontada, porque la aspereza del tránsito, desde
Guayaquil a Cuenca y desde Piura hasta aquí, ha destruido los pocos y malos
caballos que, a fuerza de innumerables fatigas se consiguieron para ponerla en
movimiento. Tiene la División 4 piezas de campaña de dos y de a cuatro,
escasamente dotadas y medianamente servidas. Toda ella desea vivamente
combatir; tiene entusiasmo por la libertad; está en un pie brillante de
subordinación y existe entre los cuerpos una noble emulación”. (sic) (Ibid.:
27).
Prosigamos. El 12 de
abril, las tropas unidas del norte y del sur, bajo el comando del general
Sucre, enfilaron rumbo al norte, mientras los realistas retrocedían, hasta que
el 21 de ese mismo mes, en Tapi se dio la batalla que posibilitó la libertad de
Riobamba.
En esta acción de armas el
1er Escuadrón del Regimiento de Granaderos a caballo, creado por José de San
Martín, unidad conformada por argentinos y chilenos (cuyo número ascendía a 96
hombres), al mando del comandante argentino Juan Galo Lavalle, derrotaron a un escuadrón
realista (compuesto por 400 jinetes) liderados por el coronel español Carlos
Tolrá Marcella y el coronel Nicolás López.
En esta batalla, y en
desigual combate, los Granaderos de Lavalle “en alarde de fuerza y destreza
desbarataron a los realistas y los hicieron huir” (Tarazona E. 1972: 21).
A raíz de este histórico triunfo
el Libertador Bolívar distinguió a Lavalle y sus hombres con el título de “Granaderos
de Riobamba”.
Poco después, Juan Galo Lavalle sería conocido como el "León de Riobamba”.
Juan Galo Lavalle, el
“León de Riobamba”
Después de la victoria en
Riobamba, el ejército patriota se tomó un breve descanso. Recuperadas las energías, continuó su viaje ocupando las ciudades de Ambato y Latacunga, cercana,
esta última, al volcán Cotopaxi. En el trayecto habían recibido el
desinteresado y franco apoyo de los pueblos del ande, sobre todo de voluntarios
que fueron a engrosar sus filas y toda clase de indispensables recursos. Ante
la firmeza y resolución de las tropas independentistas, que, como hemos visto, en
todo el trayecto habían sido acogidos de manera singular, las fuerzas adeptas
al Rey se fortificaron en Quito.
En Latacunga se incrementaron significativamente las tropas patriotas con la llegada del batallón “Alto Magdalena” bajo las órdenes del coronel colombiano José María Córdoba, amén, de que se sumaron, al grueso, voluntarios de esta ciudad y pueblos aledaños.
José María Córdova
El 13 de mayo, Sucre,
levantó el campamento y emprendió la partida hacia Quito. Al reiniciar su
marcha, los patriotas recién se llegaron a enterar que el enemigo había ocupado
los pasos Jalupana y La Vindita, que, a las finales, se tornaron infranqueables.
Con guías, oriundos de Latacunga, que conocían a la perfección los terrenos del
volcán Cotopaxi, bordeó sus heladas faldas por el lado oriental y evitó
enfrentarse a los cañones que estaban empotrados en los pasos mencionados, y,
de paso, al resto de tropas realistas que se habían ubicado en Machachi, para
detenerlos.
El ejército libertador, contando
siempre con el apoyo de experimentados guías indígenas y después de sortear,
como hemos visto, el Cotopaxi y la defensa realista incrementada en las alturas
de Tambillo, descendió al Valle de los Chillos, el 16 de mayo, y se tomó un
descanso, de muy breves días, en terrenos de una hacienda, propiedad de un
amigo de la noble causa.
El 20, siempre burlando
al enemigo pasó Puengasí y al siguiente día descendió a Turubamba, al sur de
Quito y a una altura de 2974 metros sobre el nivel del mar, donde los destacamentos
españoles no aceptaron combatir.
El 22 de mayo pernoctó en
la fría hondonada de Chillogallo en Quito, y en esta localidad, Sucre, planificó,
conjuntamente con los miembros de su Estado Mayor, la estrategia final para la
batalla que iba a librarse en las escabrosas faldas del volcán Pichincha.
Cuenta una Leyenda que el
nombre Chillogallo (de origen quechua), se relaciona también con el futuro
mariscal Antonio José de Sucre, quien, se dice, escuchó el canto de un gallo
anunciador del triunfo de Pichincha. Por esta circunstancia quedó el nombre de
Chillogallo.
Leyendas aparte, lo
cierto es que, en horas de la noche del 23 de mayo, el ejército libertador se dirigía,
tomando la salida norte de la ciudad de Quito, al llano de Inak-Quito, o
Iñaquito, bordeando, por un tortuoso sendero, las escabrosas y empinadas
cuestas del Pichincha.
“Las tropas fueron organizadas en dos escalones, confiando el comando del primero, constituido por los batallones “Trujillo”, “Piura” y “Magdalena”, al jefe de la división peruana, Santa Cruz; el segundo escalón, con el que marchaba Sucre, se constituyó con los batallones “Yahuachi”, “Paya” y “Albión”; este último fue encargado de la escolta del parque del ejército, que debía marchar a la cola de la columna. Parte de la caballería recibió orden de seguir a lo lejos, por el llano, dadas las dificultades del terreno; los “Dragones” debían efectuar un gran rodeo que les permitiera llegar al camino de Pasto, después de haber contorneado la masa del Pichincha; la artillería quedó también rezagada, por las dificultades del terreno” (Dellepiane, 1965: 134, 135).
Tras fatigoso y accidentado ascenso, al amanecer del 24 de mayo los patriotas habían ganado buena altura. Pero advertidos los realistas de sus movimientos, escalaron, presurosos, el volcán para enfrentarlos.
El Pichincha, a sus pies la ciudad de Quito
Dejemos que la reconocida
pluma del historiador jesuita peruano R.P. Rubén Vargas Ugarte, a través de un artículo
publicado por el periodista Manuel Tarazona Espinoza, recogido de la “Historia General
del Perú”, obra del citado historiador, nos dé una reseña pormenorizada de lo acontecido
en esa gloriosa acción de armas, librada entre las tropas realistas del Gral.
Melchor Aymerich y las fuerzas patriotas conducidas por el Gral. Antonio José
de Sucre. Veamos:
“Las dificultades de la marcha impidieron
que la división alcanzara su objetivo en la madrugada, pues solo a las ocho
desembocaron las primeras fuerzas, y al punto cruzaron sus fuegos con las del
enemigo. Los realistas, a las órdenes de Aymerich, López y Tolrá, contaban con
unos tres mil 500 hombres y con 14 piezas de artillería,
“Sucre había encomendado a Córdova envolver al enemigo con dos compañías del “Alto Magdalena”, pero lo escabroso del terreno dificultó la maniobra. El retraso del parque, paralizó, puede decirse, el ataque patriota, y como el enemigo continuara presionando, Sucre dio orden el “Paya” de atacar a la bayoneta. Por su parte, el coronel López había dado orden al “Aragón” de ascender por la derecha y acometer a los patriotas por su flanco izquierdo, iniciando una acción envolvente, pero en aquel momento Mackintosh con el “Albión” le sale al paso, mientras Córdova con el “Alto Magdalena” refuerza a los bravos del “Paya” y el ataque a la línea enemiga se generaliza doblegándola al fin. El combate duraba tres horas, pero a las doce del día la victoria no era dudosa. Los realistas cejaron en su resistencia y se retiraron a Quito en desorden, mientras el “Cataluña”, seguido por los “Tiradores de Cádiz”, tomaban la ruta de Pasto decididos luchar antes que entregarse” (Tarazona E. 1972: 22).
Combatiente en Pichincha
Y porque no incluir también,
en esta entrega, otra versión de la batalla, pero, esta vez, narrada, con
tintes épicos, por la ágil pluma de un coterráneo, de un enamorado y apasionado
estudioso del esplendoroso pasado de su región de origen; total hemos estado de
fiesta al igual que nuestros hermanos del Ecuador, y tanto ellos como nosotros
tenemos nuestras propias versiones de la gloriosa jornada. Veamos pues a
continuación, lo que el historiador coronel E.P. Manuel Casimiro Bonilla Castro,
natural del distrito de Eten (Chiclayo), escribe al respecto:
“A la vacilante luz del crepúsculo matutino del 24 de mayo de 1822 las compañías de Cazadores de Trujillo y Piura, chocaban con el grueso realista, conducido por el propio presidente de Quito, Aymerich. El número y el característico denuedo castellano no pudieron hacer cejar a esos nuestros compatriotas cuyos soldados hacían sus primeras armas y sí podría considerárseles bisoños reclutas, como soldados tenían el temple moral de los más expertos veteranos. El choque fue verdadera sorpresa y a pesar de todo, las compañías resistieron con energía hasta la llegada del resto del batallón Trujillo, el cual venciendo las escabrosidades del camino, la fatiga de la ascensión, la molestia de los riscos y la obscuridad producida por la niebla y el humo; llegó en refuerzo y mantuvo el campo y el fuego durante media hora de sangrienta y empecinada lucha, hasta la llegada oportuna (porque ya las municiones faltaban) de Piura y Yaguachi conducidos por el propio Sol de la victoria apellidado Sucre; y tras esos cuerpos llegó Paya, y luego, después de dos horas de épica refriega, las bayonetas conquistaron el triunfo y los soldados de Trujillo y del Perú, atrozmente diezmados, venían sobre las faldas del volcán los cadáveres de sus compañeros, como el símbolo triste pero honroso del esfuerzo de su nacionalidad por la emancipación de América. Y desde entonces pueden los hijos de Lambayeque sentirse orgullosos de haber visto la luz donde también la vieron las pupilas de Mariano Torres, Manuel Salcedo, Manuel Aguilar, Antonio Quesquén, Pedro Yuflas, José Bracamonte, Antonio Mesones, Manuel Vidaurre, Presentación Chirinos, Juan José Castillo, Manuel Iturregui y otros cuya procedencia no es posible apreciar y, que dentro de la colectividad gloriosa de los cuerpos, arrancaron al caudillo genial de la revolución este oficio, consagración indispensable de su heroísmo” (Ob. Cit., 1920, t. XXXVI: 275, 276).
Uno de los Héroes de esta
jornada fue el joven teniente guayaquileño Abdón Calderón, abanderado del batallón “Yaguachi”,
que a pesar de haber sido sucesivamente herido no abandonó el campo de batalla,
falleciendo pocos días después a consecuencia de ellas.
En el Parte de la Batalla
del Pichincha, el general Sucre anota: “Los resultados de la jornada de Pichincha
han sido la ocupación de la ciudad y sus fuertes el 25 por la tarde, la
posesión y tranquilidad de todo el departamento y la toma de 1.100 prisioneros
de tropa, 160 oficiales, 14 piezas de artillería, 1.700 fusiles, fornituras,
cornetas, banderas, cajas de guerra y cuantos elementos de guerra poseía el
ejército español.
Cuatrocientos cadáveres enemigos y doscientos nuestros han regado el campo de batalla… además tenemos 190 heridos de los españoles y 140 de los nuestros… Los cuerpos de todos han cumplido su deber: jefes y oficiales y tropas se disputaban la gloria del triunfo. El Boletín que dará el Estado Mayor recomendará a los jefes y subalternos que se han distinguido, y yo cumpliré con el deber de ponerlos en consideración del Gobierno".
Al día siguiente de la victoriosa jornada, el 25 de mayo de 1822, Sucre y su Ejército entraron triunfalmente a Quito, donde fueron recibidos en atmósfera de apoteosis. Se suscribió la Capitulación entre el General español Melchor Aymerich y el General de Brigada del Ejército de Colombia y Comandante General de la División del Sur, Antonio José de Sucre. Con este acto se sellaba la independencia del Ecuador del dominio español.
La Capitulación del 25 de
mayo de 1822
Ahora bien, en la relación suscrita el 28 de mayo de 1822, por el comandante en jefe de la División Perú, general Andrés de Santa Cruz, se consignan los nombres de los valerosos combatientes que particularmente más se distinguieron en dicha acción de armas. En ella figuran los siguientes héroes lambayecanos: el sargento Manuel Salcedo, del Batallón N.º 2 del Perú, […] que quedó tendido en el suelo, despedazado a machetazos, por haberse metido él solo, con su fusil entre las filas españolas, Gómez de la Torre, Domingo Pozo y Sebastián Fernández (Izquierdo Castañeda Lambayequealbicentenario.blogspot.com/., febrero de 2018).
El nombre de este último
combatiente, Sebastián Fernández, figura en la lista de firmantes del acta de
independencia de Lambayeque, suscrita por el "pueblo bajo" la
madrugada del 31 de diciembre de 1820, en casa del síndico procurador don
Mariano Quesada y Valiente. Su nombre también se encuentra inscrito en una de
las caras de los obeliscos de mármol de carrara, que adornan las cuatro
esquinas de la atractiva Plaza de Armas "27 de Diciembre", de esta generosa
y benemérita ciudad.
En esta batalla también
resultaron heridos los siguientes lambayecanos: "Manuel Vidaurre, Cipriano
Sabaleta, Manuel Aguilar, Mateo Blanco, Manuel Iturregui, José Albújar, Juan
Ruiz, Vicente Castañeda y el chiclayano Sebastián Romero (Ibid.).
Agreguemos, también a esta
lista, al lambayecano José Joaquín de Lecuona y Lecuona, hijo de don Nicolás de
Lecuona, natural del Señorío de Vizcaya y de doña Josefa López Vidaurre. José
Joaquín, contaba con 21 años de edad cuando asistió a la batalla de Pichincha
(Zevallos Quiñones, Tomo II, 1947: 61).
Por nuestra parte debemos añadir a esta nómina de ilustres héroes de Pichincha, a don José de la Cruz Pantoja y don Francisco Rivas Casós, ambos naturales de la ciudad de Lambayeque. Del primero de los nombrados se conserva una vieja fotografía que reproducimos a continuación gracias a la gentileza de nuestro dilecto amigo el bibliófilo y bibliógrafo chiclayano Miguel Ángel Diaz Torres, y del segundo, su testamento; inédito instrumento que exhumáramos, hace algún tiempo atrás, de la copiosa papelería que en sus respectivos anaqueles se conservan en el Archivo Regional de Lambayeque (ARL), y que a la postre nos ha servido para hacerle una ligera semblanza biográfica y, de paso, abalar su participación en dicha acción de armas. Veamos:
José de la Cruz Pantoja, héroe lambayecano de la Batalla de Pichincha
Francisco Rivas Casós, fue hijo legítimo del Maestre de Campo don Felipe Rivas Matheus, natural de Galicia (España) y de doña Josefa Casós Barrionuevo, hermana del olvidado prócer de la independencia de Lambayeque general de brigada don Juan del Carmen Casós Barrionuevo.
Don Francisco, contrajo
nupcias con doña Teresa Álvarez de Toledo. Durante su matrimonio procrearon a:
doña Josefa, doña María del Carmen, don Francisco de Paula, don Felipe, doña
Manuela y don Rubén Rivas Álvarez.
A las tres de la tarde del
25 de julio de 1856, don Francisco redactó su testamento ante el escribano
público de Lambayeque don Pedro Pablo de Anteparas. Contaba con 72 años y su
oficio era el de minero. En una de las cláusulas del instrumento de su última
voluntad, declaraba que el Estado le adeudaba:
[…] tres años siete meses de sueldo, como
vencedor en la Batalla de Pichincha, que fui con el grado de capitán, cuyas
credenciales existen en mi poder, y ordeno a mi albacea los cobre y acumule a
la masa de mis bienes, lo puntualizo para que conste” (Archivo Regional de Lambayeque
(ARL). PN. Pedro Pablo de Anteparas. Año 1856-1857, f. 375, escritura 272).
En esta batalla se
capturó al enemigo 1,100 prisioneros, 160 oficiales, 14 piezas de artillería,
1,700 fusiles y abundante material de guerra de todos los tipos. Los realistas
tuvieron 400 muertos y 190 heridos, los patriotas alrededor de aproximadamente
300 bajas y 140 heridos, de los cuales solamente la división peruana tuvo 158
bajas, de ellos 91 muertos y 17 heridos.
Rebaza Cueto, refiere un
episodio sobre esta histórica batalla, contada por el coronel lambayecano don
Sebastián Fernández, en 1841, cuando el aludido militar desempeñaba el cargo de
Prefecto accidental del departamento de la Libertad.
En esa oportunidad,
Fernández, que en la batalla ostentaba el grado de teniente y contaba con 32
años de edad, le manifestó que el triunfo de Pichincha se debió en gran medida
a él.
Y la explicación dada por
el coronel, a Rebaza, fue la siguiente:
“El movimiento estratégico de gran
importancia que tenía que hacer el General Sucre, era tomar el Pichincha, antes
que las fuerzas del General Aymerich, apercibidas, lo coronasen, por la
facilidad que tenían, según las distancias.
Se levantó el campo patriota por la noche para
andar en toda ella y llegar en la madrugada al Pichincha. El camino que llevaba
el ejército era el corriente; más advirtiéndolo yo (decía Fernández) expuse al
capitán de la compañía: - por la ruta que llevamos no llega el ejército al
Pichincha en la madrugada, y lo haremos a lo más a las 8 de la mañana. Yo
conozco un camino excusado, por el que se economiza algunas leguas; y si lo
siguiésemos, llegaríamos al amanecer”. El Capitán trasmitió al jefe del cuerpo
y éste al General Sucre, que mandó hacer alto al ejército y ordenó que
compareciera ante él. Me preguntó, si era exacto lo que le acababan de decir, y
contestándole afirmativamente le dije: “antes de sentar plaza, me ocupaba en
compañía de otros de Lambayeque, de introducir a Quito, tabaco por contrabando,
para lo cual, muchas veces los interesados de Quito en el negocio, nos
encaminaban por una senda excusada, que conozco perfectamente; y por ella se
ahorraría en verdad mucho camino”.
El general sucre
contestó: “señor oficial, bajo palabra de honor y sujeto a su responsabilidad
en caso contrario, ¿puede Ud. guiar al ejército, para llegar al Pichincha a la
hora que se desea? Contesté “acepto mi general la responsabilidad y no haya
cuidado”. Se me dio pues la conducción del Ejército, tomando no obstante
seguridades sobre mí, porque el General Sucre era muy avisado”. – Guio
Fernández bien; y como lo dice la Historia, a las 6 de la mañana coronaba el
Pichincha el ejército patriota. Y repetía, vea Ud. sí tengo razón para afirmar
que por mí se ganó la batalla; si seguimos por el camino corriente, hubiéramos
llegado a las 8 ó 9.” (sic) (Ob. cit.: 105).
El destacado abogado,
político, parlamentario y constituyente peruano, Dr. Javier Ortiz de Zevallos,
en su libro San Martín y Torre Tagle en la Independencia del Perú,
anota:
“Para muchos, como el historiador argentino
Jacinto Sixto García, al Teniente peruano Sebastián Fernández, quien también
antes se había distinguido en la toma de Otuzco con la columna de Santa Cruz,
se debe en gran parte la gran victoria de Pichincha, y es de justicia divulgar
esa verdad, que ha sido minimizada por la historiografía tradicional” (Ob. cit.,
1982: 180).
Después de una exhaustiva
y paciente búsqueda logramos ubicar, de entre la copiosa papelería que se
custodia en el Archivo Parroquial de Lambayeque (APL), la vieja e inédita
partida de bautismo del coronel lambayecano don Sebastián Fernández, héroe de la
victoriosa jornada de Pichincha. Gracias a ella sabemos ahora que el susodicho
coronel nació en Lambayeque, el 19 de enero de 1791.
El coronel Sebastián
Fernández Samudio, así su nombre completo, fue hijo natural de don Gregorio
Fernández, de raza blanca, y de doña Cecilia Samudio, de casta mulata (hija de
español y negra) y natural del pueblo de Lambayeque.
A los cuatro días de
nacido, el 23 de ese mismo mes y año, fue bautizado por don Casimiro Lombera,
teniente de cura de la ramada o doctrina de Santa Lucía de Lambayeque, fue su
madrina doña Manuela Soraluce, a quien se le advirtió “su obligación y
parentesco espiritual” (Archivo
Parroquial de Lambayeque (APL) Libro de Bautizos N.º 19, Año 1772 – 1811,
partida N.º 1109).
MEDALLA “CENTENARIO DE LA BATALLA
DE PICHINCHA”
En anverso: "
CENTENARIO DE LA BATALLA DE PICHINCHA".
En reverso: " 24 de
mayo / de 1822".
Firma en anverso y
reverso: el nombre del grabador "L. CASADIO". Luigi Casadio
Observaciones: De bronce
dorado, con un diámetro de 80 mm, y un peso de 315,4 gr. Presenta en el anverso
el mariscal Sucre a caballo, al paso, de perfil a la derecha. en el contorno
CENTENARIO DE LA BATALLA DE PICHINCHA. En el exergo 1922. En el reverso, Alegoría
a la libertad y a las campañas de la independencia, en un gran diseño Art Deco.
Mercurio alado con antorcha, grupo de guerreros antes de entrar en combate,
musa sentada con lira y figura junto a una pira. En el exergo 24 DE
MAYO / DE 1922.
Bibliografía
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LAS HERAS, Juan Gregorio. Diario de Operaciones del Ejército Libertador.
Colección Documental de la Independencia del Perú tomo XXVI Memorias, Diarios y
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1972.
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Militar del Oficial N°. 32. Tomo Primero, 1965.
IZQUIERDO
CASTAÑEDA, Jorge Rogerio. Coronel Sebastián Fernández Samudio y los héroes
lambayecanos de la Batalla de Pichincha. Lambayequealbicentenario.blogspot.com/.
Miércoles 18 de febrero de 2018.
REBAZA CUETO, Nicolás. Anales del Departamento de La Libertad en la Guerra de la Independencia. Trujillo – 1971.
ORTIZ
DE ZEVALLOS. Javier. San Martín y Torre Tagle en la Independencia del Perú. Promotores, Consultores y Asesores Andinos S.
R. L. Centro de Documentación e Información Andina (CDI). Lima – 1982.
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21. Historia General del Ejército Ecuatoriano. Tomo 2.
Centro de Estudios Históricos del Ejército.
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VARGAS
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Lima, 1971-1984.
ZEVALLOS
QUIÑONES, Jorge. Lambayeque en el siglo XVIII. Revista del Instituto
Peruano de Investigaciones Genealógicas. Tomo 2. Lima – 1947.
Documentos
Archivo Regional de Lambayeque (ARL).
Protocolo
Notarial. Escribano: Pedro Pablo de Anteparas. Año 1856-1857.
Archivo
Parroquial de Lambayeque (APL)
Libro
de Bautizos N.º 19, Año 1772 – 1811.
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